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Ejemplos de oraciones con la palabra botas

Lista de frases en las cuales se puede ver cómo se usa la palabra botas en el contexto de una oración.

Término botas: Frases

Si quieres ver ejemplos de uso de la palabra "botas" aquí tienes una selección de 83 frases y oraciones donde se puede ver su aplicación en un texto.

En cada una de las frases aparece resaltada la palabra botas para que la puedas detectar fácilmente.

Para evitar saturar nuestro sistema sólo se mostrarán un máximo de 100 frases por palabra.

  • Las botas, las botas.
  • Las botas terminaban en punta.
  • Ya puedes ir a quitarte las botas.
  • Vete a tu cuarto y quítate las botas.
  • Póngase usted las botas le gritó la Superiora.
  • Iba descalza, cogidas las botas por los tirantes.
  • Y a tientas buscó también las botas y se las puso.
  • ¿Qué más da que estén las botas con o sin betún?
  • Y yo le he de refregar la jeta con la suela de mis botas.
  • Te pateo la cara aunque me deshonre las suelas de las botas.
  • Mis botas metían un ruido tremendo por las calles desiertas.
  • Toma tu ropa, tus botas le dijo en voz baja y en tono apacible.
  • Lleva unas botas blancas de verano, pero están muy estropeadas.
  • Las botas miraban con envidia al sombrero por el lustre que tenía.
  • Traía su capa de luto, botas, cuello pequeño y mostachos grandes.
  • Le quisieron hacer limpiar las botas de los marineros, él se negó.
  • Juraba que jamás llevando botas nuevas le había favorecido la suerte.
  • Te voy a poner un vestido muy precioso, tu sombrero, tus botas de charol.
  • Un día hubo de decirle a Papitos, porque no le había limpiado las botas.
  • Luego se vio que desde el corredor alto tiraban un par de botas, luego un mantón.
  • Yo soy muy inglés en todas mis cosas decía con énfasis sobre todo en las botas.
  • Lo merezco, como lo merece toda persona que se enfada porque no le han limpiado las botas.
  • Oyéronse en el corredor pisadas recias, crujir de botas flamantes, y la puerta se abrió.
  • Con el primer dinero que tuve compré una chaqueta, un morral y unas botas grandes con polainas.
  • Ayer noté yo bien marcadas en el felpudo de la entrada las suelas de unas botas de persona fina.
  • En la oscuridad, que surcaban rayas luminosas, veía las botas elegantes y pequeñas de la difunta.
  • Quedose con las piernas tiesas, en calzoncillos, esperando a que su mujer le quitara también las botas.
  • En aquel momento el Arcipreste se inclinaba para saludarla como si fuera a besarle las botas color bronce.
  • Sus botas, por ser domingo, estaban aquel día embetunadas y eran tan chillonas que se oían desde una legua.
  • Yo era el despensero Judas, de botas a bolsa, que desde entonces hereda no sé qué amor a la sisa este oficio.
  • Fortunata bajó un lío de ropa, y recogiendo las botas, se lo dio todo a Mauricia, es decir, se lo puso delante.
  • Quien ve estas botas mías, ¿cómo pensará que andan caballeras en las piernas en pelo, sin media, ni otra cosa?
  • Por fin se oyeron las botas chillonas del ex alabardero bajando la escalera, y doña Lupe reapareció en el gabinete.
  • Al ofrecerle una silla, Ballester parecía poner especial cuidado en dar a conocer sus botas nuevas, resplandecientes.
  • Y entonces se explicó Juanito por qué llevaba muchos días Estupiñá, pegadas a las botas, plumas de diferentes aves.
  • En la cuneta de la carretera se veía a un muerto medio desnudo, sin botas, con el cuerpo cubierto por hojas de helechos.
  • El taconeo irrespetuoso de las botas imperiales, color bronce, que enseñaba Obdulia debajo de la falda corta y ajustada.
  • La saya de bayeta verde de mucho vuelo cubría otra roja que se vislumbraba cerca de los pies calzados con botas de tela.
  • Miró después la cómoda, el baúl y las botas que sobre él estaban, sus propios pies cortados, pero dispuestos a andar.
  • Despachados los más urgentes quehaceres del día, peinose con mucha sencillez, se puso su vestido negro, las botas nuevas.
  • Jacinta le había llevado unas botas, y estaba la chica muy incomodada porque su madre no se las dejaba poner hasta el domingo.
  • ¿Qué padre le daría hoy un par de bofetadas a un hijo de veinte años por haberse puesto las botas nuevas en día de trabajo?
  • Había que perdonarle la vanidad de ostentar en aquella ocasión sus botas como espejos, que sólo se calzaba en tan solemne día.
  • Después sintió pasos y un chillar de botas que la hicieron estremecer, y se quedó muda de terror al ver en la puerta a Maximiliano.
  • Subía la escalera procurando que sus botas no rechinasen, como solían, y preguntaba a Petra en voz baja, con cierto misterio triste.
  • Te voy a traer unas botas muy bonitas le dijo la que quería ser madre adoptiva, echándole las palabras con un beso en su oído sucio.
  • En esto estábamos, cuando vino uno con sus botas de camino y su vestido pardo, con un sombrero prendidas las faldas por los dos lados.
  • También andaba por el suelo la corona real, triturada por las suelas de las botas, y el cetro de toda autoridad corría la misma suerte.
  • Demasiado sabía Vinagre que las botas de charol no existían en tiempo de Augusto, ni aunque existieran las había de llevar Jesús al Calvario.
  • Casi todos llevaban traje negro, boina azul pequeña y algunos, en vez de botas, calzaban abarcas con pieles de carnero, que les envolvían las piernas.
  • Cuando se fue la de Jáuregui, dejando sola a su sobrina, esta mudó de sitio por no ver los pies de Mauricia, calzados con bonitas botas de caña clara.
  • A las niñas que debían salir al portal con velas, se les pusieron los pañuelos de Manila llamados de talle, y la que tenía botas nuevas se las calzaba.
  • Era cosa de ver aquella mujerona descalza, desgarrada, melenuda, despidiendo de sus ojos fiereza, con un lío bajo el brazo y las botas colgando de una mano.
  • Los domingos y los días de labor que faltábamos a clase solíamos ir al arenal, nos quitábamos las botas y las medias y andábamos con los pies descalzos.
  • Él mismo se cortaba el pelo, se lavaba la ropa, se pintaba las botas con tinta cuando tenían alguna hendidura blanca, y se cortaba los flecos de los pantalones.
  • ¡Qué país! Allá los hombres van con unos sombreros blancos y felpudos, casacas de color con los cuellos hasta el cogote, botas altas como las de la caballería.
  • Estaba él orgulloso de aquella pechera, de aquel frac madrileño, de aquellas botas sin tacones que eran la última moda, lo más chic, como ya empezaba a decirse en Vetusta.
  • Pero le bastaba lanzar una mirada a sus botas de charol y a la corbata, siempre de colores vivos, para darse por satisfecho de todas las molestias que le causaba su transformación.
  • En la antesala de la cocina se dio de manos a boca con Máximo Juncal, el médico de Cebre, con bufanda de lana gris arrollada al cuello, chaquetón de paño pardo, botas y espuelas.
  • Vestía el caballero americana oscura y pantalón de cuadros, sombrero de copa, y los indispensables botines blancos cubriendo las botas holgadísimas, con suelas de un dedo de grueso.
  • Estaba persuadido de que un día vería a un señor con el aspecto de marino de los libros de mi tía Úrsula, con patillas, botas altas, levitón y sombrero de hule con cintas colgantes.
  • Además, revolvía la cómoda de Julián, deshacía la cama brincando encima, y un día llegó al extremo de prender fuego a las botas de su profesor, llenándolas de fósforos encendidos.
  • Observó la de Rubín el trajecito azul de Adoración, sus botas, todo su decente atavío, y en aquella inspección fisgona que hizo, sus miradas y las de Jacinta se encontraron alguna vez.
  • Poco después, mirando para la acera de la Casa Panadería, alcanzó a ver a Juan Pablo, sentado en uno de los puestos de limpia botas, y leyendo un periódico mientras le daba lustre al calzado.
  • Todos los domingos, después de almorzar, don Matías, con su levita, sus guantes, su sombrero de copa y sus botas siempre crujientes, se marchaba al Casino Moderado, y no volvía hasta el anochecer.
  • Siempre había en las cuadras caballos o mulas forasteras, masticando abundante pienso, y en los anchos salones se oía crujir incesante de botas altas, pisadas de fuertes zapatos, cuando no pateo de zuecos.
  • Venía el delincuente con las manos en los bolsillos y una gorrita escocesa en la cabeza, las botas nuevas y la ropa de dentro de casa, tan mustio y abatido que era preciso ser de bronce para no compadecerle.
  • Traía aquella noche la chaqueta faldonada, el calzón corto con botas, el sombrero portugués y riquísima capa de grana con forros de seda, que era la prenda más elegante entre los señoritos de la época.
  • Menos aún en el alzacuello, que no traía, ni en la ropa, que era semejante a la de sus compañeros de caza, con el aditamento de unas botas de montar, de charol de vaca muy descascaradas y cortadas por las arrugas.
  • Venía vestido con los trapitos de cristianar, peinado en la peluquería, con una raya muy bien sacada desde la frente a la nuca, y las mechas negras chorreando olorosa grasa, las botas nuevas y sombrero de copa muy lustroso.
  • Levantose, con gran sorpresa de Encarnación, única persona que en la sala estaba, se peinó a la ligera y se puso su falda de merino oscuro, pañuelo de crespón negro, otro de color a la cabeza, mitones colorados, sus botas de caña clara, y.
  • Desde niño le había enseñado su madre a reverenciar la sangre ilustre, y aquel pergamino escrito con tinta roja, miniado, dorado, le parecía cosa muy veneranda, digna de compasión por haber sido pisoteada, hollada bajo la suela de sus botas.
  • Hallábase en lo más entretenido de aquella crítica literaria, tan propia de su oficio, cuando vio que hacia él iban tres individuos de calzón ajustado, botas de caña, chaqueta corta, gorra, el pelo echadito palante, caras de poca vergüenza.
  • Puntas de cigarros adheridas al piso, dos pares de botas inservibles en un rincón, sobre la mesa un paquete de pólvora y en un poyo varios objetos cinegéticos, jaulas para codornices, gayolas, collares de perros, una piel de conejo mal curtida y peor oliente.
  • Al ponerse las botas, la rodilla derecha le dolía como si le metieran por la choquezuela una aguja caliente, y siempre que se inclinaba, un músculo de la espalda, cuyo nombre no sabía él, producíale molestia lacerante, que fuera terrible si no pasara pronto.
  • Al poco rato entró en el despacho un hombre muy flaco, de cara enfermiza y toda llena de lóbulos y carúnculas, los pelos bermejos y muy tiesos, como crines de escobillón, la ropa prehistórica y muy raída, corbata roja y deshilachada, las botas muertas de risa.
  • Yo iba caballero en el rucio de la Mancha, y bien deseoso de no topar nadie, cuando desde lejos vi venir un hidalgo de portante, con su capa puesta, espada ceñida, calzas atacadas y botas, y al parecer bien puesto, el cuello abierto más de roto que de molde, el sombrero de lado.
  • Oh, si le fuera lícito vestir su traje de cazador, su zamarra ceñida, su pantalón fuerte y apretado al muslo, sus botas de montar, su chambergo, entonces sí, iría de paisano, y la vanidad le decía que en tal caso no tendría que temer el parangón con el arrogante mozo a quien aborrecía.
  • Los únicos que mantenían la algazara de la fiesta eran los que, tostados y sudorosos, salían por las puertas del sol golpeándose amigablemente con las arrugadas botas y las vacías calabazas, dando a entender a gritos que el contenido de aquéllas se hallaba en lugar seguro y servía para algo.
  • Hecho a apretarse la cintura con una cuerda, a la manera de los salvajes, en las muchas ocasiones en que le faltaba un mendrugo de pan que roer, el mísero ratoncillo era dichoso cuando le tocaba cazar con gente de pro, de la que se lleva al cazadero botas henchidas de lo añejo, lacones cocidos y cigarros.
  • Se le sublevaba su amor propio de monarca indiscutible en los Pazos de Ulloa al verse tenido en menos que unos catedráticos acatarrados y pergaminosos, y aun que unos estudiantes troneras, con las botas rojas y el cerebro caliente y vibrante todavía de alguna lectura de autor moderno, en la Biblioteca de la Universidad o en el gabinete del Casino.
  • En la penumbra de aquel lugar casi subterráneo, en el hacinamiento de vejestorios retirados por inservibles y entregados a las ratas, la pata de una mesa parecía un brazo momificado, la esfera de un reloj era la faz blanquecina de un muerto, y unas botas de montar carcomidas, asomando por entre papeles y trapos, despertaban en la fantasía la idea de un hombre asesinado y oculto allí.
  • Las tintas rabiosas de los trajes de la huerta, las blancas manchas de los grupos en mangas de camisa, los pantalones rojos de los soldados, los enormes quitasoles de seda granate que parecían robados de una antigua sacristía, los gigantescos abanicos de papel moviéndose con incesante aleteo, las botas de vino que a cada instante se alzaban oblicuamente sobre las cabezas, los gritos, las protestas porque se hacía tarde, todo daba a aquella parte de la plaza un aspecto de locura orgiástica, de brutalidad jocosa.