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Ejemplos de oraciones con la palabra digna

Lista de frases en las cuales se puede ver cómo se usa la palabra digna en el contexto de una oración.

Término digna: Frases

Si quieres ver ejemplos de uso de la palabra "digna" aquí tienes una selección de 42 frases y oraciones donde se puede ver su aplicación en un texto.

En cada una de las frases aparece resaltada la palabra digna para que la puedas detectar fácilmente.

Para evitar saturar nuestro sistema sólo se mostrarán un máximo de 100 frases por palabra.

  • Quiero murmuración digna de mí.
  • Cuales una casa tan respetable, tan digna.
  • No se ha visto cosa tan digna de risa en el mundo.
  • Que aquella resolución era digna de un cristiano.
  • El señor Magistral es una persona muy digna por todos conceptos.
  • Y verá usted con qué arma digna de usted le aplasto los cascos.
  • A los ocho años, Martín gozaba de una mala fama digna ya de un hombre.
  • Si ustedes quieren, de talento, digna de otro teatro, de volar más alto.
  • El marqués miraba al suelo, aun cuando en él no había cosa digna de verse.
  • Si mi mujer decía a Frígilis fuese capaz de caer en liviandad digna de castigo.
  • ¡Qué cosa más digna que vivir del trabajo! Siguieron hablando Andrés y Lulú largo rato.
  • Necesito ver a usted, quiero pedirle perdón y jurarle que soy digna de su cariñoso amparo.
  • ¡qué más podía ambicionar! En seguida pensó en tomar una postura moral digna de las circunstancias.
  • ¡Quién sabe! ¿Por qué era ella, aunque digna de otro mundo, nada más que una señora ex regenta de Vetusta?
  • ¡Pobre mujer! exclamó ella, respondiendo al intento de Juan, que empezaba por hacer a la otra digna de lástima.
  • Ella, Ana, podía sacar gran utilidad para la ocupación digna de su alma de aquellos mismos lugares y quehaceres.
  • Oh, pero también, también el amor que él tenía a su madre era cosa tierna, grande, digna, que le elevaba a sus propios ojos.
  • Al cumplirse el novenario de la encerrona, que algo tenía de arresto, doña Anuncia se presentó tranquila, digna, severa a leer la sentencia.
  • Para que usted sea digna de casarse con un hombre honrado, lo primerito es que me vuelva los ojos a la religión, empezando por edificarse interiormente.
  • Si pasado un plazo prudencial, me resulta usted en tal disposición de espíritu que yo la crea digna de ser mi hermana política, podría quizás llegar a serlo.
  • Sólo que todo aquello ¡qué le importaba a él que era un compromisario! La digna esposa de Infanzón también estaba cansada, aburrida, despeada, pero no aturdida.
  • Pero nosotros, los que hemos de ascender por nuestro mérito apostólico, no podemos ser impacientes, tenemos que esperar en una actitud digna de sumisión y respeto.
  • La música era digna de la arquitectura, y sonaba a zarzuela sentimental o a canción de las que se reparten como regalo a las suscritoras en los periódicos de modas.
  • La quinta que ellas habían imaginado digna de un Ozores, aunque fuese extraviado, era una casa de aldea muy pintada, pero sin valor, con una huerta de medianas utilidades.
  • Cuando llevaba mezcladas en su pecho las azucenas de la purificación religiosa y los azahares de la boda, parecíale al Delfín digna y lucida hazaña arrancarla de aquella vida.
  • Su niñez le enternecía, su juventud le disgustaba como el recuerdo de una mujer que fue muy querida, que nos hizo cometer mil locuras y que hoy nos parece digna de olvido y desprecio.
  • Persistía Doña Francisca en la negativa, y Don Alonso, que en presencia de su digna esposa era manso como un cordero, buscaba pretextos y alegaba toda clase de razones para convencerla.
  • Pepe, no lejos del pozo, vestido con los trapos de cristianar, más una corbata negra que había creído digna de un factor, dejaba hacer, dejaba pasar, se rascaba la cabeza y sonreía gozoso.
  • Son muy respetables en efecto dijo el canónigo pariente del Ministro, a quien la proposición había parecido regalista, y por consiguiente digna de aprobación por parte de un primo del Notario mayor del reino.
  • Había faltado gravemente, ofendiendo a su mujer legítima, abandonando después a su cómplice, y haciendo a esta digna de compasión y aun de simpatía, por una serie de hechos de que él era exclusivamente responsable.
  • La del Banco, como pajarita de las nieves, saltaba de piedra en piedra, esquivaba los charcos, y de paso, dejaba ver el pie no mal calzado, las enaguas no muy limpias, y a veces algo de una pantorrilla digna de mejor media.
  • Solía esta familia, digna de mejores rentas, pasar gran parte del año en Madrid, y las niñas (de veintiséis años la menor) cuando estaban en público ante los vetustenses fingían disimular su desprecio de todo lo que les rodeaba.
  • Desde niño le había enseñado su madre a reverenciar la sangre ilustre, y aquel pergamino escrito con tinta roja, miniado, dorado, le parecía cosa muy veneranda, digna de compasión por haber sido pisoteada, hollada bajo la suela de sus botas.
  • Doña Lupe también parecía indignada, aunque si se hubiera ido a examinar bien el interior de la digna señora, se habría visto que en medio del enojo que su dignidad le imponía, nacía tímidamente un sentimiento extraño de regocijo por aquella misma independencia de su sobrino.
  • Pero ¡oh escándalo! ahora (don Custodio lo había averiguado escuchando detrás de una puerta), ahora el chocho del poeta bucólico dejaba al Magistral la más apetecible de sus joyas penitenciarias, como lo era sin duda la digna y virtuosa y hermosísima esposa de don Víctor Quintanar.
  • Pero de todas las mejoras de ropa que publicaban en los círculos políticos y en las calles de Madrid el cambio de instituciones, ninguna tan digna de pasar a la historia como el estreno de levita de paño fino que transformó a don Basilio Andrés de la Caña a los seis días de colocado.
  • El seminario, la sotana, que era la toga del hombre libre, la que le podría arrancar de la esclavitud a que se vería condenado con todos aquellos miserables si no le llevaban sus esfuerzos a otra vida mejor, una digna del vuelo de su ambición y de los instintos que despertaban en su espíritu.
  • Sin que ella los provocase, acudían a su memoria recuerdos de la niñez, fragmentos de las conversaciones de su padre, el filósofo, sentencias de escéptico, paradojas de pesimista, que en los tiempos lejanos en que las había oído no tenían sentido claro para ella, mas que ahora le parecían materia digna de atención.
  • Ahora, al sentir revolución repentina en las entrañas en presencia de un gallardo jinete, que venía a turbar con las corvetas de su caballo, el silencio triste de un día de marasmo, la Regenta no vaciló en creer lo que le decían voces interiores de independencia, amor, alegría, voluptuosidad pura, bella, digna de las almas grandes.
  • Juanito miraba con asombro no exento de envidia a la pobre mujer casi ciega, que saldría del mundo tan inocente como había entrado, después de arrastrar la más monótona y abrumadora de las existencias, siempre amarrada a la argolla de la domesticidad, sumisa y automática, y que todavía sentíase dominada por el agradecimiento, como si la vida de descanso puramente animal que ahora gozaba fuese una felicidad de que no se consideraba digna.
  • El cocinero estuvo a punto de caer de espaldas, de puro goce, cuando, por motivo del punto que le convenía al dulce de melocotón, Obdulia se acercó al dignísimo Pedro y sonriendo le metió en la boca la misma cucharilla que ella acababa de tocar con sus labios de rubí (este rubí es del cocinero.) Al personaje del mandil se le apareció en lontananza la conquista de aquella señora como una recompensa final, digna de una vida entera consagrada a salpimentar la comida de tantos caballeros y damas, que gracias a él habían encontrado más fácil y provocativo el camino de los dulces y sustanciales amores.
  • Si se encontrase allí algún maestro de la escuela pictórica flamenca, de los que han derramado la poesía del arte sobre la prosa de la vida doméstica y material, ¡con cuánto placer vería el espectáculo de la gran cocina, la hermosa actividad del fuego de leña que acariciaba la panza reluciente de los peroles, los gruesos brazos del ama confundidos con la carne no menos rolliza y sanguínea del asado que aderezaba, las rojas mejillas de las muchachas entretenidas en retozar con el idiota, como ninfas con un sátiro atado, arrojándole entre el cuero y la camisa puñados de arroz y cucuruchos de pimiento! Y momentos después, cuando el gaitero y los demás músicos vinieron a reclamar su parva o desayuno, el guiso de intestinos de castrón, hígado y bofes, llamado en el país mataburrillo, ¡cuán digna de su pincel encontraría la escena de rozagante apetito, de expansión del estómago, de carrillos hinchados y tragos de mosto despabilados al vuelo, que allí se representó entre bromas y risotadas! ¿Y qué valía todo ello en comparación del festín homérico preparado en la sala de la rectoral?