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Ejemplos de oraciones con la palabra diego

Lista de frases en las cuales se puede ver cómo se usa la palabra diego en el contexto de una oración.

Término diego: Frases

Si quieres ver ejemplos de uso de la palabra "diego" aquí tienes una selección de 63 frases y oraciones donde se puede ver su aplicación en un texto.

En cada una de las frases aparece resaltada la palabra diego para que la puedas detectar fácilmente.

Para evitar saturar nuestro sistema sólo se mostrarán un máximo de 100 frases por palabra.

  • Dijo don Diego.
  • Que llamen a Diego.
  • Md., señor don Diego.
  • Sí fue dijo don Diego.
  • Empezaron por don Diego.
  • ¡Jesús! dijo don Diego.
  • ¡Jesús! decía el don Diego.
  • Respetando a Juan, Pedro y Diego.
  • Decíale don Diego, muy satisfecho de mí.
  • Pusimos el hato en el carro de un Diego Monje.
  • Todo pasaba a vista de mi dama y de don Diego.
  • Pero nunca sospeché en don Diego ni en lo que era.
  • Y volviéndose a don Diego, que estaba pasmado, dijo.
  • De cómo fue a un pupilaje por criado de don Diego Coronel.
  • Llegando a la entrada de la calle de la Paz, dijo don Diego.
  • Levantaron las mesas y todos dijeron a don Diego que se acostase.
  • Llegue y alcance, que mi señor don Diego nos hace merced a todos.
  • El otro compañero andaba mirando a don Diego a la cara, y dijo a su amigo.
  • Contéles cómo me había topado con don Diego y lo que me había sucedido.
  • Yo y los otros dos nos despedimos y don Diego se entró con ellas en el coche.
  • Y yo, por hacer la deshecha, quedéme hablando desde la calle con don Diego y dije.
  • Y al ruido se había asomado don Diego Coronel, que vivía en la misma casa de sus primas.
  • Vino Cabra y, viéndolo, dijo que me echasen a mí la otra, que luego tornarían a don Diego.
  • Oh, mi señor don Diego, ¿quién me dijera a mí, agora diez años, que había de ver yo a V.
  • Llegó un rufián y puso asientos para todos y una silla para don Diego, y el otro trujo un plato.
  • Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal.
  • Y así, prometí a don Diego y a todos los compañeros, de quitar una noche las espadas a la mesma ronda.
  • Entonces despidiéndose los dos, echaron hacia abajo, y yo y don Diego quedamos solos y echamos a San Filipe.
  • O a casa con su marido, o a la calle con Juan, Pedro y Diego, a ver si sale algún primo con quien ir tirando.
  • Decíame don Diego que qué haría él para persuadir a las tripas que habían comido, porque no lo querían creer.
  • El don Diego se me ofreció y me pidió perdón del agravio que me había hecho en tenerme por el hijo del barbero.
  • ¡Levántate enhoramala! Los otros, por asegurarme, contaron a don Diego el caso todo y pidiéronle que me dejase dormir.
  • De la ida de don Diego, y nuevas de la muerte de su padre y madre, y la resolución que tomó en sus cosas para adelante.
  • Sentáronse, y entre los dos estudiantes y ellas no dejaron sino un cogollo, en cuatro bocados, el cual se comió don Diego.
  • Don Diego se le ofreció mucho, y preguntándole su nombre, salió el ventero y puso los manteles, y oliendo la estafa, dijo.
  • Quizá eran restos de una de las torres que Diego García de Herrera levantó, por orden del rey de España, cerca de la costa.
  • Supo, pues, don Diego el caso, y enojóse conmigo de manera que obligó a los huéspedes (que de risa no se podían valer) a volver por mí.
  • Don Diego y yo nos vimos tan al cabo que, ya que para comer al cabo de un mes no hallábamos remedio, le buscamos para no levantarnos de mañana.
  • Y emparejando, cierra uno de los que me aguardaban por don Diego, con un garrote conmigo, y dame dos palos en las piernas y derríbame en el suelo.
  • Favorecíanme los caballeros y apenas me dejaban servir a don Diego, a quien siempre tuve el respeto que era razón por el mucho amor que me tenía.
  • Repartiéronlo todo y a don Diego dieron no sé qué huesos y alones diciendo que del cabrito el huesecito y del ave el aloncito y que el refrán lo decía.
  • ¡Cuerpo de Dios y cómo hiede! Don Diego dijo lo mismo, porque era verdad, y luego, tras él, todos comenzaron a mirar si había en el aposento algún servicio.
  • Levantaron los manteles y, estando en esto, vi venir un caballero con dos criados por la huerta adelante, y cuando no me cato, conozco a mi buen don Diego Coronel.
  • Fuímonos a acostar y en toda la noche pudimos yo ni don Diego dormir, él trazando de quejarse a su padre y pedir que le sacase de allí y yo aconsejándole que lo hiciese.
  • Preguntábame don Diego que qué había de decir si me acusaban y me prendía la justicia, a lo cual respondí yo que me llamaría a hambre, que es el sagrado de los estudiantes.
  • Tiene un castillo que aún conserva la torre del homenaje, y en cuyos salones don Diego Pacheco, gran protector de los moriscos, vería ondular el cuerpo serpentino de las troteras.
  • Fuime corriendo a don Diego, que estaba leyendo la carta de su padre, en que le mandaba que se fuese y que no me llevase en su compañía, movido de las travesuras mías que había oído decir.
  • A poder de éste, pues, vine, y en su poder estuve con don Diego, y la noche que llegamos nos señaló nuestro aposento y nos hizo una plática corta, que aun por no gastar tiempo no duró más.
  • La muchacha quedó satisfecha y con lástima de mi caída, mas el don Diego cobró mala sospecha de lo del letrado, y fue totalmente causa de mi desdicha, fuera de otras muchas que me sucedieron.
  • Y, por las señas, dije yo que era él, y las supliqué que le dijesen que Diego de Solórzana, su mayordomo que fue de las depositarías, pasaba a las cobranzas y le había venido a besar las manos.
  • Procuraba satisfacerlos, y, viendo que no bastaba, salíme de su casa y fuime a ver a mi amigo don Diego, al cual hallé en la suya descalabrado, y a sus padres resueltos por ello de no enviarle más a la escuela.
  • Fuese con esto y volvióse desde la puerta a pedirme algo para el buen Diego García, el alguacil, que importaba acallarle con mordaza de plata y apuntóme no sé qué del relator, para ayuda de comerse cláusula entera.
  • Yo no sé si fue la fuerza de la verdad de ser yo el mismo pícaro que sospechaba don Diego, o si fue la sospecha del caballo del letrado, u qué se fue, que don Diego se puso a inquerir quién era y de qué vivía, y me espiaba.
  • No bien me aparté de él con su capa, cuando ordena el diablo que dos que lo aguardaban para cintarearlo por una mujercilla, entendiendo por la capa que yo era don Diego, levantan y empiezan una lluvia de espaldarazos sobre mí.
  • ¡Gran lástima! Don Diego me tomó el dedo del corazón y, al fin, entre los cinco me levantaron, y al alzar las sábanas fue tanta la risa de todos viendo los recientes no ya palominos sino palomos grandes, que se hundía el aposento.
  • No aguardó más don Diego, y volviéndose a su casa encontró con los dos caballeros del hábito y cadena amigos míos, junto a la Puerta del Sol, y contóles lo que pasaba y díjoles que se aparejasen y en viéndome a la noche en la calle, que me magullasen los cascos.
  • Maissonnave lo tomó como una ofensa personal, y me desafió, ¡a mí, que, como el don Diego de Flor de un día, mataba las golondrinas con bala y era digno rival en esgrima de mi maestro valenciano don Juan Rives! Pero mis creencias religiosas no me permitían batirme.
  • A veces los telones y bastidores se hacían los remolones o precipitaban su caída, y en una ocasión, el buen Diego Marsilla, atado a un árbol codo con codo se encontró de repente en el camarín de doña Isabel de Segura, con lo que el drama se hizo inverosímil a todas luces.
  • En este tiempo vino a don Diego una carta de su padre, en cuyo pliego venía otra de un tío mío llamado Alonso Ramplón, hombre allegado a toda virtud y muy conocido en Segovia por lo que era allegado a la justicia, pues cuantas allí se habían hecho de cuarenta años a esta parte, han pasado por sus manos.
  • Su melena blanca, su bigote engomado, su perilla puntiaguda, que le temblaba al hablar, su voz hueca y solemne le daban el aspecto de un padre severo de drama, y alguno de los estudiantes que encontró este parecido, recitó en voz alta y cavernosa los versos de Don Diego Tenorio, cuando entra en la Hostería del Laurel en el drama de Zorrilla.
  • Viéndome, pues, con una fiesta revuelta, un pueblo escandalizado, los padres corridos, mi amigo descalabrado y el caballo muerto, determinéme de no volver más a la escuela ni a casa de mis padres, sino de quedarme a servir a don Diego o, por mejor decir, en su compañía, y esto con gran gusto de los suyos, por el que daba mi amistad al niño.
  • En todo esto, siempre me visitaba aquel hijo de don Alonso de Zúñiga, que se llamaba don Diego, porque me quería bien naturalmente, que yo trocaba con él los peones si eran mejores los míos, dábale de lo que almorzaba y no le pedía de lo que él comía, comprábale estampas, enseñábale a luchar, jugaba con él al toro, y entreteníale siempre.
  • Porque yo apretaba en lo del casamiento, por papeles, bravamente, y él, acosado de ellas, que tenían deseo de acabarlo, andando en mi busca, topó con el licenciado Flechilla, que fue el que me convidó a comer cuando yo estaba con los caballeros, y este, enojado de cómo yo no le había vuelto a ver, hablando con don Diego, y sabiendo cómo yo había sido su criado, le dijo de la suerte que me encontró cuando me llevó a comer y que no había dos días que me había topado a caballo muy bien puesto, y le había contado cómo me casaba riquísimamente.