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Ejemplos de oraciones con la palabra demonio

Lista de frases en las cuales se puede ver cómo se usa la palabra demonio en el contexto de una oración.

Término demonio: Frases

Si quieres ver ejemplos de uso de la palabra "demonio" aquí tienes una selección de 93 frases y oraciones donde se puede ver su aplicación en un texto.

En cada una de las frases aparece resaltada la palabra demonio para que la puedas detectar fácilmente.

Para evitar saturar nuestro sistema sólo se mostrarán un máximo de 100 frases por palabra.

  • Qué demonio.
  • Ninguno Demonio.
  • Quita allá, demonio.
  • ¡Al Demonio se le ocurre.
  • ¡Demonio! Tiene historia.
  • Luego Jacinta no era demonio.
  • Aquello sería para el demonio.
  • Vayan ustedes a marcar al Demonio.
  • ¡Qué demonio! Más vale dejarle.
  • ¿Qué demonio de ambición tienes?
  • ¿El macho cabrío será el demonio?
  • ¡Demonio! Eso sí que es ir de prisa.
  • ¡Demonio! ¿Cómo se llamaba el barco?
  • ¡Anda al demonio! ¿Qué se te ofrece?
  • ¿Y aún dicen que el demonio no es bueno?
  • ¡Demonio con las aguas! No quiero más brebajes.
  • Demonio exclamó Martín, aquí hace mucho frío.
  • ¡Es tuya! le gritó el demonio de la seducción.
  • Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazaña.
  • Era el demonio, era el poderoso enemigo de Jesús.
  • Pensó Fortunata, y esta mujer es el mismo demonio.
  • Ese demonio de Cuadros te arrastra a la perdición.
  • ¡Demonio! No es fácil la cosa exclamó Zalacaín.
  • ¡Qué demonio! Para todo hay remedio en este mundo.
  • Apenas mordería con fuerza ese demonio de guillotina.
  • ¡Qué demonio! Ellos no se asustaban de la República.
  • ¡Demonio de animal, me ha metido la cola por los ojos!
  • Esas tentaciones del Demonio, se lo he dicho cien veces.
  • Ese representa la parte contraria, el demonio o el mundo.
  • En nombrando al demonio, decía Dios nos libre y nos guarde.
  • ¿Será el demonio quien hace que sucedan estas casualidades?
  • Y es que el demonio de su guarda así creía ella le susurró.
  • ¡Qué cosas hacen las mujeres! Bien dicen que somos el Demonio.
  • Pero no necesitaba andar a cachetes con el demonio para triunfar.
  • ¡Qué demonio!, el que más y el que menos es hombre como todos.
  • ¡Qué demonio, Bautista! ¿No querías tú entrar en una partida?
  • Pero ¡qué demonio! cuatro o cinco mil reales no arruinan a nadie.
  • El demonio me lleve, si me quedo sin echar el catalejo a la fiesta.
  • Y si mañana sé algo malo, andará la caña suelta como un demonio.
  • Aquel día, el demonio lo hizo, estaba Juan mucho peor de su catarro.
  • ¡Qué demonio! No había que gemir tanto por culpa de un tío judío.
  • ¡demonio de chicos! Bautista no alcanza observó otra vez el Marqués.
  • Eso no sirve allá, como no le sirva al demonio para hacer de las suyas.
  • Son el mismo demonio para asimilarse todo lo que es del reino de la toilette.
  • O sientas esa cabeza o te abandono, y el demonio que se encargue de tu suerte.
  • Yo no sé cómo demonio sacaba unos sonidos tan lamentables y tan melancólicos a su fuelle.
  • Pues entonces, que se la lleve a usted el demonio gritó el clérigo con gesto de menosprecio.
  • ¿Por qué era con ella lo que es el demonio con las criaturas, que las tienta y les inspira el mal?
  • Oye, tú, buena pécora, ¿qué demonio de obispo entra aquí por la noche a destrozarme las semillas?
  • X ¡Demonio de chico! dijo a Izquierdo cuando volvía de acompañar hasta la puerta al señor de Rubín.
  • ¿Pero quién, pero quién es el demonio del Infierno que ha mandado vayan a bordo los oficiales de tierra?
  • Si no te hacen caso, estúpida le dijo, si no eres tú la que hablas sino el demonio que te anda dentro de la boca.
  • Nos acercamos llenos de esperanzas, cuando un demonio de cutter velero nos dió el alto disparándonos un cañonazo.
  • El demonio eres tú replicó la fiera, que parecía ya, por lo muy exaltada, irresponsable de los disparates que decía.
  • Mauricia se echó a reír con aquel desparpajo que a su amiga le parecía el humorismo de un hermoso y tentador demonio.
  • ¡Demonio de neurosis o lo que sea! Yo, que después de darle la vuelta a la Serpentine me iba del tirón a Cromwell road.
  • ¡Qué demonio de chico! ¡Qué malo es! Catalina ya sabía que diciendo ese demonio, o ese diablo, se referían a Martín.
  • Ya me puedo morir tranquilo, puesto que he sabido arrancarle al demonio de la tontería el alma que ya tenía entre sus uñas.
  • Además, ¡qué demonio! después de tanto trabajo y tan buena cosecha, bien podía un hombre honrado permitirse un poco de expansión.
  • Visitación procuraba meterle a Ana, a manos llenas, por los ojos, por la boca, por todos los sentidos, el demonio, el mundo y la carne.
  • En fin, que semejante escena daba una idea de aquella parte del Infierno donde deben tener sus esparcimientos los chiquillos del Demonio.
  • Pues estos pozos endurecidos hay que echarlos fuera, porque el demonio se agarra de cualquier cosa dijo la santa, acariciándole la barba.
  • El demonio que te entienda, chica, ¡ahora clamas por tu marido! Para lo que ha de servirte, más vale que no parezca por acá en mil años.
  • En la alcoba próxima se oían quejas, alternando con voces de ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Jesús mío! ¡Qué demonio será esto! pensó Martín.
  • De repente (el demonio explicara aquello), sintió una alegría insensata, un estallido de infinitas ansias que en su alma estaban contenidas.
  • Te advierto que de ninguna manera te has de librar de mí, pues aunque te vuelvas el mismo Demonio, te he de pedir dinero y te lo he de sacar.
  • ¡Que se lo llevase todo el demonio! Al fin era suyo, bien lo sabía Dios, y podía destruir su hacienda antes que verla en manos de ladrones.
  • No era pariente del difunto, pero le había sacado de las garras del Demonio, según Glocester, que se quedó en la sala capitular murmurando.
  • Para operarla, ¡qué demonio! Si aquí se pudiese celebrar junta de médicos, yo dejaría quizás que la cosa marchase por sus pasos contados.
  • Pero no le era difícil discernir si su espanto era como el del exaltado cristiano que ve al demonio, o como el de este cuando le presentan una cruz.
  • Pero, ¡qué demonio!, siempre la condenada suerte persiguiéndole, porque todos los empleos que le daban eran de lo más antipático que imaginarse puede.
  • ¡Por fuerza esto es cosa del demonio! ¡Jesús mil veces! No, no me acaloro exclamó ella, respirando fuerte y pasándose por la frente la palma extendida.
  • ¡no diga usted más bobadas, tío! ¡El demonio de la chiquilla! ¡Todavía me acuerdo el día en que se empeñó en ir, con su hermana, a oirme aquel sermoncete.
  • Las edades no muy desproporcionadas, y el resultado dichosísimo, porque así redimía el marqués su alma de las garras del demonio, personificado en impúdicas barraganas.
  • Pareció que el mismo demonio lo hizo, porque en el momento de salir Don Baldomero del cuarto de su hijo, he aquí que se presentan en el despacho Villalonga y Federico Ruiz.
  • Pero se equivocó, porque el Delfín, que tenía en el cuerpo el demonio malo de la variedad, cansábase de ser bueno y fiel, y tornaba a dejarse mover de la fuerza centrífuga.
  • ¡De buena se habían librado! Allí estaban tan ricamente, y no se acordaban de lo que dejaron atrás más que para compadecer a las infelices que aún seguían entre las uñas del demonio.
  • Tras él, arrastrándose cual un demonio ebrio y lanzando espantables gruñidos, salió otro espectro de fuego, el cerdo, que se desplomó en medio del campo, ardiendo como una antorcha de grasa.
  • Y si es verdad lo que yo digo y aquél, persuadido del demonio, por quitar y privar a los que están presentes de tan gran bien, dice maldad, también sea castigado y de todos conocida su malicia.
  • Dio tres, cuatro pasos más sin resolverse a volver pie atrás, por más que el demonio de la seducción le sujetaba los brazos, le atraía hacia la puerta y se le burlaba con palabras de fuego al oído llamándole.
  • Ni había oficio en el mundo que más le cuadrase, porque aquello no era trabajar ¡qué demonio!, era retratarse, y el que trabajaba era el pintor, poniendo en él sus cinco sentidos y mirándole como se mira a una novia.
  • Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí.
  • Mientras detallaba sus recuerdos, el maestro y su mujer le oían atentamente, y algunos muchachos, abusando del inesperado asueto, iban alejándose de la barraca atraídos por las ovejas, que huían de ellos como del demonio.
  • Y bien podía suceder, porque algunas que entraban allí cargadas de pecados se corregían de tal modo y se daban con tanta gana a la penitencia, que no querían salir más, y hablarles de casarse era como hablarles del demonio.
  • Y sobre todo aquel demonio de Obispo abrumándole con su humildad, recordándole nada más que con su presencia de liebre asustada toda una historia de santidad, de grandeza espiritual enfrente de la historia suya, la de don Fermín.
  • Lo cierto del caso es que no metimos en un puño a aquellos herejes por mor de que el demonio fue y pegó fuego a la Santa Bárbara de la Mercedes, que se voló en un suspiro, ¡y todos con este suceso, nos afligimos tanto, sintiéndonos tan apocados.
  • Y así bajó del púlpito y encomendó a que muy devotamente suplicasen a Nuestro Señor tuviese por bien de perdonar a aquel pecador, y volverle en su salud y sano juicio, y lanzar dél el demonio, si Su Majestad había permitido que por su gran pecado en él entrase.
  • Allí había ido él muchas veces por sus asuntos, y allá iba ahora, á ver si el demonio era tan bueno que le hacía tropezar con el amo, el cual raro era el día que no inspeccionaba con su mirada de avaro los hermosos árboles uno por uno, como si tuviese contadas las naranjas.
  • Ya alcanzaba á contemplar su huerto, ya se reía del miedo pasado, cuando vió saltar del bancal de cáñamo al propio Barret, y le pareció un enorme demonio, con la cara roja, los brazos extendidos, impidiéndole toda fuga, acorralándolo en el borde de la acequia que corría paralela al camino.
  • Y desque fue bien vuelto en su acuerdo, echóse a los pies del señor comisario y demandóle perdón, y confesó haber dicho aquello por la boca y mandamiento del demonio, lo uno por hacer a él daño y vengarse del enojo, lo otro y más principal, porque el demonio recibía mucha pena del bien que allí se hiciera en tomar la bula.
  • Entre aplausos y risas bailó con Amparito, mientras su hijo los contemplaba enternecido, renegando tal vez en su interior de su condición de poeta soñoliento y enemigo de superfluidades, que no le permitía aprender cómo se mueven las zancas en el vals, ¡El mismo demonio era el señor Cuadros, a pesar de sus años y del enorme bigote! Así lo declaraban doña Manuela y Teresa, sonrientes, reconciliadas y puestas ambas al mismo nivel.
  • Y los gorriones, los pardillos y las calandrias, que huían de los chicos como del demonio cuando los veían en cuadrilla por los senderos, posábanse con la mayor confianza en los árboles inmediatos, y hasta se paseaban con sus saltadoras patitas frente á la puerta de la escuela, riéndose con escandalosos gorjeos de sus fieros enemigos al verlos enjaulados, bajo la amenaza de la caña, condenados á mirarlos de reojo, sin poder moverse y repitiendo un canto tan fastidioso y feo.
  • Y viniendo él con la cruz y agua bendita, después de haber sobre él cantado, el señor mi amo, puestas las manos al cielo y los ojos que casi nada se le parecía sino un poco de blanco, comienza una oración no menos larga que devota, con la cual hizo llorar a toda la gente como suelen hazer en los sermones de Pasión, de predicador y auditorio devoto, suplicando a Nuestro Señor, pues no quería la muerte del pecador, sino su vida y arrepentimiento, que aquel encaminado por el demonio y persuadido de la muerte y pecado, le quisiese perdonar y dar vida y salud, para que se arrepintiese y confesase sus pecados.