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Frases que tengan las palabras: con y todo

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Frases con: con y todo

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Estas son todas las frases que tienen TODAS las palabras que has indicado.

  • Zalamero, juicioso y circunspecto como pocos, era de los que se ponen en la primera fila de bancos, mirando con faz complacida al profesor mientras explica, y haciendo con la cabeza discretas señales de asentimiento a todo lo que dice.
  • Tanto hablar de París, y cuando Barbarita creía ver entrar a su hijo hecho una lástima, todo rechupado y anémico, se le ve más gordo y lucio que antes, con mejor color y los ojos más vivos, muchísimo más alegre, más hombre en fin, y con una amplitud de ideas y una puntería de juicio que a todos dejaba pasmados.
  • Trinaba contra todo arancel que no significara un simple recurso fiscal, mientras que Don Baldomero, que en todo era templado, pretendía que se conciliasen los intereses del comercio con los de la industria española.
  • Como que todo Madrid iba allí a comprar agujas, y su papá se carteaba con el fabricante.
  • Por último, las dos amiguitas y otras que se acercaron movidas de la curiosidad, y hasta la propia doña Calixta, que solía descender a la familiaridad con las alumnas ricas, reconocían, por encima de todo sentimiento envidioso, que ninguna niña tenía cosas tan bonitas como la de la tienda de Filipinas.
  • No había más remedio que cargar con todo aquel exceso de género, lo que realmente era una contrariedad comercial en tiempos en que parecía iniciarse la generalización de los abrigos confeccionados, notándose además en la clase popular tendencias a vestirse como la clase media.
  • Él era un señor de muy buena presencia, el pelo entrecano, todo afeitado, colorado, fresco, más joven que muchos hombres de cuarenta, con toda la dentadura completa y sana, ágil y bien dispuesto, sereno y festivo, la mirada dulce, siempre la mirada aquella de perrazo de Terranova.
  • , a no ser lo que era, una matrona respetabilísima con toda la sal de Dios en su corazón, habría visto acudir los hombres como acuden las moscas a una de esas frutas que, por lo muy maduras, principian a arrugarse, y les chorrea por la corteza todo el azúcar.
  • ¿En qué consistía que habiendo sido él educado tan rígidamente por Don Baldomero I, era todo blanduras con su hijo?
  • Para que el progreso pusiera su mano en la obra de aquel hombre extraordinario, cuyo retrato, debido al pincel de Don Vicente López, hemos contemplado con satisfacción en la sala de sus ilustres descendientes, fue preciso que todo Madrid se transformase.
  • La madre, peinada con la mayor sencillez, sin ningún adorno, flácida, pecosa y desprovista ya de todo atractivo personal que no fuera la respetabilidad, pastoreaba aquel rebaño, llevándolo por delante como los paveros en Navidad.
  • Era muy joven cuando entró de hortera en casa de Arnaiz, y allí sirvió muchos años, siempre bien quisto del principal por su honradez acrisolada y el grandísimo interés con que miraba todo lo concerniente al establecimiento.
  • Lances de Iglesia y de milicia y de mujeres y de la corte, con todo lo demás que cae bajo el dominio de la bachillería humana.
  • Un día le embargaron todo, y Estupiñá salió de la tienda con tanta pena como dignidad.
  • Plácido había salvado el honor, que era lo importante, pagando religiosamente a todo el mundo con las existencias.
  • La forma de la cabeza, la sonrisa, el perfil sobre todo, la nariz corva, la boca hundida, los ojos picarescos, eran trasunto fiel de aquella hermosura un tanto burlona, que con la acentuación de las líneas en la vejez se aproximaba algo a la imagen de Polichinela.
  • Y aunque todo ello era inexplicable llegó un momento en que Barbarita dejó de ser curiosa, y no le importaba nada ignorar los desvaríos de su hijo con tal que se reformase.
  • Pero todo lo perdonaba, todo, todito, con tal que aquel trastorno pasase, como pasan las indispensables crisis de las edades.
  • Mas para todo hay remedio menos para la muerte, y Juanito vio con asombro, a poco de intentar la metamorfosis, que las dificultades se desleían como la sal en el agua.
  • Barbarita, que la había criado, conocía bien sus notables prendas morales, los tesoros de su corazón amante, que pagaba siempre con creces el cariño que se le tenía, y por todo esto se enorgullecía de su elección.
  • Pero las consentía y toleraba, poniendo su pensamiento en Dios y confiando en que Este, al verlas, volvería la cabeza con aquella indulgencia propia del que es fuente de todo amor.
  • Formaban la rinconada aquella vetustos caserones de ladrillo modelado a estilo mudéjar, en las puertas gigantones o salvajes de piedra con la maza al hombro, en las cornisas aleros de tallada madera, todo de un color de polvo uniforme y tristísimo.
  • Hablando así se quitaba el sombrero, luego el abrigo, después el cuerpo, la falda, el polisón, y lo iba poniendo todo con orden en las butacas y sillas del aposento.
  • Una tarde fueron a comer a un bodegón de Triana, porque decía Juanito que era preciso conocer todo de cerca y codearse con aquel originalísimo pueblo, artista nato, poeta que parece pintar lo que habla, y que recibió del Cielo el don de una filosofía muy socorrida, que consiste en tomar todas las cosas por el lado humorístico, y así la vida, una vez convertida en broma, se hace más llevadera.
  • Y dale con la tarabilla de que él era esclavo de su deber, y de que lo primero de todo es la familia.
  • El pueblo es muy inocente, es tonto de remate, todo se lo cree con tal que se lo digan con palabras finas.
  • Dijo Santa Cruz preparando todos los chirimbolos de esa dialéctica convencional con la cual se prueba todo lo que se quiere.
  • Mas atendía con ansia a todo lo que pudiera ser síntoma de esperanzas de sucesión.
  • Todo lo que en ella existía de presunción materna, toda la ternura que los éxtasis de madre soñadora habían ido acumulando en su alma se hicieron fuerza activa para responder al miiiii subterráneo con otro miiii dicho a su manera.
  • Ea, chicos, que lo mandéis todo al momento a casa decía con despotismo Estupiñá al despedirse, señalando las compras.
  • Mientras el chocolatero trabajaba, Estupiñá se convertía en mosca, quiero decir que estaba todo el día dando vueltas alrededor de la tarea para ver si se hacía a toda conciencia, porque en estas cosas hay que andar con mucho ojo.
  • No se reconocía con bastante paciencia para encerrarse y estar todo el santo día bostezando el gori gori, ni para ser soldado en los valientes escuadrones de Hermanas de la Caridad.
  • Desde aquel momento pediría a todo bicho viviente, iría de puerta en puerta con la mano así.
  • El Gobierno se lo lleva todo con las contribuciones.
  • Esto me da tantos ánimos que me atrevo con todo.
  • Veremos si al fin me salgo con la mía, que es un grano de anís, nada menos que levantarles un edificio de nueva planta, un verdadero palacio con la holgura y la distribución convenientes, todo muy propio, con departamento de esto, departamento de lo otro, de modo que me quepan allí doscientos o trescientos huérfanos, y puedan vivir bien y educarse y ser buenos cristianos.
  • Los más insignificantes gestos de su esposo, las inflexiones de su voz, todo lo observaba con disimulo, sonriendo cuando más atenta estaba, escondiendo con mil zalamerías su vigilancia, como los naturalistas esconden y disimulan el lente con que examinan el trabajo de las abejas.
  • Con lo que no se conformaba era con no tener chiquillos, porque todo se puede ir conllevando decía, menos eso.
  • Los lengüetazos la despertaban sobresaltada, y con la tristísima impresión de que todo aquello era mentira, lanzaba un ¡ay!, y su marido le decía desde la otra cama.
  • Todo estaba forrado de un satén blanco con flores que el día anterior había visto ella y Barbarita en casa de Sobrino.
  • La miraba con sus ojazos vivos y húmedos, expresando en ellos y en la boca todo el desconsuelo que en la humanidad cabe.
  • Con aquellas ternuras se le pasó a la Delfina todo su furor de coscorrones.
  • La niña, que era de más edad, había construido un hornito con pedazos de ladrillo, y a la derecha de ella había un montón de panes, bollos y tortas, todo de la misma masa que tanto abundaba allí.
  • , todo tocante a damas infieles, guapetonas, que se iban de picos pardos con unos duques muy adúlteros.
  • ¡Pobrecito! exclamó con vivo dolor Jacinta, observando que el mísero traje del Pituso era todo agujeros.
  • Si creía notar que se estremecía con escalofríos, apretaba sí dulcemente, liándose a él para comunicarle todo el calor posible.
  • Lo que harías tú, con las ganas que tienes de chiquillos, sería salir para que todo el mundo te viera con tu bombo, y mandar a Rossini con un suelto a La Correspondencia.
  • En la misma puerta uno o dos horteras vestidos ridículamente de frac, con chistera abollada, las manos sucias y la cara tiznada, gritaban desaforadamente ponderando el género y dándolo a probar a todo el que pasaba.
  • Se me figura dijo con el mismo tono que debe emplear Bismarck para decir al emperador Guillermo que desconfía de la Rusia, que los pavos de la escalerilla no están todo lo bien cebados que debíamos suponer.
  • Todo el resto del día estuvo la insigne dama muy atareada, y Estupiñá saliendo y entrando, pues cuando se creía que no faltaba nada, salíamos con que se había olvidado lo más importante.
  • Fue verdadero festín de cardenales, con desmedida abundancia de peces, mariscos y de cuanto cría la mar, todo tan por lo fino y tan bien aderezado y servido que era una gloria.
  • Mirábalas el Pituso sonriendo con malicia, y los demás niños se apoderaron de ellas, tomando todo género de precauciones para librarlas de las manos destructoras del salvaje, que no se apartaba de su madre adoptiva.
  • Y aquella boca, aquellos labios, el piquito que hace con los labios, sobre todo.
  • Farsante, con todo lo demás que en su gresca matrimonial se acostumbra.
  • Con todo su talento no podía Juan darse explicación satisfactoria del interés, de la curiosidad o afán amoroso que despertaba en él una persona a quien dos años antes había visto con indiferencia y hasta con repulsión.
  • Pero estas cosas estaban muy adentro, en cavernas más hondas que el fondo de la mar, y no llegara a ella la sonda de Jacinta ni con todo el plomo del mundo.
  • El pobre chico, que era muy dócil, con todo se mostraba conforme.
  • Vas a pasar mala noche, con pesadilla y todo, o sea con clase de Materia farmacéutica animal.
  • Y Olmedo lo hacía todo tan al vivo y tan con arreglo a programa, que se emborrachaba sin gustarle el vino, cantaba flamenco sin saberlo cantar, destrozaba la guitarra y hacía todos los desatinos que, a su parecer, constituían el rito de perdido.
  • Todo se reduce a echar muchas babas, y luego ya viene el hombre con otras ideas y otra manera de ser.
  • Su hucha con todo lo que contenía.
  • Esto lastimó el amor propio de Olmedo más que si su amigo le hubiera llenado de insultos, porque todo lo llevaba con paciencia menos que se le rebajase un pelo de la graduación de perdis que se había dado.
  • Con mano trémula, el asesino lo recogió todo menos la calderilla, y se lo guardó en el bolsillo del pantalón.
  • Por evitar este ruido inoportuno, Maximiliano se metió un pañuelo en aquel bolsillo, atarugándolo bien para que las piezas de plata y oro no chistasen, y así fue en efecto, pues en todo el trayecto desde Chamberí hasta la casa de Torquemada el oído de doña Lupe, que siempre se afinaba con el rumor de dinero como el oído de los gatos con los pasos del ratón, y hasta parecía que entiesaba las orejas, no percibió nada, absolutamente nada.
  • Los muebles se los alquiló una vecina que había levantado casa, y Rubín atendió a todo con tal tino, que Fortunata se pasmaba de sus admirables dotes administrativas, pues no tenía ni idea remota de aquel ingenioso modo de defender una peseta, ni sabía cómo se recorta un gasto para reducirlo de seis a cinco, con otras artes financieras que el excelente chico había aprendido de doña Lupe.
  • Pero con todo, mandábala que fuese al grano, a las cosas graves, como lo referente al hijo que había tenido.
  • Con el mundo entero armaba camorra, y todo el veneno que iba amasando en su maldecida alma, por la mala suerte, lo descargaba sobre su querida.
  • Algunos lo hacía todo tan bien y con tanta diligencia y aseo, que doña Lupe decía que era una perla.
  • Ya estaba la mesa puesta, porque la mujer aquella multiplicaba el tiempo, y como quisiera, todo lo hacia con facilidad y prontitud.
  • Dirigiose a su cuarto sorprendido de ver luz en él, y al encarar con su tía, que estaba revolviendo el tercer cajón de la cómoda, comprendió que su secreto había sido descubierto, y le corrieron escalofríos de muerte por todo el cuerpo.
  • Con todo, ni por un instante se le ocurría ceder.
  • Era juiciosa, razonable, se hacía cargo de todo, miraba con ojos un tanto escépticos las flaquezas humanas, y sabía perdonar las ofensas y hasta las injurias.
  • Se acordaba de su Jáuregui y de las cosas oportunas y sapientísimas que este decía sobre todo desgraciado que se metía con curas, pues era lo mismo que acostarse con niños.
  • Podría suceder muy bien que cuando todo iba como una seda, saliese con ciertas mistiquerías propias de su oficio, sacando el Cristo de debajo de la sotana y alborotando la casa.
  • Nada, señor, pero nada declaró ella, disgustada ya del papel de Dama de las Camelias, porque si el casarse con Maximiliano era una solución poco grata a su alma, la vida pública la aterraba en tales términos, que todo le parecía bien antes que volver a ella.
  • Tenemos ya una gran base de arreglo, que es su conformidad de usted con todo lo que le mande este pobre sacerdote.
  • Cubriole su amiga la mitad del cuerpo con una manta, púsole almohadas para que recostase la cabeza, y a medida que esto hacía, le aplacaba la curiosidad contándole precipitadamente todo.
  • Hay que ir allá, como he ido yo, para hacerse cargo de las intrigas de la gentualla de sotana, que todo lo quiere para sí, y no va más que a desacreditar con calumnias y chismes a los que verdaderamente trabajan.
  • Había de conocerse hasta en los menores detalles, que la visitada era una moza de cáscara amarga, con recomendables pretensiones de decencia, y la visitante una señora, y no una señora cualquiera, sino la señora de Jáuregui, el hombre más honrado y de más sanas costumbres que había existido en todo tiempo en Madrid o por lo menos en Puerta Cerrada.
  • Tanta piedad podía llegar a ser una desgracia para él, porque si Fortunata se entusiasmaba mucho con la religión y se volvía santa de veras, y no quería más cuentas con el mundo, sino quedarse allí encerradita adorando la custodia durante todo el resto de sus días.
  • El barroquismo sin gracia de nuestras parroquias, los canceles llenos de mugre, las capillas cubiertas de horribles escayolas empolvadas y todo lo demás que constituye la vulgaridad indecorosa de los templos madrileños, no tiene que echar nada en cara a las cursilerías de esta novísima monumentalidad, también armada en yesos deleznables y con derroche de oro y pinturas al temple, pero que al menos despide olor de aseo, y tiene el decoro de los sitios en que anda mucho la santidad de la escoba, del agua y el jabón.
  • Y mientras se sentaban, miró con terror al amigo de su sobrino, que era lo mismo que un buey puesto en dos pies, y pensaba que si el apetito correspondía al volumen, todo lo que en la mesa había no bastara para llenar aquel inmenso estómago.
  • Gustábale calzarse en el pie derecho el grueso escobillón, y arrastrando el paño con el izquierdo, andar de un lado para otro en la vasta pieza, con paso de baile o de patinación, puesta la mano en la cintura y ejercitando en grata gimnasia todos los músculos hasta sudar copiosamente, ponerse la cara como un pavo y sentir unos dulcísimos retozos de alegría por todo el cuerpo.
  • Iniciábasele aquel trastorno a Mauricia como se inician las enfermedades, con síntomas leves, pero infalibles, los cuales se van acentuando y recorren después todo el proceso morboso.
  • Estos monosílabos guturales los emitía con todo el grueso de su gruesísima voz, y con tal acento de sarcasmo infame y de grosería, que habrían sacado de quicio a personas de menos paciencia y flema que Sor Natividad y sus compañeras.
  • En efecto, Mauricia empezó a sentirse alegre, y con la alegría vínole una viva disposición del ánimo para la obediencia y el trabajo, y tantas ganas le entraron de todo lo bueno, que hasta tuvo deseos de rezar, de confesarse y de hacer devociones exageradas como las que hacía Sor Marcela, que, al decir de las recogidas, llevaba cilicio.
  • ¡Cuántas memorias evocadas, cuántas sensaciones reverdecidas en aquellos poquitos compases y vueltas de las pobres reclusas! ¡Qué recuerdo tan vivo de las polkas bailadas con horteras en el salón de la Alhambra, de tarde, levantando mucho polvo del piso, las manos muy sudadas y chupando caramelos revenidos! Y lo peor de todo y lo que en definitiva las había perdido era que aquellos benditos horteras iban todos con buen fin.
  • ¡Cosa más rara! ¡Y ella había tenido en su mano, días antes, para limpiarle unas gotas de cera, aquel mismo manto que había servido para pagar, digámoslo así, la salvación del chico de Santa Cruz! Y no obstante, todo era muy natural, sólo que a ella se le revolvían los pensamientos y le daba qué pensar, no el hecho en sí, sino la casualidad, eso es, la casualidad, el haber tenido en su mano objetos relacionados, por medio de una curva social, con ella misma, sin que ella misma lo sospechara.
  • Si hubiera ella ido al convento algunos días antes, habría asistido a la solemne misa, con obispo y todo, que se dijo en acción de gracias por haberse puesto bueno el tal.
  • Al oírlas, un relámpago glacial le corría por todo el espinazo, y sentía que las insinuaciones de su compañera concordaban con sentimientos que ella tenía muy guardados, como se guardan las armas peligrosas.
  • Pero ahora, hija, me sales con que sí, serás honrada, todo lo honrada que Yo quiera, siempre y cuando que te dé el hombre de tu gusto.
  • Belén se había puesto a charlar por lo bajo con una monja llamada Sor Facunda, que era la marisabidilla de la casa, muy leída y escribida, bondadosa e inocente hasta no más, directora de todas las funciones extraordinarias, camarera de la Virgen y de todas las imágenes que tenían alguna ropa que ponerse, muy querida de las Filomenas y aún más de las Josefinas, y persona tan candorosa, que cuanto le decían, sobre todo si era bueno, se lo creía como el Evangelio.
  • ¡Cómo brillaban los rayos de oro que circundan el viril, y qué misteriosa y plácida majestad la de la hostia purísima, guardada tras el cristal, blanca, divina y con todo el aquel de persona, sin ser más que una sustancia de delicado pan! Con increíble arrogancia Mauricia descendía, sin sentir peso alguno.
  • Ya, ¡cómo estará aquel cuerpo con todo ese líquido ardiente! Nunca nos había pasado otra.
  • A usted, sí, y a todo el género mundano gritó con voz tan ronca, que apenas se entendía, so tía pastelera.
  • Todo se sabe replicó la Dura con malicia.
  • Por fin, a eso de las cuatro fueron desfilando, teniendo la desposada que oír los plácemes empalagosos que le dirigían, confundidos con bromas de mal gusto, y contestar a todo como Dios le daba a entender.
  • En aquel acto, todo lo que constituye la entidad moral había desaparecido con total eclipse del alma de la infortunada mujer.
  • Todo esto se decía con un cuchicheo cauteloso, y lo mismo lo habrían dicho aunque no hubiera allí un enfermo cuyo sueño había que respetar.
  • Miraba todo con la curiosidad alborozada que las cosas más insignificantes inspiran a la persona salida de un largo cautiverio.
  • Me parece mentira dijo él, que te tengo aquí, cogida otra vez con lazo, fierecita mía, y que puedo pedirte perdón por todo el mal que te he hecho.
  • Fortunata siguió inquiriendo con molesta curiosidad todo lo que quería saber respecto a la intimidad de los esposos.
  • Por el lado económico todo iba a pedir de boca, porque mientras llegaba el día de ganar con su profesión, podía vivir bien con la corta renta de la herencia.
  • La única defensa del que estaba debajo era clavar sus uñas, afilándolas con el pensamiento, en los brazos, en las piernas, en todo lo que alcanzaba del vencedor.
  • Pero probablemente concluiría todo con una fuerte jaqueca.
  • Después cogía la cuchara con la mano izquierda y con la derecha iba echando pausadamente los terrones, dirigiendo miradas indulgentes a todo el local y a las personas que entraban.
  • Como veterano del café sabía tomarlo con aquella lentitud y arte que corresponden a todo acto importante.
  • Después de expresar con un gran suspiro la lástima que tenía de este pobre país, seguía tomando su café con indolencia, pero con apetito, porque para Don Basilio era verdadero alimento, y lo tomaba colmado, en vaso, y dejando rebosar todo lo posible en el plato para trasegarlo después frío al vaso.
  • La jorobada y un su hermano, también algo cargado de espaldas, entraban con las manos de papel, y dando brazadas por entre las mesas del centro, iban alargando periódicos a todo el que los pedía.
  • Toda la parte religiosa del programa carlista la descartaba, quedándose tan sólo con la política, porque ya había visto prácticamente que los curas lo echan todo a perder.
  • La ráfaga de ambición que pasa por la mente de todo español con más o menos frecuencia haciéndole decir si yo fuera poder, le soplaba a Rubín dos o tres veces cada día, más bien como sueño que como esperanza.
  • Entre col y col, Ruiz pasaba un rato con sus amigos los espiritistas, y les alentaba a organizarse, a establecerse, a alquilar un local, y sobre todo a fundar un órgano en la prensa.
  • Iba también a aquel corrillo Aparisi el concejal, a quien tenían ya medio trastornado los apóstoles, Pepe Samaniego, que no se dejaba embaucar, y Dámaso Trujillo, el dueño de la zapatería titulada Al ramo de azucenas, que todo se lo creía como un bendito, y a solas en su casa hacía experimentos con una banqueta de zapatero.
  • Pero Ramsés II, cuyo verdadero nombre era Villaamil, no tenía más consuelo que aplicar su oreja seca y amarilla a la conversación, por si escuchaba algo de crisis o de trifulca próxima que diese patas arriba con todo.
  • Quería instruirse a todo trance, labor inmensa y difícil por carecer de base, pues su padre, con la idea de que al comerciante le estorba el latín, no le permitió aprender más que las cuatro reglas y un poco de francés.
  • Encontrábase mi hombre con fuerza dialéctica y entusiasmo bastantes para predicar y extender por todo el mundo aquellas verdades.
  • Los gustos extranjeros de aquel hombre y el desamor que a su patria mostraba, eran ocasión de empeñadas reyertas entre él y Don Baldomero, que defendía todo lo del Reino con sincero entusiasmo.
  • Recíbele todo lo que quieras dijo él variando de táctica con la rapidez del genio.
  • Había laminitas compradas en baratillos, con marcos de cruceta, y otras mil porquerías con pretensiones de lujo y riqueza, todo ello anterior a la transformación del gusto que se ha verificado de diez años a esta parte.
  • Sentado en el sofá y con el sombrero puesto, Juan contempló aquel día todo lo que allí había, gozándose en la idea de que lo miraba por última vez.
  • Ver esto y pararse en firme, con cierta frialdad en el alma, sintiendo el choque interior de toda velocidad bruscamente enfrenada, fue todo uno.
  • Pues porque no dan escándalos, y todo se lo tapan unas con otras.
  • ¿Y cuando se empeñaba en que me pusiera yo esos cuerpos tan ceñidos, tan ceñidos que con ellos parece que enseña una todo lo que Dios le ha dado?
  • Antes que volver con Maximiliano afirmó Fortunata poniendo la cara más seria que sabía poner, todo lo paso, todo.
  • Pero en todo aquello que se relaciona con el amor, la dignidad consiste en guardar el decoro.
  • El sonido se le escapaba, como si el mundo todo con su bulla y las palabras de los hombres se hubieran ido más lejos.
  • Todo se perdona, hija, todo, todo dijo el enfermo con indulgencia empapada en escepticismo.
  • Demasiado sabía que un hombre de quien se han recibido tales favores hay que creerle siempre todo lo que dice, y que se contrae con él la obligación tácita de ser de su opinión en cualquier disputa, y de ponerse serio cuando él recomienda la seriedad.
  • Nada, es que me quiere convencer manifestó Maximiliano con calor, de que todo es fuerza y materia.
  • Hizo la distribución de todo con un acierto que declaraba su gran delicadeza y el aprecio que hacía de las amistades consecuentes.
  • Al levantarse, por la mañana temprano, preveía todos los sucesos y acciones del día que empezaba, y se preparaba para ellos con una evocación mental de su energía, y con la distribución metódica de las horas para todo lo previsto y probable.
  • Con todo, ¡lo que me ha venido contando estos días me parece tan extraño.
  • Él dirá qué hacemos con todo este guano.
  • La fundadora, con aquella actividad vivaracha que en todo ponía, dictó a Severiana algunas disposiciones para la ceremonia que se preparaba.
  • El que llevaba el copón, bien abrigadito con un refajo atado al cuello, daba las zapatetas más atrevidas que se podrían imaginar, y hasta vueltas de carnero, poniendo todo su arte en recobrar la actitud reverente en el momento mismo de tomar la vertical.
  • Antes de partir, el doctor habló con Guillermina en la sala, diciéndole que aquello no podía menos de acabar mal, y que a todo tirar, tiraría dos días.
  • Pensaba preguntar a su sabio amigo y maestro, por qué todo aquel desorden se había manifestado a consecuencia de las breves palabras que cruzó con Jacinta.
  • Los chiquillos ensucian la casa, todo lo revuelven y enredan, y dan enormes disgustos con sus enfermedades y travesuras.
  • Todo lo llevo con paciencia.
  • Y sobre todo, los derechos que usted podría tener, los ha perdido con su mala conducta.
  • Tan abstraído estaba y tan apartado de todo lo que no fuera el torbellino de letras en que nadaban sus ojos y con sus ojos su espíritu.
  • Yo estoy con mucho ojo, y aunque parezca que no veo nada, lo veo todo.
  • Mas él daba a conocer con suspiros profundos que la tormenta de su alma no estaba del todo extinguida.
  • Todo aquel fárrago de sentencias estéticas lo guardaba con las cartas y los mechones de pelo.
  • Verán, verán el nuestro, con todo lo que hay de más lindo, para llamar la atención, y hacer que la gente se pare y entre a comprar algo.
  • Salió a despedirles a la puerta de la botica, se puso muy tieso, y estirándose todo lo posible sobre la base de sus zapatillas, les siguió con la vista hasta que desaparecieron en lo alto de la calle.
  • Esta mujer quiere ser el Papa pensaba, y con tal que la hagan Papa, se aviene a todo.
  • Los espasmos de Maxi, todo continuaba repitiéndose de día en día con regularidad de programa.
  • Fortunata hacía que le ayudase a estirar la ropa o a devanar madejas, y él se prestaba a todo con sumisión.
  • Todo lo que quieras, con tal que te tomes ahora este chocolatito.
  • En todo reparó ella, demostrándolo con una sonrisa picaresca.
  • Te aseguro que le va a arder el pelo al tal primito con todo su mal de corazón y su extranjerismo.
  • Comió en casa de los de Santa Cruz, y estos lo notaron sombrío, padeciendo chocantes distracciones, y tan indiferente a todo, que ni siquiera tomaba con calor la defensa de sus principios y gustos extranjeros, cuando Barbarita, por combatirle la murria, sacaba a relucir algún tema de entretenida polémica sobre este punto.
  • Mientras esta duró, la ilustre dama, aunque no apartaba su atención del Oficio, pudo advertir que su sobrino estaba tras ella, cumpliendo con todo el ritual como cualquier devoto, arrodillándose y levantándose en las ocasiones convenientes.
  • No, si yo no me opongo a que vivan todo lo que quieran replicó Moreno con energía.
  • Reconocerse uno parte de ella, y todito con aquel gran todo.
  • Morirse, desprenderse de las lacerias de este mundo, y sentirse luego persona idéntica a la persona viva, gozando todo lo que hay que gozar y amando y siendo amada con arrobamientos que no se acaban nunca.
  • El ojo derecho no estaba ya todo lo abierto que debía, a causa de una rija, y el párpado inferior del mismo había adquirido notoria semejanza con un tomate, a consecuencia de la aplicación de un puño cerrado, de lo que resultó una inflamación que vino a parar en endurecimiento.
  • Miro todo esto con cariño.
  • Con todo, pienso decirle algo, porque en último caso, con dejarle el cuarto hemos concluido.
  • Iba de continuo a la casa, y en todo cuanto hablaba con su tía, era de la opinión de esta, ya fuese de Política, ya de Hacienda lo que se tratara.
  • El suelo, a la mañana tan puro y albo, era ya al mediodía charca cenagosa, en la cual chapoteaban los barrenderos y mangueros municipales, disolviendo la nieve con los chorros de agua y revolviéndola con el fango para echarlo todo a la alcantarilla.
  • Divertido era este espectáculo, sobre todo cuando restallaban los airosos surtidores de las mangas de riego, y los chicos se lanzaban a la faena, armados con tremendas escobas.
  • Habla de todo con tino, y no hace ningún disparate.
  • Con el cambio de vida y domicilio, reanudó la señora de Rubín algunas relaciones de familia que estaban absolutamente quebrantadas, siendo de notar entre ellas la de José Izquierdo, que, empezando por ir a cenar con su hermana y sobrina algunas noches, acabó, conforme a su genial parasitario, por estar allí todo el tiempo que tenía libre.
  • Ganaba mi hombre todo lo que necesitaba, y era venturoso, y la sujeción del día la compensaba con las largas expansiones de charla y copas que se daba de noche en algún café, convidando a los amigos.
  • Rechazaba de su mente con tenaz repugnancia todo lo que no fuera obra de la razón y del cálculo, no desmintiendo esto ni en las cosas más insignificantes.
  • Él se dejaba querer, y apenas tomaba parte en la tertulia, como no fuera con los silogismos que mentalmente hacía sobre todo lo que allí se charlaba.
  • Después, cuando entraron Ido, Refugio y otras personas, estuvo muy comunicativo, discurriendo admirablemente sobre todo lo que se trató, que fue la insurrección de Cuba, el alza de la carne, lo que se debe hacer para escoger un bonito número en la lotería, la frecuencia con que se tiraba gente por el Viaducto de la calle de Segovia, el tranvía nuevo que se iba a poner y otras menudencias.
  • Todo con la pura lógica, tía, con la lógica seca.
  • Que salió Juan Pablo de la casa renegando de su estrella, de su tía y de todo el género humano, revolviendo en su mente propósitos de venganza con proyectos de suicidio, pues estaba el infeliz como el náufrago que patalea en medio de las olas, y ya no podía más, ya no podía más.
  • Determinose en él con poderosa fuerza el rencor de otros tiempos, aquel rencor concentrado y sutil que era como un virus ponzoñoso, tan pronto manifiesto como latente, y que al derramarse por todo su ser, producía tantos y tan distintos fenómenos cerebrales.
  • Todo el día siguiente estuvo con la misma confusión en su mente.
  • Estas ideas, que fermentaron en el cerebro de aquella gran diplomática y ministra durante todo el mes de Marzo, determinaron los recaditos que mandó a Fortunata con Ballester, el encargo que hizo a Quevedo de asistirla cuando el caso llegara, no vacilando en decir al feo y hábil profesor de obstetricia que sus honorarios no serían perdidos.
  • Vi Estuvo con un humor de mil diablos todo el Jueves y Viernes Santo.
  • Y no dejaron de molestarle también y entorpecerle ciertas disensiones domésticas, pues Refugio, que ya se estaba dando pisto de gobernadora, y se había despedido de sus amigas con ofrecimientos de protección a todo el género humano, se quedó helada cuando su señor le dijo que no la podía llevar.
  • Y aunque alentara, con respecto a la señora de Rubín, pretensiones amorosas a plazo largo, no dejaban por eso de ser puros y desinteresados sus actos de caridad, y habrían sido lo mismo aun en el caso de que su amiga espantara de fea y careciese de todo atractivo personal.
  • Pero paso por todo con tal de ver la cara que pone delante de este hijo.
  • Y la otra, con todo su ángel, no toca pito, no toca pito.
  • Y lo mismo fue ver a Rubín que volarse, soltando por aquella boca sapos y culebras y echando la culpa de todo a su hermano y al tagarote inútil de don José Ido, el cual, viéndose insultado, a su parecer tan sin motivo, hacía contracciones casi inverosímiles con los músculos de la cara, juntando un ojo con la boca y encaramando el otro hasta la raíz del pelo.
  • Y fue tal el vocerío que hubo de presentarse en la puerta, que estaba abierta, Estupiñá, y penetró en la casa con ademanes policiacos, mandando callar a todo el mundo y amenazando con traer una pareja.
  • Desde la entrevista con su marido, Fortunata se puso tan inquieta, que Segunda tuvo que enfadarse para impedir que se levantara, pues quería hacerlo a todo trance.
  • ¡engañar a dos, a dos, señora, a mí y a la otra, que es un ángel, según dice todo el mundo! Dígale usted que su cuenta con la Samaniega está ajustada.
  • Quiso la dama hablarle, y no pudo decir una palabra, pues con todo su talento y práctica del mundo no acertaba con la clave de las ideas que ante aquel hombre, dada la situación de él, debía desarrollar.
  • Expresábase él con admirable serenidad y con fácil y aun ingeniosa palabra, sin atropellarse ni vacilar un instante, las facciones reposadas, todo cortesía y aplomo.
  • Híceme cargo de todo lo que había pasado durante mi enfermedad, que más bien me parecía sueño, y vi la infidelidad de esa desgraciada, vi también que tenía una cría, y la claridad de aquella razón nueva y robusta que yo había echado, me hizo ver un caso de aplicación de la justicia, y consideré que era de mi deber contribuir a la extirpación del mal en la humanidad, matando a esa infeliz, con lo cual la redimía, porque yo he dicho siempre.
  • Pero todo se volvía contar el lance con Aurora, dándole proporciones trágicas, y una vez concluido, lo empezaba de nuevo, revelando contra la que fue su amiga una saña implacable.
  • A pesar de todo, no quería Ballester irse sin llevarle por delante, y tanto bregó con él, que hubo de conseguirlo.
  • Todo y mucho más se lo merece usted, carambita replicó el farmacéutico con efusión de cariño.
  • Pues con todo su mérito y su santificación, ¿no se alegrarla ella de que me quitaran a mí de en medio?
  • Yo rompería con todo, si no fuera porque me será difícil encontrar colocación inmediatamente, y crea usted que un periodo de vacaciones me balda.
  • Y para que conste, yo juro ante Dios y los hombres que perdono con todo mi corazón a esa desventurada a quien quise más que a mi vida, y que me hizo tanto daño.
  • De las techumbres de paja de las barracas salían las bandadas de gorriones como un tropel de pilluelos perseguidos, y las copas de los árboles empezaban á estremecerse bajo los primeros jugueteos de estos granujas del espacio, que todo lo alborotaban con el roce de sus blusas de plumas.
  • Y no pudiendo con todo el trabajo, dejaba improductiva y en barbecho la mitad de su tierra feraz, pretendiendo con el cultivo de la otra mantener á la familia y pagar al amo.
  • Y mientras ellas, que ya comenzaban á llamar la atención de los mozos de la huerta, asistían con pañuelos de seda nuevos, vistosos, y planchadas y ruidosas faldas á las fiestas de los pueblecillos, ó despertaban al amanecer para ir descalzas y en camisa á mirar por las rendijas del ventanillo quiénes eran los que cantaban les albaes 2 ó las obsequiaban con rasgueos de guitarra, el pobre tío Barret, empeñado cada vez más en nivelar su presupuesto, sacaba, onza tras onza, todo el puñado de oro amasado ochavo sobre ochavo que le había dejado su padre, acallando así á don Salvador, viejo avaro que nunca tenía bastante, y no contento con exprimirle, hablaba de lo mal que estaban los tiempos, del escandaloso aumento de las contribuciones y de la necesidad de subir el precio del arrendamiento.
  • Y prestó dinero á Barret, con el insignificante detalle de exigirle una firma los negocios son negocios al pie de cierto papel en el que se hablaba de interés, de acumulación de réditos, de responsabilidad de la deuda, mencionando para esto último los muebles, las herramientas, todo cuanto poseía el labrador en su barraca, incluso los animales del corral.
  • La gente de la huerta, con la facilidad que tiene todo el mundo para olvidar la desgracia ajena, apenas si de tarde en tarde recordaba la espantosa tragedia del tío Barret, preguntándose qué sería de sus hijas.
  • Y el duro pan parecía más sabroso, el vino mejor, el trabajo menos pesado, imaginándose las rabietas de los dos avaros, que con todo su dinero habían de sufrir que los rústicos de la huerta se burlasen de ellos.
  • Aquel hombre parecía poseer con sus membrudos brazos dos varitas mágicas que lo transformaban todo al tocarlo.
  • V Todos los días, al amanecer, saltaba de la cama Roseta, la hija de Batiste, y con los ojos hinchados por el sueño, extendiendo los brazos con gentiles desperezos que estremecían todo su cuerpo de rubia esbelta, abría la puerta de la barraca.
  • Esta devoción no les impedía que riesen cantando, y por lo bajo, entre oración y oración, se insultasen y apalabrasen para darse cuatro arañazos á la salida, pues estas muchachas morenas, esclavizadas por la rígida tiranía que reina en la familia labriega y obligadas por preocupación hereditaria á estar siempre ante los hombres con los ojos bajos, eran allí verdaderos demonios al verse juntas y sin freno, complaciéndose sus lenguas en soltar todo lo oído en los caminos á carreteros y labradores.
  • Tenía tal facilidad para aprenderlo todo, que á las pocas semanas ganaba tres reales diarios, casi el máximum del jornal, con grande envidia de las otras.
  • Todo á cambio de malcomer él y su abuelo y de ir hecho un rotoso, con ropas viejas de su amo.
  • Y la muchacha, como si estuviera hilando un capullo, agarraba estos cabos sueltos de su memoria y tiraba y tiraba, recordando todo lo de su existencia que tenía relación con Tonet.
  • Ahora se reunía con su novio en pleno día, y nunca faltaban en el camino compañeras de la fábrica ó mujeres del vecindario, que al verles juntos sonreían maliciosamente adivinándolo todo.
  • Ellos debían evitar todo roce con los demás.
  • Y el de las pelotillas lo aprobaba todo, contento con salir de la advertencia sin cañazo, cuando otro grandullón que estaba á su lado en el banco y debía guardar antiguos resentimientos, al verle de pie y con las posaderas libres, le aplicó en ellas un pellizco traidor.
  • ¡Mentira, todo mentira! ¡Donde estaba el padre Nevot no podía existir otro! Había que verlo con el hábito arremangado, sobre su jaca, con sable corvo y pistolas.
  • Las mujeres con unas faldas como fundas de flauta, tan estrechas, que se les marca todo lo que queda dentro.
  • Y para demostrarlo con el ejemplo, movía la caña que era un gusto, introduciendo á golpes en el redil de la sabiduría á todo el rebaño de pilletes juguetones.
  • Los agresores huían, se desbandaban, y arrepentidos de su hazaña al verse solos, pensaban aterrados, con el fácil cambio de impresiones de la infancia, en aquel pájaro que lo sabía todo y en lo que les guardaba don Joaquín para et día siguiente.
  • Y como todo esto, en concepto del ventrudo patrón, era una deshonra para su establecimiento, al escuchar las murmuraciones de las comadres volvía á enfurecerse, amenazando con su cuchilla al tímido criado, ó increpaba al tío Tomba para que corrigiese al pillete de su nieto.
  • La muerte del pequeño se había transmitido rápidamente por todo el contorno, gracias á la extraña velocidad con que circulan en la huerta las noticias, saltando de barraca en barraca en alas del chismorreo, el más rápido de los telégrafos.
  • Y al fin, dormíanse con el propósito de deshacer al día siguiente todo el mal causado, de ir por la mañana á ofrecerse á la familia, á llorar sobre el pobre niño.
  • De la crisis de la víspera había salido anonadado, y miraba todo esto con indiferencia, como si la barraca no le perteneciese ni el pobrecito que estaba en la cama fuese su hijo.
  • Un hábito de gasa tejida con hebras de plata, unas sandalias, una guirnalda de flores, todo blanco, de rizada nieve, como la luz del alba, cuya pureza simbolizaba la del pobrecito albat.
  • Cuatro muchachas con hueca falda, mantilla de seda caída sobre sus ojos y aire pudoroso y monjil, agarraron las patas de la mesilla, levantando todo el blanco catafalco.
  • Todo exige un principio, y si los tiempos eran buenos, á este dinero se uniría otro y otro, y ¡quién sabe si al llegar los chicos á la edad de las quintas podría librarlos con sus ahorros de ir á servir al rey como soldados! La reconcentrada y silenciosa alegría de la madre notábase también en Batiste.
  • Todo el contorno parecía tener la vista fija en la taberna, esparciéndose con celeridad prodigiosa las noticias sobre el curso de la apuesta.
  • Allí las estrellas de pastaflora, las tortas de pasas, los rollos escarchados de azúcar, las magdalenas, todo con cierto tonillo obscuro y motas sospechosas que denunciaban antigüedad, y el queso de Murviedro, tierno, fresco, de suave blancura, en piezas como panes, destilando todavía suero.
  • Dos días de aguardiente á todo pasto, con sus dos noches pasadas en turbio, empezaban á pesar sobre él.
  • Veritat 23 decían en todo el corro, apoyando las razones de Pimentó con furiosas cabezadas.
  • Y ahora, repentinamente, después de la dulce flojedad de diez años de triunfo, con la rienda á la espalda y el amo á los pies, venía el cruel tirón, la vuelta á otros tiempos, el encontrar amargo el pan y el vino más áspero pensando en el maldito semestre, y todo por culpa de un forastero, de un piojoso que ni siquiera había nacido en la huerta, descolgándose entre ellos para embrollar su negocio y hacerles más difícil la vida.
  • Lo dijo con la cabeza, con su sonrisa de desprecio, con una mirada de firmeza y de reto que fijó en todo el corro.
  • Y los hombres salían de sus casas dispuestos á todo, con la abnegación y la solidaridad de los que viven en pleno campo.
  • Pero los muertos no entienden razones, y el espectro, procediendo como un bandido, sonreía ferozmente, y de un salto se subía á la cama, sentándose sobre él, oprimiéndole la herida del hombro con todo su peso.
  • Arriba, la fachada de piedra lisa, amarillenta, carcomida, con un retablo de gastada es cultura, dos portadas vulgares, una fila de ventanas bajo el alero, santos berroqueños al nivel de los tejados, y como final, el campanil triangular con sus tres balconcillos, su reloj descolorido y descompuesto, rematado todo por la fina pirámide, a cuyo extremo, a guisa de veleta y posado sobre una esfera, gira pesadamente el pájaro fabuloso, el popular pardalòt con su cola de abanico.
  • La plaza, con sus puestos de venta al aire libre, sus toldos viejos, temblones al menor soplo del viento, y bañados por el rojo sol con una transparencia acaramelada, sus vendedores vociferantes, su cielo azul sin nube alguna, su exceso de luz que lo doraba todo a fuego, desde los muros de la Lonja a los cestones de caña de las verduleras, y su vaho de hortalizas pisoteadas y frutas maduras prematuramente por una temperatura siempre cálida, hacía recordar las ferias africanas, un mercado marroquí con su multitud inquieta, sus ensordecedores gritos y el nervioso oleaje de los compradores.
  • Y subieron a la acera de la Lonja, pasando por entre los grupos de gente menuda que, con un dedo en la boca o hurgándose las narices, contemplaba respetuosamente los pastorcillos de Belén y los Reyes Magos hechos de barro y colorines, estrellas de latón con rabo, pesebres con el Niño Jesús, todo lo necesario, en fin, para arreglar un Nacimiento.
  • Un martilleo estridente, un incesante trac trac del latón aporreado salía de cada una de las covachuelas, cuyas entradas lóbregas, empavesadas con candiles y farolillos, alcuzas y coberteras, todo nuevo, limpio y brillante, recordaban las lorigas de aceradas escamas de los legionarios romanos.
  • Soy pobre, pero aún tengo para no morirme de hambre, y sobre todo, con orden y economía, sin querer aparentar más de lo que realmente se tiene, lo pasa cualquiera tan ricamente.
  • Todo apetitoso y exótico, pero tan caro, que al oír sus precios retrocedían con asombro los buenos burgueses que por espíritu de economía iban al Mercado con la espuerta bajo la raída capa.
  • ¡ Tío morra !, repitiendo la frase un sinnúmero de veces con la furia de una virtud salvaje que quiere enterar a todo el mundo de su ruda castidad.
  • La gente parábase entre asombrada y curiosa, el cochero reía abriendo sus quijadas de a palmo, y el vejete, cabizbajo, como si todo aquello no rezase con él, escurríase discretamente entre el gentío.
  • Ahora, las chicuelas que vendían sin licencia corrían perseguidas hacia la calle de San Fernando, y otra vez el rebaño de la miseria, greñudo, sucio, con las ropas caídas, pasó azorado y veloz con triste chancleteo, arrollándolo todo, mostrando la palidez del hambre a la muchedumbre glotona y feliz.
  • Todo aquello, aunque a don Antonio le estaba mal el decirlo, lo había dicho y repetido cuantas veces hablaba con la viuda de su antiguo principal.
  • Todo esto sin perjuicio de faltar a la ordenanza, abandonando el puesto con frecuencia para dar un vistazo a sus casas.
  • Llegaban en grupos, escalonando sus viajes por meses, cual hordas hambrientas que con la mirada querían devorarlo todo.
  • Con sus borceguíes lustrosos, una chaqueta vieja del amo arreglada chapuceramente, la cabeza siempre descubierta, con pelos agudos como clavos y las orejas llenas de sabañones en todo tiempo, era Melchorico el aprendiz más gallardo de cuantos asomaban la cabeza a las puertas para llamar a los compradores reacios.
  • Salía cuando quería, bajaba a la tienda algunas veces, como quien va a un lugar de entretenimiento, a distraerse viendo gentes y caras nuevas, y era dueña absoluta de todo el dinero de la casa, con gran descontento de don Eugenio y del avaro Fraile.
  • Todo se realizó tal como lo dispuso doña Manuela, y ésta, a los pocos días, recordaba como un sueño la estancia de seis años en la tienda del Mercado, y se consideraba feliz pudiendo pasear en berlina por la Alameda y teniendo un lacayo a sus órdenes para enviar recaditos a las nuevas amigas, esposas de magistrados y militares, señoras a las cuales, por ser rica, trataba con aire protector.
  • Nelet salió rápido de la cocina, y haciéndolo retemblar todo con sus zapatos, corrió a abrir.
  • Precedida de Nelet, entró en el comedor, balanceándose y atronándolo todo con sus chillones ¡buenos días!, una labradora gruesa y hombruna.
  • Figuraba en todas las almonedas como comprador de fuerza, y si algún corredor le proponía la adquisición de alhajas antiguas o muebles raros siempre, se entiende, con considerable ventaja, aceptaba sin vacilación, pues no era dinero lo que faltaba en el enorme secrétaire del siglo pasado, que ocupaba todo un paño de su alcoba, mostrando el menudo mosaico de sus tres filas de cajoncitos.
  • La verdad es que yo quisiera tocarlo todo en seguida, y al ver que no puedo y que he de fastidiarme mucho con ejercicios y escalas, me enfurezco y me entran ganas de dar puñetazos al piano.
  • Pepinillos destilando vinagre, aceitunas grises mezcladas con salitrosas alcaparras, sardinas de Nantes con su casaquilla plateada, rodajas de salchichón finas y transparentes, y frescos rábanos de encendido ropaje y tiesos moñetes de hojas, todo en verdes pámpanos de porcelana.
  • Y en cuanto a saber, algo sabía, pues apenas se iniciaba una discusión sobre toreros o pelotaris, dejaba a todo el mundo con la boca abierta.
  • Pero allí estaban en su casa, podían atracarse hasta el gañote con todo lo que iría viniendo, y nadie podría ir a contarle al vecino cómo se las arreglaban para hacer por la vida.
  • El ceño de la habilidosa muchacha se dilató por primera vez en todo el día, y los tres salieron apresuradamente con la alegría del regalo, oyéndose el ruido de sus empellones y correteos.
  • Él lo creía todo, con tal que le dejasen tranquilo en su digestión.
  • Además, un novio no se presenta a cada instante, y aunque existe el inconveniente de que ella era hija de un doctor famoso según afirmaba la mamá, y los padres de Andresito eran unos ordinarios también según doña Manuela, confiaba que, con el tiempo, la brillante posición que se proponía conquistar el chico lo allanaría todo.
  • Los ciegos y ciegas que el resto del año pregonan el papelito en el que está todo lo que se canta iban en cuadrilla, guitarra al pecho, vestidos de pescadores u odaliscas, mal pergeñados, con mugrientos trajes de ropería.
  • Y todo porque con unas cuantas operaciones tímidas, yendo a la zaga de otros más expertos, había ganado mil duros.
  • El iniciador asocióse a dos zapateros y un carpintero, que, por tratarse de San José, se creía con derecho propio, y todos juntos formaron algo que bien podía llamarse Comité de Vecinos, teniendo por principal objeto dar sablazos en todo el barrio para el arreglo de la falla.
  • En el centro de la plazuela, sobre una gruesa capa de arena, elevábase todo un edificio de lienzo, con pintura que imitaba a la piedra.
  • La tal falla iba a acabar con todo el aguardiente de sus barrilillos, mientras su mujer fabricaba los buñuelos por arrobas.
  • ¡Que le fueran a él con Ayuntamientos! Había trabajado como un perro por la candidatura del partido repartiendo papeletas a las puertas de los colegios, tuvo una disputa con un municipal que le quería llevar atado, y lo sufrió todo.
  • La falla se derrumbó con todo su armazón medio carbonizado, y un torbellino de chispas y pavesas se elevó hasta más arriba de los tejados.
  • Los recuerdos de la niñez seguían despertándose en él a la vista de la vieja escalera con su pasamano de caoba, rematado por un leoncito borroso y gastado, y de sus peldaños de azulejos del siglo anterior, en los cuales veíanse navios sobre un mar morado, con banderas más grandes que el casco, embozados de gruesas pantorrillas blancas con sombrero de picos y huertanas con cestos de frutas, todo en colores tostados y chillones.
  • La afición de don Juan a visitar almonedas, comprándolo todo con tal que fuese barato, había convertido su casa en una prendería.
  • Ahora continuó, apoyando sus palabras con pataditas nerviosas, ahora, todo muerto por culpa del maldito Lyón, de esos gabachos que con sus máquinas endiabladas nos han arruinado.
  • Pero me enfurece que lo que estaba bien, y muy en su punto, venga el señor Progreso y lo eche a perder con su afán de revolucionarlo todo.
  • Y el sobrino contestaba a todo con afirmativas cabezadas, muy preocupado en su interior por el modo como expondría la pretensión que le llevaba allí.
  • ¡Todo se ha perdido! ¡Adiós, cortinajes de damasco! ¡Abur, seda chinesca! Ahora adornan los salones con unas telas ásperas, de tejido burdo y borroso.
  • ¿qué es lo que quieres decirme con todo esto?
  • A lo lejos, el mar, como una cenefa azul, corríase por todo el horizonte con su lomo erizado de velas puntiagudas como blancas aletas.
  • Y el muchacho, sonámbulo, embriagado por la Naturaleza, hipnotizado por la extraña contemplación, movía la cabeza ridiculamente, y al par que pensaba que todo aquello era magnífico para puesto en verso, tarareaba la célebre obertura con tanta fe como si fuera el propio Tannhauser escandalizando con su himno a la corte del landgrave.
  • ¡Oh, qué criatura! Había que creerla y él se lo tragaba todo a ojos cerrados, incluso la afirmación de que sus relaciones con el teniente sólo fueron para aumentar sus rabietas.
  • Adoraba como un idealista las zafias beldades con su olor a limón y tierra, gozaba oyendo sus conversaciones, prestábalas con el mayor gusto pequeños servicios, aguantaba sus groserías e impertinencias, todo a cambio de poder estarse en un rincón, tímido y sonriente, contemplando los brazos hercúleos, los ojazos insolentes y las piernas como columnas, marcadas por el discreto zagalejo.
  • Era la cocina indígena, con todo su esplendor de las fiestas tradicionales.
  • Todo con una abundancia capaz de anonadar al estómago más animoso.
  • La mamá lo veía todo, pero sonreía con dulce tolerancia.
  • Peras verdosas con la dureza del azúcar petrificado, limoncillos de las monjas de Sagunto, trozos de melón, yemas envueltas en rizados moñetes de papel, todo destilando azúcar y atrayendo a los insectos que revoloteaban en torno de la luz.
  • Abajo, la plataforma del escenario, donde se representaban los milacres, piezas dramáticas, cándidas y sencillas como sus versos lemosines, cuyo argumento, girando en torno del mismo punto, trata siempre de las querellas feudales entre Centelles y Vilaraguts, de la conversión de los moros de Granada o de alguna treta de los impíos contra el elocuente apóstol, todo sazonado al final con el necesario milagro del santo y el correspondiente sermón en endecasílabos.
  • Y era de ver la atención con que escuchaba la predicación de San Vicente, representado siempre por un muchacho paliducho, pedante y melancólico, y las carcajadas con que celebraba las majaderías del motilón, personaje bufo que pasaba el tiempo tragando pan, sorbiendo rapé, sonándose las narices en un pañuelo como una sábana y agujereado como una criba, y diciendo estupideces subidas de color, todo para mayor edificación de los devotos del santo.
  • VII Los domingos, a las siete de la mañana, salía Juanito de su casa con el alegre desembarazo del colegial que en día de fiesta todo lo ve de color de rosa.
  • Allí, tras la mesa ministro, sobre la cual todo estaba arreglado con nimia pulcritud, mostrábase el famoso banquero.
  • Podía hablar con entera franqueza, pues ya sabía el gran interés que le inspiraba todo lo de su casa.
  • Y el sol de oro, mostrándose en medio de tal aparato, enloquecía a la muchedumbre levantina, pronta siempre a entusiasmarse por todo lo que deslumbra, e inconscientemente, lanzando un rugido de asombro, empujábanse unos a otros, como si quisieran coger con sus manos el áureo y sagrado astro, y los soldados que guardaban el palio tenían que empujar rudamente con sus culatas para conservar libre el paso.
  • A todo galope de los briosos caballos bajaban carretelas y berlinas, y por las aceras del paseo desfilaban lentamente, con paso de procesión, las familias endomingadas.
  • Las niñas contestaron con mohines graciosos a los saludos de los amigos, y la mamá, altiva y majestuosa, cobijándolo todo con su mirada de protección.
  • Al subir la rampa del puente del Real tuvieron que apartarse del borde de la acera, limpiándose con los pañuelos de blonda el polvo que levantaban las ruedas de un carruajillo descubierto que corría con velocidad insolente, arrollándolo todo.
  • Pero así y todo, había que reconocer lo que aquel pobre animal representaba para la familia, las ilusiones que se llevaba con su muerte.
  • ¡Ah, maldito avaro! Necesario era todo su mal corazón para dejar a una hermana en el sufrimiento, pudiendo remediar sus penas con algunos de los papelotes mugrientos que a fajos dormían en el viejo secrétaire de su alcoba.
  • Parecía un muchacho con su trajecito claro, corbata roja y el enorme cigarro, al que conservaba la sortija de papel, para que todo el mundo se enterase de su precio.
  • Las tintas rabiosas de los trajes de la huerta, las blancas manchas de los grupos en mangas de camisa, los pantalones rojos de los soldados, los enormes quitasoles de seda granate que parecían robados de una antigua sacristía, los gigantescos abanicos de papel moviéndose con incesante aleteo, las botas de vino que a cada instante se alzaban oblicuamente sobre las cabezas, los gritos, las protestas porque se hacía tarde, todo daba a aquella parte de la plaza un aspecto de locura orgiástica, de brutalidad jocosa.
  • No quiso decir más, aceptando con gruñidos de borracho los cuidados paternales de Juanito, que hizo todo cuanto supo para curarle las contusiones.
  • Juanito, confundido entre este público e insensible a las cosas de este mundo, lo encontraba todo feo y ridículo con su pesimismo feroz.
  • Un corro de granujillas del Mercado jugaba a las chapas frente a los pórticos, y el resto de la plaza estaba solitario, con las aceras limpias de cestones y toldos, tostándose sus baldosas con aquella luz intensa y deslumbrante que lo caldeaba todo.
  • Al fin, con todo cuanto andaban royéndome los zancajos, nunca me faltaron, gloria a Dios.
  • En todo esto, siempre me visitaba aquel hijo de don Alonso de Zúñiga, que se llamaba don Diego, porque me quería bien naturalmente, que yo trocaba con él los peones si eran mejores los míos, dábale de lo que almorzaba y no le pedía de lo que él comía, comprábale estampas, enseñábale a luchar, jugaba con él al toro, y entreteníale siempre.
  • Llegó a mí, y viendo que no tenía ningunas, porque me las habían quitado y metídolas en una casa a secar con la capa y sombrero, pidióme, como digo, las armas, al cual respondí, todo sucio, que si no eran ofensivas contra las narices, que yo no tenía otras.
  • Con esto, se fueron todos a acostar para una hora que quedaba o media, y el estudiante lo puso todo en las alforjas, y en la capilla del gabán le echó una gran piedra, y fuese a dormir.
  • Yo no hacía a solas sino considerar cómo casi era peor lo que había pasado en Alcalá en un día que todo lo que me sucedió con Cabra.
  • Más me cuestan a mí esos estados que al Rey, porque ha catorce años que ando con un arbitrio que, si como es imposible no lo fuera, ya estuviera todo sosegado.
  • , pues yo doy orden de chuparle todo con esponjas y quitarle de allí.
  • Md., señor licenciado, en ese borrico con harto más descanso que yo con todo mi aparato.
  • Y con todo, hay muy pocas letras con oro.
  • Todo lo cual cogemos de parte de noche por el pueblo para honrarnos con ello de día.
  • Es de ver uno de nosotros en una casa de juego con el cuidado que sirve y despabila las velas, trae orinales, cómo mete naipes y solemniza las cosas del que gana, todo por un triste real de barato.
  • Y después de todo, los aprovechamos para papel, y en el papel escribimos, y después hacemos dél polvos para resucitar los zapatos, que de incurables, los he visto hacer revivir con semejantes medicamentos.
  • Pero si alguna vez vamos dentro del coche, es de considerar que siempre es en el estribo, con todo el pescuezo de fuera, haciendo cortesías porque nos vean todos y hablando a los amigos y conocidos aunque miren a otra parte.
  • Si fueren dos y miraren por los lados, saque pies, y para los de atrás traiga siempre el sombrero caído sobre el cogote, de suerte que la falda cubra el cuello y descubra toda la frente, y al que preguntare que por qué anda así respóndale que porque puede andar con la cara descubierta por todo el mundo.
  • Con esta caja puede ir por todo el mundo, sin haber menester amigos ni deudos.
  • ¡Miren el todo trapos, como muñeca de niños, más triste que pastelería en Cuaresma, con más agujeros que una flauta y más remiendos que una pía y más manchas que un jaspe y más puntos que un libro de música (decía un estudiantón de estos de la capacha, gorronazo), que hay hombre en la sopa del bendito santo que puede ser obispo o otra cualquier dignidad, y se afrenta un don Peluche de comer! ¡Graduado estoy de bachiller en artes por Sigüenza!
  • Mas todo fue nada para ver entrar a don Cosme cercado de muchachos con lamparones, cáncer y lepra, heridos y mancos, el cual se había hecho ensalmador con unas santiguaduras y oraciones que había aprendido de una vieja.
  • Traía media docena de corchetes, verdugos de a pie, y dio con todo el colegio buscón en la cárcel, adonde se vio en gran peligro la caballería.
  • Fue esto de verme con tanto dinero de contado, para ellas, todo lo que yo podía desear, porque dieron en desvelarse para regalarme y servirme.
  • Yo lo sabía todo y a veces lo oía, pero no me hallaba con ánimo para responder.
  • Y con todo parece que se siente V.
  • Y la mayor y fundamento de las otras fue que cuando llegué a casa y fui a ver una arca, adonde tenía en una maleta todo el dinero que había quedado de mi herencia y lo que había ganado, menos cien reales que yo traía conmigo, hallé que el buen licenciado Brandalagas y Pero López habían cargado con ello y no parecían.
  • ¡Qué cosa es que me digan a mí que has desperdiciado mucha hacienda sin saber cómo, y que te han visto aquí ya estudiante, ya pícaro, y ya caballero, y todo por las compañías! Dime con quién andas, hijo, y diréte quién eres.
  • Y con todo mi trabajo me reía de lo que los picarones decían a la Guía.
  • Y así, para no hacer más gasto no teniendo dinero, determiné de salirme con dos muletas de la casa, y vender mi vestido, cuellos y jubones, que era todo muy bueno.
  • Tenía una potra muy grande, y atábase con un cordel el brazo por arriba, y parecía que tenía hinchada la mano y manca, y calentura, todo junto.
  • Vino pescado y carne, y todo con apetitos de sed.
  • Rondábanos la puerta, pero, con todo, de media noche abajo, rondábamos disfrazados.
  • Montaner hablaba con una seguridad de todo algo ofensiva.
  • El estudiante madrileño, sobre todo el venido de provincias, llegaba a la corte con un espíritu donjuanesco, con la idea de divertirse, jugar, perseguir a las mujeres, pensando, como decía el profesor de Química con su solemnidad habitual, quemarse pronto en un ambiente demasiado oxigenado.
  • Además suponía que con el dinero se podía todo.
  • Sin duda, pensó Hurtado, que le gustaba explicárselo todo, la vaguedad de la música hace que los envidiosos y los canallas, al oir las melodías de Mozart, o las armonías de Wagner, descansen con delicia de la acritud interna que les produce sus malos sentimientos, como un hiperclorhídrico al ingerir una substancia neutra.
  • Sañudo y sus amigos se pasaban la noche del sábado hablando mal de todo el mundo, y luego comentando con el pianista y el violinista del café, las bellezas de una sonata de Beethoven o de un minué de Mozart.
  • Un día la oyó hablar con acento gallego, y sin saber por qué, todo su terror desapareció.
  • Fuera de aquellos momentos, en los demás, el estudio, las discusiones, la casa, los amigos, sus correrías, todo esto, mezclado con sus pensamientos, le daba una impresión de dolor, de amargura en el espíritu.
  • Hurtado solía pasar todo el tiempo que duraba la feria, registrando los libracos entre el señor grave, vestido de negro, con anteojos, de aspecto doctoral, y algún cura esquelético, de sotana raída.
  • Todo el mundo le encontraba abstruso porque hablaba y escribía con gran empaque un lenguaje medio filosófico, medio literario.
  • Usted piensa en todo menos en lo que es Medicina le dijo a Andrés con severidad.
  • Iturrioz le pareció un hombre seco y egoísta, que lo tomaba todo con indiferencia.
  • Pepinito, el patrón, se echó a reir con un gesto de pedantería y de superioridad del hombre que se encuentra por encima de todo sentimentalismo.
  • En la época del tratado de los vinos con Francia, todo el mundo, sin consultarse los unos a los otros, comenzó a cambiar el cultivo de sus campos, dejando el trigo y los cereales, y poniendo viñedos.
  • Con aquel régimen de guardarlo todo, Alcolea gozaba de un orden admirable.
  • Se quedaba con todo lo que podía, sin tomarse el trabajo de ocultar decorosamente sus robos.
  • Decía que él contemplaba todo con una sonrisa irónica y piadosa.
  • Varias veces el joven, que contemplaba todo con una sonrisa irónica y piadosa, invitó a Hurtado a discutir.
  • ¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mesmos! Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, hallóse que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacía perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico.
  • Con esto andábase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les decían creían.
  • Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo lo que adquiría, jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi, tanto que me mataba a mí de hambre, y así no me demediaba de lo necesario.
  • Mas con todo su saber y aviso le contaminaba de tal suerte que siempre, o las más veces, me cabía lo más y mejor.
  • Él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo que por la boca se cerraba con una argolla de hierro y su candado y su llave, y al meter de todas las cosas y sacallas, era con tan gran vigilancia y tanto por contadero, que no bastaba hombre en todo el mundo hacerle menos una migaja.
  • Mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido, y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando en el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima.
  • Y como al presente nadie estuviese sino él y yo solos, como me vi con apetito goloso, habiéndome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar, no mirando qué me podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saqué la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador, el cual mi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar al que de ser cocido por sus deméritos había escapado.
  • Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmélo más.
  • No era yo señor de asirle una blanca todo el tiempo que con él veví o, por mejor decir, morí.
  • Y cuando dábamos sacramento a los enfermos, especialmente la extrema unción, como manda el clérigo rezar a los que están allí, yo cierto no era el postrero de la oracion, y con todo mi corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que la echase a la parte que más servido fuese, como se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo.
  • Pusímonos a comer, y quiso Dios que aun en esto me fue bien, que me cupo más pan que la laceria que me solía dar, porque rayó con un cuchillo todo lo que pensó ser ratonado, diciendo.
  • Porque ya, desde que viví con el ciego, la tenía tan hecha bolsa que me acaeció tener en ella doce o quince maravedís, todo en medias blancas, sin que me estorbasen el comer.
  • Con todo esto, diéronme de comer, que estaba transido de hambre, y apenas me pudieron remediar.
  • Con todo eso, yo le satisfice de mi persona lo mejor que mentir supe, diciendo mis bienes y callando lo demás, porque me parecía no ser para en cámara.
  • Y con todo, disimulando lo mejor que pude.
  • ¡Grandes secretos son, Señor, los que vos hacéis y las gentes ignoran! ¿A quién no engañara aquella buena disposición y razonable capa y sayo y quién pensara que aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día sin comer, con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro trujo un día y una noche en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza, y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de paño de manos, se hacía servir de la halda del sayo?
  • Con todo, parecióme ayudarle, pues se ayudaba y me abría camino para ello, y díjele.
  • Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía más, y antes le había lástima que enemistad.
  • De manera que tras que tenían mala gana de tomalla, con aquello de todo la aborrecieron.
  • Mi madre se pasaba casi todo el día con mi abuela.
  • Por tierra y por mar profundo Con imán y derrotero, Un vascongado el primero Dió la vuelta a todo el mundo.
  • Los cirios, en el altar mayor, comenzaron a arder, y a su luz resplandeció todo el retablo churrigueresco, dorado, retorcido, con sus columnas salomónicas y sus racimos de uvas.
  • Entre las casas de a lo largo del muelle de Cay luce, antes, como ahora, había algunos almacenes de carbón, y una fila de tabernas en donde los pescadores se reunían y se reúnen a beber y a discutir, y que destilaban, sobre todo los domingos, por su única puerta, una tufarada de sardina frita, de atún guisado con cebolla, y de música de acordeones.
  • En unos era una bolsa, de donde salía todo lo que se deseaba con decir unas cuantas frases sacramentales.
  • La niebla iba ocultándolo todo, y el mar se divisaba a ratos con una pálida claridad que parecía irradiar de las aguas.
  • A veces, un golpe de mar violento hacía estremecerse a todo el barco, y, entonces, los hierros y argollas, la rueda del timón y la obra muerta, rechinaban como con una protesta de malhumor.
  • Al doblar el Cabo de Buena Esperanza luchamos con una violenta tempestad, que por poco no nos arrastra hacia los escollos del continente africano, y en todo el resto del viaje fuimos padeciendo borrascas y tiempos duros.
  • El disgusto de uno mismo, la hostilidad del ambiente, la imposibilidad de formarse otro a gusto de uno, todo caía sobre mí con una pesadumbre de plomo.
  • Pero, al mismo tiempo, todo el mundo decía que iba a casarse con el hijo del marqués de Vernay, un señor de Jerez, no muy rico, pero de familia aristocrática.
  • Shempelar, interiormente entusiasmado con su obra, anda muy fosco, riñendo a todo el mundo.
  • Lo que hay que hacer aquí es salir al campo con el fusil, y a todo liberal que se encuentre, ¡fuego! Y por la espalda añadió el otro, con la cara inyectada de rabia.
  • El relojero era de estos hombres que a todo el mundo dan la razón, y, con su lente en el ojo derecho, movía la cabeza, en señal de asentimiento, a cuanto decían sus contertulios.
  • Dirigía a los holandeses Ryp, el cocinero de El Dragón, un hombre que tenía todo el cuerpo tatuado con la figura de los barcos en donde había servido.
  • Frans Nissen, indiferente a todo, con una brújula pequeña de mano, seguía en la rueda del timón.
  • El duelo de Shanti Andía, y contaba mis amores con Dolorcitas en Cádiz y mi desafío con el marido, todo arreglado de tal manera, dicho con tal perfidia, que yo aparecía como un miserable completo.
  • El siguió mirándolo todo con atención.
  • De sospecharlo, me hubiera decidido a volver y a casarme con ella, saltando por todo.
  • Cuando supe esto, me figuré que, como dice todo el mundo, las mujeres son volubles e ingratas, y pensé que la Shele me había olvidado con la ausencia.
  • Fuimos arrancándolas con la punta de la lima, y esto nos sirvió de comida para todo el día.
  • Aquí alquilamos una goleta, con tripulación y todo, y nos dirigimos al río Nun.
  • Yo pensaba que con la relación de nuestras fatigas y con la muerte de Allen, la familia de mi novia se habría curado del deseo de encontrar tesoros, pero fue todo lo contrario.
  • Tenía cuentas complicadas con todo el mundo, administraba las diligencias, chalaneaba, gitaneaba, y los días de fiesta añadía a sus oficios el de cocinero.
  • Pegaba con la cesta en la tierra enfurecido y echaba la culpa de todo a su zaguero.
  • Aquel granuja de la calle era capaz de subir, de prosperar, de hacerse rico, de casarse con su hermana y de considerar todo esto lógico, natural.
  • Joshé creía que, cuando él se quitara la chaqueta y el chaleco, toda la familia rompería a reir a carcajadas, pero fué todo lo contrario, porque el señor Arizmendi, mirándole con ojos terribles, le dijo.
  • Explicó su estancia en un pueblo, con el batallón metido en una iglesia, sin poder moverse por estar los caminos intransitables por la nieve, no comiendo más que habichuelas y teniendo por retrete un confesionario, y dió tales detalles, que todo el mundo reía a carcajadas.
  • Para que todo fuera completo, cuando venía algún cuarto a nuestras manos por cualquiera de las vías industriales que nos eran propias, comprábamos pólvora en casa de la tía Coscoja de la calle del Torno de Santa María, y con este ingrediente hacíamos una completa fiesta naval.
  • Pues nada menos que igual en todo a los contrabandistas que, procedentes del campo de Gibraltar, se veían en el barrio de la Viña con harta frecuencia.
  • Mi buena estrella me llevó a cierta casa, cuyos dueños se apiadaron de mí, mostrándome gran interés, sin duda por el relato que de rodillas, bañado en lágrimas y con ademán suplicante, hice de mi triste estado, de mi vida, y sobre todo de mis desgracias.
  • Hay que añadir a las causas de aquel cariño, aunque me esté mal el decirlo, que yo, no obstante haber vivido hasta entonces en contacto con la más desarrapada canalla, tenía cierta cultura o delicadeza ingénita que en poco tiempo me hizo cambiar de modales, hasta el punto de que algunos años después, a pesar de la falta de todo estudio, hallábame en disposición de poder pasar por persona bien nacida.
  • Desde muy niña acostumbraba a cantar el olé y las cañas, con la maestría de los ruiseñores, que lo saben todo en materia de música sin haber aprendido nada.
  • Ya no volví a subir al naranjo, cuyos azahares crecieron tranquilos, libres de mi enamorada rapacidad, desarrollando con lozanía sus hojas y con todo lujo su provocativa fragancia.
  • A ti todo te parece bien con tal que sea para los dichosos barcos de guerra.
  • ¡Y ella tan ajena a esto! ¡Qué dirá cuando llegue a casa y no nos encuentre! A mí se me ensanchaba el pecho con la vista del paisaje, con la alegría y frescura de la mañana y, sobre todo, con la idea de ver pronto a Cádiz y su incomparable bahía poblada de naves.
  • El futuro suegro de mi amita, Don José María Malespina, que no tenía parentesco con el célebre marino del mismo apellido, era coronel de Artillería retirado, y cifraba todo su orgullo en conocer a fondo aquella terrible arma y manejarla como nadie.
  • Yo, con todo hice un gran destrozo cargando una pieza con las llaves de la iglesia.
  • La comida y los frecuentes tragos con que la roció excitaron más aún la vena inventora del viejo Malespina, quien por todo el camino siguió espetándonos sus grandes paparruchas.
  • Vestía con lujo, y en su peinado se gastaban los polvos por almudes, y como no tenía malas carnes, a juzgar por lo que pregonaba el ancho escote y por lo que dejaban transparentar las gasas, todo su empeño consistía en lucir aquellas partes menos sensibles a la injuriosa acción del tiempo, para cuyo objeto tenía un arte maravilloso.
  • ¡Pues no falta más sino que esos señores con sus manos lavadas se fueran a llevar lo poco que tenemos! ¡Bonitos están los tiempos! Ahora cuesta todo un ojo de la cara.
  • Es preciso que confesemos con dolor la superioridad de la marina inglesa, por la perfección del armamento, por la excelente dotación de sus buques y, sobre todo, por la unidad con que operan sus escuadras.
  • Yo creía también que las cuestiones que España tenía con Francia o con Inglaterra eran siempre porque alguna de estas naciones quería quitarnos algo, en lo cual no iba del todo descaminado.
  • Todo el empeño consistía en servir las piezas con la mayor presteza posible, correspondiendo así al estrago que hacían los proyectiles enemigos.
  • Crujían sus cuadernas, estallaban sus baos, rechinaban sus puntales a manera de miembros que retuerce el dolor, y la cubierta trepidaba bajo mis pies con ruidosa palpitación, como si a todo el inmenso cuerpo del buque se comunicara la indignación y los dolores de sus tripulantes.
  • Una sobre todo irreparable contestó el inglés con tanta congoja como la de Don Alonso.
  • Trabajosamente se enmendaron algunas averías con auxilio de los ingleses, que vigilaban todo, y según después comprendí, no perdían de vista a algunos de nuestros marineros, porque temían que se sublevasen, represando el navío, en lo cual los enemigos demostraban más suspicacia que buen sentido, pues menester era haber perdido el juicio para intentar represar un buque en tal estado.
  • Durante todo el día 22 la mar se revolvía con frenesí, llevando y trayendo el casco del navío cual si fuera endeble lancha de pescadores.
  • ¡Cómo presenciarían aquellos infelices el crecimiento de la inundación! ¡Qué dirían en aquel momento terrible! Y si vieron a los que huían en las lanchas, si sintieron el chasquido de los remos, ¡con cuánta amargura gemirían sus almas atribuladas! Pero también es cierto que aquel atroz martirio las purificó de toda culpa, y que la misericordia de Dios llenó todo el ámbito del navío en el momento de sumergirse para siempre.
  • Por el contrario, eran los del Santa Ana unos caballeros muy foscos y antipáticos, y mortificaban con exceso a los nuestros, exagerando su propia autoridad y poniendo reparos a todo con suma impertinencia.
  • Todo se acabó, cuando abrí los ojos y advertí mi pequeñez, asociada con la magnitud de los desastres a que había asistido.
  • Me incorporé en el canapé donde había dormido, atendí con todo cuidado, y, en efecto, un atronador grito de viva el Rey hirió mis oídos, no dejándome duda de que el navío Santa Ana se estaba batiendo de nuevo.
  • Por sus risas y cuchicheos comprendí que durante todo el día se habían divertido con los embustes de aquel buen señor, quien no ponía freno a su voluble lengua, ni aun en las circunstancias más críticas y dolorosas.
  • Y que por todo lo que les haya ofendido me castiguen, pues si no me confesé y comulgué este año fue por aquél de los malditos casacones, que me hicieron salir al mar cuando tenía el proeto de cumplir con la Iglesia.
  • Prefirió con todo dar la vida al mayor número, aun sacrificando la de su hijo en beneficio de muchos, y así lo hizo.
  • Por todo lo cual el Provisor mira al barrio del Noroeste con más codicia que antipatía.
  • El Palomo, con una sotana sucia y escotada, cubierta la cabeza con enorme peluca echada hacia el cogote, acababa de barrer en un rincón las inmundicias de cierto gato que, no se sabía cómo, entraba en la catedral y lo profanaba todo.
  • Él se encargaba unas levitas de tricot como las de un lechuguino, pero el sastre veía con asombro que vestir la prenda don Saturno y quedar convertida en sotana era todo uno.
  • Todo esto quiso decir con los ojos.
  • Uno tras otro iban entrando en la sacristía con el aire aburrido de todo funcionario que desempeña cargos oficiales mecánicamente, siempre del mismo modo, sin creer en la utilidad del esfuerzo con que gana el pan de cada día.
  • Reíanse de todo corazón los muchachos y el buen Arcipreste quedaba en sus glorias, logrando con los pies triunfos que ya su pluma no alcanzaba en los tiempos de prosa a que habíamos llegado.
  • Y aun así y todo decía un canónigo muy buen mozo, nuevo en Vetusta y en el oficio, pariente del ministro de Gracia y Justicia aun así y todo no se puede llevar en calma la imprudencia con que habla de todo.
  • El poco seso de estas, y otras damas, les hacía ser irreverentes, groseras, sí, groseras, con el sacramento y en general con todo el culto.
  • Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar.
  • El perro se tendía al sol, con la cabeza entre las patas, y ella se acostaba a su lado y apoyaba la mejilla sobre el lomo rizado, ocultando casi todo el rostro en la lana suave y caliente.
  • Era el ataque, aunque no estaba segura de que viniese con todo el aparato nervioso de costumbre.
  • Y hasta nombraba el albéitar a quien había de llamar y tapar los ojos, con todo lo demás del argumento.
  • Frígilis opinaba que todo aquello estaba bien en las comedias, pero que en el mundo un marido no está para divertir al público con emociones fuertes, y lo que debe hacer en tan apurada situación es perseguir al seductor ante los tribunales y procurar que su mujer vaya a un convento.
  • Amaba la literatura con ardor y era, por entonces, todo lo romántico que se necesitaba para conspirar con progresistas.
  • Recordaba vagamente su amistad con el niño de Colondres, sólo distinguía bien el recuerdo del recuerdo, y dudaba, dudaba si había sido culpable de todo aquello que decían.
  • Cuando ya nadie pensaba en tal cosa, pensaba ella todavía y confundiendo actos inocentes con verdaderas culpas, de todo iba desconfiando.
  • Estaba conforme con todo.
  • Pálida como una muerta, con dos lágrimas heladas en los párpados, con las manos flacas en cruz, oyó todo el diálogo de sus tías.
  • Aunque la explicación de este equilibrio o ten con ten era un poco embarazosa, y más para una señorita que oficialmente debía ignorarlo todo, y en este caso estaba doña Anuncia, convinieron las hermanas en que era indispensable dar instrucciones a la chica.
  • Sobre todo en el trato con los hombres.
  • Lo que eran los hombres, y especialmente los indianos, lo que no les gustaba, la manera de marearlos, lo que había que conceder antes, lo que no se había de tolerar después, todo esto se discutió por largo, siempre concluyendo con la protesta de que era hija tanta sabiduría de la observación en cabeza ajena.
  • Pues bien, todo esto lo pagarías tú con la más negra ingratitud, con la ingratitud más criminal, si a la proposición que vamos a hacerte contestaras con una negativa.
  • No estaba en Vetusta, no podía estar en aquel pobre rincón la realidad del sueño, el héroe del poema, que primero se había llamado Germán, después San Agustín, obispo de Hiponax, después Chateaubriand y después con cien nombres, todo grandeza, esplendor, dulzura delicada, rara y escogida.
  • En cuanto él veía en el papel de su propiedad los párrafos que iba copiando con aquella letra inglesa esbelta y pulcra que Dios le había dado, ya se le antojaba obra suya todo aquello.
  • También a veces se murmuraba un poco, pero con el mayor comedimiento, sobre todo si se hablaba de clérigos, señoras o autoridades.
  • Yo soy muy inglés en todas mis cosas decía con énfasis sobre todo en las botas.
  • Yo la he visto en casa de este, con su gran mandil blanco, su falda bajera ceñida al cuerpo, la pantorrilla un poco al aire y los brazos un todo al fresco.
  • Hasta en aquellos lugares donde el hombre suele perder todo encanto, porque es el deber, lograba conquistas verdaderas y de ello se pagaba no poco el Marquesito, que trataba con desdén a las queridas ganadas en buena lid, y con grandes miramientos y hasta cariño a las que le costaban su dinero.
  • Y con todo, yo tengo datos en contra, pensaba, ciertos indicios.
  • Pero catarata, cascada, torbellino, todo lo era con cuenta y razón.
  • Y Pedro, altivo, displicente, ordenaba todo aquello con voz imperiosa.
  • Exagera la severidad con que juzga a las demás, la aburre todo.
  • Todo esto pensó en un momento, irritado, con vehemente deseo de salir de dudas y vacilaciones.
  • ¿que todo el río va a venir arrastrando monedas de cinco duros con la carita del rey y que todo va a ser para usted?
  • Pero, una vez escogido, era preciso considerarle como lo que era en efecto, padre espiritual, y hablando fuera de todo sentido religioso, como hermano mayor del alma, con quien las penas se desahogan y los anhelos se comunican, y las esperanzas se afirman y las dudas se desvanecen.
  • Y con todo, debió haber especificado más en aquella parte de la confesión.
  • Confiaba en su experiencia de hombre de mundo, y en su arte de Tenorio, pero humildemente se declaraba a sí mismo que todo esto no era nada comparado con el prestigio de su belleza corporal.
  • Pero al mismo tiempo se aclaraba el sentido de todo aquello que había leído en sus mitologías, de lo que había oído a criados y pastores murmurar con malicia.
  • Doña Paula con su hábito negro de Santa Rita, total estameña, su mantón apretado a la espalda, y su pañuelo de seda para la cabeza, bien pegado a las sienes, ya está vestida para todo el año.
  • Le dijo la hora y ofreció otra vez el café, todo sonriendo con cierta coquetería, contenida por la expresión de piedad que allí era la librea.
  • Las niñas vuelven a su tierra diciendo de todo corazón que se han aburrido en la Corte, que su convento de su alma, que cuánto más se divertían allí con las Madres y las compañeras.
  • El hogar un cuartel místico, con chistes de cura por todo encanto, resuelven libremente meterse monjas, para gozar un poco de.
  • El regente que no era Quintanar con el entrecejo arrugado y la toga tersa, sentado en medio de la nave en un sillón de terciopelo y oro, contemplaba al predicador, preparándose a separar el grano de la paja, dado que hubiera de todo.
  • En tal sociedad había una junta de caballeros y otra agregada de damas protectrices (gramática del Presidente del círculo.) La Libre Hermandad se había fundado con ciertos aires de institución independiente de todo yugo religioso, y su primer presidente fue el señor don Pompeyo Guimarán, que de milagro no estaba excomulgado y que no comulgaba jamás.
  • Y sobre todo aquel demonio de Obispo abrumándole con su humildad, recordándole nada más que con su presencia de liebre asustada toda una historia de santidad, de grandeza espiritual enfrente de la historia suya, la de don Fermín.
  • Está empeñado con todo el clero.
  • ¡Capellanías, bulas, medias annatas, reservas! ¿qué tenía que ver el mundo, el ancho, el hermoso mundo con todo eso?
  • Con todo.
  • Ana trataba a todo Vetusta, pero con los hombres siempre habían sido poco íntimas sus relaciones.
  • Recordó todo lo que se habían dicho y que había hablado como con nadie en el mundo con aquel hombre que le había halagado el oído y el alma con palabras de esperanza y consuelo, con promesas de luz y de poesía, de vida importante, empleada en algo bueno, grande y digno de lo que ella sentía dentro de sí, como siendo el fondo del alma.
  • En cada ventana había acumulado la Marquesa flores en tiestos, jardineras, jarrones japoneses, más o menos auténticos y contrastaban los colores vivos y metálicos de esta exposición de flores con los severos tonos del nogal mate que asombraban el artesonado del techo y se mostraban en molduras y tableros de los grandes armarios corridos, de cristales, que rodeaban el comedor en todo el espacio que dejaban libres los huecos y un gran sofá arrimado a un testero.
  • Comía lechuga con casi todos los platos y todo lo rociaba con vinagre o lo untaba con mostaza.
  • Y sobre todo, aquellos dos hombres mirándose así por ella, reclamando cada cual con distinto fin la victoria, la conquista de su voluntad, eran algo que rompía la monotonía de la vida vetustense, algo que interesaba, que podía ser dramático, que ya empezaba a serlo.
  • Con la Regenta, en casa del Marqués, ¡bueno iba a estar aquello! Pero, Señor ¡qué luego, qué luego había empezado la gentuza, la miserable gentuza vetustense a murmurar de aquella amistad! ¡en dos días todo aquel run run, su madre con los oídos llenos de calumnias, de malicias, y el alma de sospechas, de miedos y aprensiones!
  • ¿Y él qué tenía que ver con todo aquello?
  • ¡Sí, madre del alma! ¿No nos dejó tu pobre padre muertos de hambre y con el agua al cuello, todo embargado, todo perdido?
  • Era un joven que predicaba moralidad, castidad, sobre todo a los curas de la comarca, y predicaba con el ejemplo.
  • Todo hubiera sido de los pobres y de los tunantes y holgazanes que le saqueaban con la ganzúa de la caridad.
  • ¡y él era un ingrato! A esta conclusión llegaba el Magistral aquella noche, en que, después de larga conversación con su madre, se encerró en su despacho a repasar en la memoria todo lo que él sabía de los sacrificios que aquella mujer fuerte había emprendido y realizado por él, porque él subiera, porque dominase y ganara riquezas y honores.
  • El mundo entero, y su madre con todo el mundo, pensaban groseramente al calificar de pecaminosa aquella amistad inocente.
  • Todos los años, al oír las campanas doblar tristemente el día de los Santos, por la tarde, sentía una angustia nerviosa que encontraba pábulo en los objetos exteriores, y sobre todo en la perspectiva ideal de un invierno, de otro invierno húmedo, monótono, interminable, que empezaba con el clamor de aquellos bronces.
  • Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas de un mundo.
  • ¡y qué desconsolador era tener que echar sobre sí misma el desdén que mereciera todo! ¡Y con qué entusiasmo había escrito muchas de aquellas poesías religiosas, místicas, que ahora le aparecían amaneradas, rapsodias serviles de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz! Y lo peor no era que los versos fueran malos, insignificantes, vulgares, vacíos.
  • Las excursiones al Vivero se habían repetido con frecuencia durante todo Octubre.
  • ¿De qué le servía resistir en vela, luchar con valor y fuerza todo el día, llegar a creerse superior a la obsesión pecaminosa, casi a despreciar la tentación, si la flaca naturaleza a sus solas, abandonada del espíritu, se rendía a discreción, y era masa inerte en poder del enemigo?
  • Contribuían estos desfallecimientos nocturnos a contener los progresos de la piedad, que el Magistral procuraba despertar con gran prudencia, temeroso de perder en un día todo el terreno adelantado, si daba un mal paso.
  • Sequedades del ánimo repentinas, agrias y espinosas, y todo ello la volvía loca, tenía miedo no sabía a qué, y buscaba el amparo de la religión para luchar con los peligros de aquel estado.
  • Y viendo como veía un peligro, y desde luego una imprudencia en hablar así con don Álvaro, en mirarle con deleite que no se ocultaba, en alabarle y abrirle el arca secreta de los deseos y los gustos, no se arrepentía de nada de esto, y se dejaba resbalar, gozándose en caer, como si aquel placer fuese una venganza de antiguas injusticias sociales, de bromas pesadas de la suerte, y sobre todo de la estupidez vetustense que condenaba toda vida que no fuese la monótona, sosa y necia de los insípidos vecinos de la Encimada y la Colonia.
  • Amaré, lo amaré todo, lloraré de amor, soñaré como quiera y con quien quiera.
  • Todos eran escépticos en materia de moral doméstica, no creían en virtud de mujer nacida salvo Don Frutos, que conservaba frescas sus creencias, y despreciaban el amor consagrándose con toda el alma, o mejor, con todo el cuerpo, a los amoríos.
  • Los preparativos diabólicos de la gran aventura, del asalto del convento, llegaron al alma de la Regenta con todo el vigor y frescura dramáticos que tienen y que muchos no saben apreciar o porque conocen el drama desde antes de tener criterio para saborearle y ya no les impresiona, o porque tienen el gusto de madera de tinteros.
  • Y admiraba no menos el desdén con que se veía y oía todo aquello desde palcos y butacas.
  • Clavados los ojos en la hija del Comendador, olvidada de todo lo que estaba fuera de la escena, bebió con ansiedad toda la poesía de aquella celda casta en que se estaba filtrando el amor por las paredes.
  • En punto de caramelo (frase simbólica en el pensamiento de Mesía), y con todo no se atrevió.
  • Estos versos que ha querido hacer ridículos y vulgares, manchándolos con su baba, la necedad prosaica, pasándolos mil y mil veces por sus labios viscosos como vientre de sapo, sonaron en los oídos de Ana aquella noche como frase sublime de un amor inocente y puro que se entrega con la fe en el objeto amado, natural en todo gran amor.
  • Usted misma no habla allí con la libertad y extensión que son precisas para entender todo lo que quiere decir.
  • Y a todo esto ¿hemos de vestir de estameña, y mostrar el rostro compungido, inclinado al suelo, y hemos de dar tormento al marido con la inquisición en casa, y con el huir los paseos, y negarse al trato del mundo?
  • Era de ver el arte con que sus bajos, con instintos de armiño, cruzaban todo aquel peligro del cieno, inmaculados, copos de nieve calada, dibujos y hojarasca sonante de espuma de Holanda.
  • A su calor no se contaban antiguas consejas, como presumía Trifón Cármenes que había de suceder por fuerza en todo hogar señorial, pero se murmuraba del mundo entero, se inventaban calumnias nuevas y se amaba con toda la franqueza prosaica y sensual que, según Bermúdez, era la característica del presente momento histórico, desnudo de toda presea ideal y poética.
  • Vivaracho, inquieto, lleno de pensamientos insignificantes, ocupado en cualquier cosa baladí, tomando con todo el calor natural lo más mezquino y digno de olvido, y ella sin poder remediarlo, y con más fuerza por causa del disimulo, sentía un rencor sordo, irracional, pero invencible por el momento, y culpaba al universo entero del absurdo de estar unida para siempre con semejante hombre.
  • Revolvió expedientes, descubrió abusos, sacudió polvo, amenazó con suspender sueldos, negó todo lo que pudo, preparó dos o tres castigos, para varios párrocos de aldea y por fin dijo, ya en la puerta, que no daba un cuarto para una suscripción de los marineros náufragos de Palomares.
  • Visitación, mientras sentada a los pies de la cama devoraba una buena ración de dulce de conserva, aseguraba con la boca llena que Somoza y la carabina de Ambrosio todo uno.
  • Creía en el Infierno como en todo lo que mandaba creer la Iglesia, porque siempre que su pensamiento se había revelado, ella lo había sometido con acto de pretendida fe, había dicho creo a ciegas, tomando las palabras y la resolución de creer por la creencia.
  • Reparaba las siluetas de árboles, gallinas, patos, cerdos, y se fijaba en las líneas que pedían el lápiz, veía más matices en los colores, descubría grupos artísticos, combinaciones de composición sabia y armónica, y, en suma, se le revelaba la naturaleza como poeta y pintor en todo lo que veía y oía, en la respuesta aguda de una aldeana o de un zafio gañán, en los episodios de la vida del corral, en los grupos de las nubes, en la melancolía de una mula cansada y cubierta de polvo, en la sombra de un árbol, en los reflejos de un charco, y sobre todo en el ritmo recóndito de los fenómenos, divisibles a lo infinito, sucediéndose, coincidiendo, formando la trama dramática del tiempo con una armonía superior a nuestras facultades perceptivas, que más se adivina que de ella se da testimonio.
  • Ella comprendió que estaba siendo una ingrata, no sólo con Dios, sino con su apóstol, aquel apóstol todo fuego, razón luminosa, lengua de oro, de oro líquido.
  • En el cabildo, Glocester, el maquiavélico Arcediano, hablaba al oído de los canónigos de descrédito colectivo, de lo que la iglesia, y la catedral sobre todo, perdían con aquellas algaradas (frase de Glocester).
  • Ya nadie hacía caso de esas hablillas por viejas, por gastadas, pero con el escándalo nuevo, con lo de esa mala pécora, hipócrita y astuta, todo se renueva, todo toma importancia, y muchos pocos hacen un mucho.
  • Segura de no ser vencida por la fuerza, enamorada a su modo del señorito, sobre todo por su audacia, acostumbrada a tales devaneos mudos, gimnásticos, callaba, forcejeaba, mordía con deleite, magullaba con voluptuosidad bárbara, y encontraba placer de salvaje en el martirio de mis sentidos, que tocaban su presa, y se sentían dominados por ella.
  • Ana, a quien tanto molestaba aquel abandono en los momentos de debilidad en que los nervios exaltados la mortificaban con tristeza y desconsuelo, cuando estaba serena, sobre todo después de dormir algunas horas o de tomar alimento con gusto, llegaba a sentir un placer sutil, casi voluptuoso en aquella soledad.
  • No quería más que hundir el alma en aquella pasión innominada que le hacía olvidar el mundo entero, su ambición de clérigo, las trampas sórdidas de su madre de que él era ejecutor, las calumnias, las cábalas de los enemigos, los recuerdos vergonzosos, todo, todo, menos aquel lazo de dos almas, aquella intimidad con Ana Ozores.
  • ¿qué tenía él que ver con todo aquello?
  • Tuvo valor para mostrarse fría con él, para cortar el paso a la confianza, para negarle la mano, para todo, hasta para verle despedirse.
  • La aventura, ridícula y todo, la había rejuvenecido, había encendido chispas en sus ojuelos, y ¡ea! venía con afán de abrazar ella también.
  • Chomel admite, y con él todo el que tenga dos dedos de frente, que en las enfermedades de los borrachos es imprescindible la administración de los espirituosos.
  • Cuente con nuestro humilde apoyo para vencer los obstáculos tradicionales que aquí opone al verdadero progreso un despotismo teocrático de que está ya todo Vetusta hasta los pelos, como se dice vulgarmente.
  • Quería que le consolase el reflexionar que por ella era todo aquello, que por ella había él vuelto a sentir con vigor las pasiones de la juventud que creyera muertas, y que por ella, por respetar su pureza, se encenagaba él en antiguos charcos.
  • Arma poderosa para combatirla fue la ardiente caridad con que la Regenta se consagró a defender y consolar a De Pas cuando sus enemigos desataron contra él los huracanes de la injuria, que Ana creía de todo en todo calumniosa.
  • Todo eso y mucho más dijo el Gran Constantino queremos tratarlo con el interesado.
  • Cuando Álvaro me lo contó todo, había dicho Visita, le pregunté, porque ya sabes que nos tratamos con mucha confianza, pues bien, le pregunté.
  • Todo esto pasó por el cerebro de la Regenta mientras Mesía, sin ocultar la emoción que le ponía pálido, se inclinaba con gracia, y alargaba tímidamente una mano.
  • Cuando Ana tuvo fuerza para separar todo su cuerpo de aquel placer del roce ligero con don Álvaro, otro peligro mayor se presentó en seguida.
  • Todo esto que había oído sin entenderlo volvía a su memoria con sentido claro, preciso, y como otras tantas lecciones de la experiencia.
  • Pero todo lo que fue compatible con los siete Dolores de la Virgen se hizo.
  • Y para colmo del escándalo, según don Pompeyo, so capa de celebrar una fiesta religiosa la juventud dorada del clero vetustense, todos aquellos licenciados de seminario como él los llamaba con pésima intención, ¡paseaban también por allí, apretados, prensados, con sus manteos y todo, en aquel embutido de carne lasciva, a obscuras, casi sin aire que respirar, sin más recreo que el poco honesto de sentir el roce de la especie, el instinto del rebaño, mejor, de la piara!
  • Y noche hubo en que, mientras velaba el dolor de su Fermo pensó en mil absurdos, en milagros de madre, en ir ella misma a buscar a la infame que tenía la culpa de aquello, y degollarla, o traerla arrastrando por los malditos cabellos, allí, al pie de aquella cama, a velar como ella, a llorar como ella, a salvar a su hijo a toda costa, a costa de la fama, de la salvación, de todo, a salvarle o morir con él.
  • De Pas se acordó de su madre, de los Jesuitas, de Barinaga, de Glocester, de Mesía, de Foja, del Obispo, y aunque con repugnancia se decidió a sacar todo el partido posible de aquella conversión que se le venía a las manos.
  • Mientras hablaba con don Pompeyo de la religión, de sus dulzuras, de la necesidad de una Iglesia que se funde en revelaciones positivas, el Magistral preparaba todo un plan para sacar provecho de su victoria.
  • Después que comulgó don Pompeyo con toda la solemnidad requerida por las circunstancias, teniendo a su lado al cura de cabecera, a don Fermín y a Somoza, el médico, Vetusta entera, que había acudido a la casa y a las puertas de la casa del converso, se esparció por todo el recinto de la ciudad haciéndose lenguas de la unción con que moría el ateo, a quien ahora todos concedían un talento extraordinario y una sabiduría descomunal, y pregonando el celo apostólico del Provisor, su tacto, su influencia evangélica, que parecía cosa de magia o de milagro.
  • Sin encomendarse a Dios ni al diablo, en cuanto la vio salir de San Isidro, se emparejó con ella, la saludó muy cortésmente, y con su cruz a cuestas y todo supo demostrar que él era ante todo, y aun camino del Calvario, un cumplido caballero.
  • Detrás de Mesía, que daba buena sombra, temblando sin saber por qué, impaciente, casi con fiebre, Quintanar se disponía a ver todo lo que pudiera.
  • ¡Qué tres días! Yo me figuraba estar prostituida de un modo extraño (aquí la letra de la Regenta se hace casi indescifrable para ella misma.) ¡Todo Vetusta me había visto los pies desnudos, en medio de una procesión, casi casi del brazo de Vinagre! ¡Y tres días con los pies abrasados por dolores que me avergonzaban, inmóvil en una butaca! Llamé a Somoza que se excusó.
  • Él lo niega, dice que todo aquello lo explica la exaltación religiosa y la exquisita moralidad con que decidí sacrificarme al bien del que creía ofendido por mis pensamientos y desaires.
  • A pesar de todo seguía confesando a menudo con don Fermín.
  • Temía sobre todo que si rompía sus relaciones devotas con él, volviese una reacción de lástima, arrepentimiento y piedad imaginaria que la arrastrase a otra locura como la del viernes Santo.
  • Sin embargo, sin investigar las causas de ello, sintió durante todo aquel día una alegría de niña satisfecha en sus gustos más vivos, y aún más intenso fue su placer al despertar a la mañana siguiente con este pensamiento.
  • Una galería con cierre de cristales rodea todo el edificio.
  • Está todo en silencio reflexivo, recordando los ruidos de la alegría y del placer que latieron aquí, o preparándose a retumbar con la algazara de fiestas venideras.
  • Todo aquello, que había podido ser trágico, se había convertido en una aventura cómica, ridícula, y el remordimiento de lo grotesco empezó a pincharle el cerebro con botonazos de jaqueca.
  • Y Álvaro sonreía de un modo que lo decía todo perfectamente, y hasta con acompañamiento de una música dulcísima que la Regenta creía oír dentro de sus entrañas.
  • Edelmira y Paco espalda con espalda, como se baila a veces la muñeira, sobre todo en el teatro, medían sus fuerzas.
  • Y como perder del todo a su Regenta era idea que le asustaba, dando tormento al orgullo, a los celos, hacía de tripas corazón, fingía no ver, y mantenía su poder espiritual claudicante con puntales de tolerancia y estribos de paciencia.
  • Además a él también le rejuvenecía aquella situación de amor platónico, de intimidad dulcísima en que sólo él hablaba de amor con la boca y ambos con los ojos, la sonrisa y todo lo demás que era mudo y no era deshonesto y grosero.
  • El sofá de ancho asiento amarillo, más prudente y con más experiencia que todo, callaba, conservando su puesto.
  • Ahora la pobrecita coincide con mis gustos en todo.
  • Álvaro seguía pensando Ana había hecho mal en revelarle aquellas miserias, en hacer traición a Quintanar, por indigno que este fuera, y sobre todo en avergonzarla a ella con las aventuras ridículas y repugnantes del viejo.
  • Todo esto necesitó saber don Álvaro para no exponerse a un choque en la vía con Frígilis o con el mismísimo don Víctor.
  • Entre estos sofismas y la pasión y la constancia en el pedir dieron la victoria a Mesía, que si no pudo acallar los sobresaltos de Ana, quien a cada ruido creía sentir el espionaje de Petra, conseguía a menudo hacerla olvidarse de todo para gozar del delirio amoroso en que él sabía envolverla, como en una nube envenenada con opio.
  • él atado por los pies con un trapo ignominioso, como un presidiario, como una cabra, como un rocín libre en los prados, él, misérrimo cura, ludibrio de hombre disfrazado de anafrodita, él tenía que callar, morderse la lengua, las manos, el alma, todo lo suyo, nada del otro, nada del infame, del cobarde que le escupía en la cara porque él tenía las manos atadas.
  • Y con todo, debía de ser más temprano de lo que allí decía.
  • Desde que doña Paula vio que no estallaba un escándalo, que don Fermín mostraba discreción y cautela incomparables en sus extrañas relaciones con la Regenta, se lo perdonó todo y dejó de molestarle con sus amonestaciones.
  • Hablando con todo lo que contenía a los recuerdos de la Regenta!
  • Y con todo eso, Julián se juzgaba blanco de hostilidad encubierta por parte del cazador.
  • Y el baile en el atrio lleno de luz, el templo sembrado de hojas de hinojos y espadaña que magullaron los pisotones, alumbrado, más que por los cirios, por el sol que puerta y ventanas dejaban entrar a torrentes, los curas jadeantes, pero satisfechos y habladores, el santo tan currutaco y lindo, muy risueño en sus andas, con una pierna casi en el aire para empezar un minueto y la cándida palomita pronta a abrir las alas, todo era alegre, terrenal, nada inspiraba la augusta melancolía que suele imperar en las ceremonias religiosas.
  • Si se encontrase allí algún maestro de la escuela pictórica flamenca, de los que han derramado la poesía del arte sobre la prosa de la vida doméstica y material, ¡con cuánto placer vería el espectáculo de la gran cocina, la hermosa actividad del fuego de leña que acariciaba la panza reluciente de los peroles, los gruesos brazos del ama confundidos con la carne no menos rolliza y sanguínea del asado que aderezaba, las rojas mejillas de las muchachas entretenidas en retozar con el idiota, como ninfas con un sátiro atado, arrojándole entre el cuero y la camisa puñados de arroz y cucuruchos de pimiento! Y momentos después, cuando el gaitero y los demás músicos vinieron a reclamar su parva o desayuno, el guiso de intestinos de castrón, hígado y bofes, llamado en el país mataburrillo, ¡cuán digna de su pincel encontraría la escena de rozagante apetito, de expansión del estómago, de carrillos hinchados y tragos de mosto despabilados al vuelo, que allí se representó entre bromas y risotadas! ¿Y qué valía todo ello en comparación del festín homérico preparado en la sala de la rectoral?
  • Ante la mesa y sus apéndices, no sin mil cumplimientos y ceremonias, fueron tomando asiento los padres curas, porfiando bastante para ceder los asientos de preferencia, que al cabo tocaron al obeso Arcipreste de Loiro la persona más respetable en años y dignidad de todo el clero circunvecino, que no había asistido a la ceremonia por no ahogarse con las apreturas del gentío en la misa, y a Julián, en quien don Eugenio honraba a la ilustre casa de Ulloa.
  • También usted se apura ahí por una chanza, por una tontería, lo mismo que si ya todo el mundo le señalase con el dedo.
  • ¡Dios sobre todo! murmuró, suspirando al pensar que tendría que habitar un pueblo de calles angostas y encontrarse con gente a cada paso.
  • Pero con la gente grave y de buen consejo, v.g., su confesor don Vicente el canónigo, y Julián, aquel pedazo de sus entrañas elevado a la más alta dignidad que cabe en la tierra, ¿quién le vedaba el gustazo de juzgar a su modo la conducta del amo y las señoritas, de alardear de discreción, censurando melosa y compasivamente algunos de sus actos que ella si fuese señora no realizaría jamás, y de oír que personas de respeto alababan mucho su cordura, y conformaban del todo con su dictamen?
  • Y con todo, al crecer el imperio que ejercía en sus sentidos la prima mayor, se fortalecía también la especie de desconfianza instintiva que infunden al campesino las hembras ciudadanas, cuyo refinamiento y coquetería suele confundir con la depravación.
  • Todo andaba por allí revuelto con otros chirimbolos análogos, que trascendían a casacón desde mil leguas, y entre los cuales distinguíanse, como prendas más simbólicas y elocuentes, los trebejos masónicos.
  • Un refresco a la antigua española, con almíbares, sorbetes, chocolate, vino generoso, bizcochos, dulces variadísimos, todo servido en macizas salvillas y bandejas de plata, con gran etiqueta y compostura.
  • Y como no la iluminaba otra luz, ni se había soñado siquiera en el clásico globo de porcelana que es de rigor en todo voluptuoso camarín de novela, impregnaba la alcoba más misterio religioso que nupcial, completando su analogía con una capilla u oratorio la forma del tálamo, cuyas cortinas de damasco rojo franjeadas de oro se parecían exactamente a colgaduras de iglesia, y cuyas sábanas blanquísimas, tersas y almidonadas, con randas y encajes, tenían la casta lisura de los manteles de altar.
  • Con todo.
  • Encontróle todo alborotado con los noticiones políticos, que acababan de confirmar los pocos periódicos que se recibían en aquellos andurriales.
  • Sus criados respetuosos, a veces descuidados, pero nunca insolentes ni entrometidos, todo se le figuraba a don Pedro sátira viviente del desarreglo de los Pazos, de aquella vida torpe, de las comidas sin mantel, de las ventanas sin vidrios, de la familiaridad con mozas y gañanes.
  • Y con todo, al capellán no le llegaba la camisa al cuerpo.
  • Y con todo eso, las malditas gallinas no daban nada de sí.
  • Y siendo ésta tan angosta que no cabían dos personas de frente, la señora de Moscoso pasaba los mayores trabajos del mundo intentando asirse con las yemas de los dedos al brazo del buen señor, que subía dos escalones antes que ella todo torcido y sesgado.
  • No se conocía en todo el contorno, ni acaso en toda la provincia, casa infanzona más linajuda ni más vieja, y a cuyo nombre añadiesen los labriegos con acento más respetuoso el calificativo de Pazo, palacio, reservado a las moradas hidalgas.
  • Mas con todo.
  • Don Pedro chupaba también con ensañamiento su cigarro y rumiaba las palabras del médico, que por extraño caso, atendida la diferencia entre un pensamiento relleno de ciencia novísima y otro virgen hasta de lectura, conformaban en todo con su sentir.
  • Manías del señor de Juncal, que aplica la higiene a todo, y vuelta con la higiene, y dale con la higiene.
  • Como todo es relativo en el mundo, para la gente de escalera abajo de la casa solariega el ama representaba un salvaje muy gracioso y ridículo, y se reían tanto más con sus patochadas cuanto más fácilmente podían incurrir ellos en otras mayores.
  • Y mirándole a la cara y viéndola tan consumida, con la piel terrosa, los ojos mayores y más vagos, la hermosa boca contraída siempre, menos cuando sonreía a su hija, calculaba que la señorita, por fuerza, debía saberlo todo, y una lástima profunda le inundaba el alma.
  • Todo esto, dicho por la sibila en voz baja y cavernosa, lo escuchaba solamente la bella fregatriz Sabel, que con los brazos cruzados tras la espalda, el color arrebatado, se inclinaba sobre el oráculo, que más parecía provocarla a curiosidad que a regocijo.
  • Su temperamento linfático no poseía el secreto de ciertas saludables reacciones, con las cuales se desecha todo vano miedo, todo fantasma de la imaginación.
  • Un caballero con visera calada, todo cubierto de hierro.
  • Entonces Chonito, clavando en el capellán una mirada casi humana, llena de desprecio, volvió grupas y se alejó corriendo a todo correr, sin dignarse oír las imperativas voces con que lo llamaban.
  • Entonces la pequeña saciaba su anhelo, tirando a su sabor del pelo ensortijado, metiendo los dedos de punta por boca, orejas y nariz, todo acompañado del mismo gorjeo, y entreverado con chillidos de alegría cuando, por ejemplo, acertaba con el agujero de la oreja.
  • Todo lo arma decía él ese cerdo cebado del Arcipreste, unido al faccioso del cura de Boán e instigando al usurero del mayordomo de los Pazos, el cual a su vez mete en danza al malcriado del señorito, que está enredado con su hija.
  • Y éste, arrastrándose por el suelo, olvidando sus travesuras diabólicas, sus latrocinios, su afición al establo, se emboscaba a la entrada de la capilla para ver salir a la nena y hacerle mil garatusas, que ella pagaba con risas de querubín, con júbilo desatinado, con el impulso de todo su cuerpecillo proyectado hacia adelante, impaciente por lanzarse de brazos del ama a los de Perucho.
  • Trébedes repicados con varillas de hierro, y, por cima de todo, la lúgubre y ronca voz del cuerno, y la horrenda vociferación de muchas gargantas humanas, con esa cavernosidad que comunica a la laringe el exceso de vino en el estómago.
  • Recostada en el altar se encontraba la señora de Moscoso, con un color como una muerta, los ojos cerrados, las cejas fruncidas, temblando con todo su cuerpo.
  • Con todo, estaba de buen humor, gracias a la compañía de Perucho.
  • Con todo, algo medroso y tétrico debía pesar sobre su imaginación, según el cuento que empezó a referir en voz hueca a la nené, lo mismo que si ella pudiese comprender lo que le hablaban.
  • No olvida en Santiago, donde su llegada se glosa, donde su historia en los Pazos adquiere proporciones leyendarias, donde el éxito de las elecciones, la partida del capellán, el asesinato del mayordomo, se comentan, se adornan, entretienen al pueblo casi todo un mes, y donde las gentes le paran en la calle preguntándole qué ocurre por allá, qué sucede con Nucha Pardo, si es cierto que su marido la maltrata y que está muy enferma, y que las elecciones de Cebre han sido un escándalo gordo.
  • No olvida cuando el arzobispo le llama a su cámara, a fin de inquirir qué hay de verdad en todo lo ocurrido, y él, después de arrodillarse, lo cuenta sin poner ni quitar una sílaba, encontrando en la sincera confesión inexplicable alivio, y besando, con el corazón desahogado ya, la amatista que brilla sobre el anular del prelado.
  • Allí se detuvo el insecto, y allí también Julián, con el corazón palpitante, con la vista nublada, y el espíritu, por vez primera después de largos años, trastornado y enteramente fuera de quicio, al choque de una conmoción tan honda y extraordinaria, que él mismo no hubiera podido explicarse cómo le invadía, avasallándole y sacándole de su natural ser y estado, rompiendo diques, saltando vallas, venciendo obstáculos, atropellando por todo, imponiéndose con la sobrehumana potencia de los sentimientos largo tiempo comprimidos y al fin dueños absolutos del alma porque rebosan de ella, porque la inundan y sumergen.
  • Crea el lector que es empresa ardua, pero, con todo, intentaremos decir algo.
  • Y parece que todo el mundo se viene encima cuando hay que ponerse en contacto con la multitud y salir a evacuar un negocio en que es preciso hablar, insistir, volver, porfiar.
  • Era un señor grueso, alto, con la cara llena, todo afeitado.
  • Muchas de las cosas que aquellos hombres recomendaban, luego se han tenido que realizar, porque todo el mundo ha reconocido que eran convenientes y se podían atajar con ellas muchos males.
  • Y ésta es la carta que ha recibido Azorín una página de nuestra historia contemporánea, un fragmento vivo, auténtico, con detalles vulgares, con rasgos épicos ¡en la realidad todo va junto! de nuestra vida de provincias literaria y política.
  • Cuidadosamente colocados en una vitrina, todo limpio, todo de plata, relucen una imagen de la Virgen aragonesa, un servicio de afeitar con su palangana de collete, su jarro, su bola para jabón, seis macerinas y una bandeja cuadrada.
  • Todo menos esos gordos capones que traen del campo y a los cuales él les pasa con amor y veneración la mano por el buche.
  • Su mano izquierda se abate con un gesto instintivo, todo vuelve al silencio.
  • Y he aquí, querido Sarrió, que usted se regocija, allá en las intimidades de su espíritu, con una hecatacombe de esos patos, que son la alegría de un hombre sencillo, que, como San Bernardo, ama todo lo que Dios ha creado.
  • Todo el día he estado con él.
  • Brillan sobre el arroyo débiles franjas de luces que arrojan los portales, y por las callejuelas tortuosas, en todo el pueblo, con clamorosa greguería de gruñidos graves, agudos, suplicadores, iracundos, corren los cerdos.
  • Al otro se destaca, recia, la iglesia de sillares rojizos, con su fornida y cuadrilátera torre achatada, y enfrente, en la ringla de casas de dos pisos, corta la blanca fachada, de punta a punta, todo a lo largo, un balcón de madera negruzca, sostenido por gruesas ménsulas talladas, y encima, en el piso segundo, se destaca, salediza, una vetusta galería.
  • Encerróse con él en un cuarto y sacando uno de sus pechos secos, uno de sus pechos de doncella que arrebolado todo él le retemblaba como con fiebre, le retemblaba por los latidos del corazón era el derecho, puso el botón de ese pecho en la flor sonrosada pálida de la boca del pequeñuelo.
  • Rosa no era una hermosura cual él se la había creído y antojado, sino una figura vulgar, pero con todo el más dulce encanto de la vulgaridad recojida y mansa.
  • Aquel cojerle la cara con ambas manos y estarse en silencio mirándole al alma por los ojos y, sobre todo, cuando apoyaba el oído sobre el pecho de ella ciñéndole con los brazos el talle, y escuchándole la marcha tranquila del corazón le decía.
  • No, la oración no es tanto algo que haya de cumplirse a tales o cuales horas, en sitio apartado y recojido y en postura compuesta, cuanto es un modo de hacerlo todo votivamente con toda el alma y viviendo en Dios.
  • Me cuesta mucha pena porque sé que habría llegado a quererte y, sobre todo, porque sé lo que me quieres y lo que sufrirás con esto.
  • Hacerme que me siente a la mesa con los señores, y sobre todo con los niños.
  • Fué con Ramirín aprendiendo todo lo que él tenía que aprender, pues le tomaba a diario las lecciones.
  • A su cuñada, a Caridad, le iba sobre todo con quejas de su marido.