Palabras

Ejemplos de oraciones con la palabra final

Lista de frases en las cuales se puede ver cómo se usa la palabra final en el contexto de una oración.

Término final: Frases

Si quieres ver ejemplos de uso de la palabra "final" aquí tienes una selección de 78 frases y oraciones donde se puede ver su aplicación en un texto.

En cada una de las frases aparece resaltada la palabra final para que la puedas detectar fácilmente.

Para evitar saturar nuestro sistema sólo se mostrarán un máximo de 100 frases por palabra.

  • Punto final.
  • Preguntó Andrés al final.
  • Que no te pase algo al final.
  • Y ahora prepara el golpe final.
  • La nené no oyó el final del cuento.
  • ¡Al final de tu idilio está la muerte!
  • Preguntaba el maestro al final del relato.
  • Pero su curiosidad tuvo un final inesperado.
  • Y al final, los barracones de espectáculos.
  • El médico vaticinaba el final para un breve plazo.
  • Y el final así, lo recordaba Ana palabra por palabra.
  • Al final de este camino sesgo se encuentra una alameda.
  • XI Final, que viene a ser principio i Quien manda, manda.
  • Voy al final del barrio de Salamanca, a hacer una visita.
  • Una noche, ya al final de septiembre, me había retrasado.
  • VI Final i Fortunata sintió ruido en la puerta y esta voz.
  • Esta tendencia al final trágico era muy frecuente en Lulú.
  • Glocester había esperado en la sacristía el final de aquel escándalo.
  • No hubo nadie de los nuestros que no creyera que aquel era nuestro final.
  • Al final había una bóveda con ventanas pequeñas en las gruesas paredes.
  • Ya es imposible encontrar rincones poéticos al final de un pasadizo tortuoso.
  • Al final de la calleja, bañada por el sol, resalta la nota roja de un refajo.
  • A mí me tocaba entonces ir allá, para traer el resultado final de la votación.
  • Tío, necesito esto, lo otro y lo de más allá, estábamos al final de la calle.
  • Y luego, cuando, al final, la miseria cunde por toda España, Infantes se doblega.
  • Al final de septiembre, unos días antes de la vendimia, la patrona le dijo a Andrés.
  • Al final del verano un amigo le dió a Montaner una entrada para los Jardines del Buen Retiro.
  • Tomé un papel, fuí uniendo las letras y apareció al final esta serie de palabras en vascuence.
  • Al final de esta calle se encontraron con la iglesia del Santo Sepulcro y se pararon a contemplarla.
  • Al final del primer año de carrera, Andrés empezó a tener mucho miedo de salir mal en los exámenes.
  • Del centro de la campana bajaba una gruesa cadena negra, en cuyo garfio final se enganchaba un caldero.
  • Ya les faltaba el aliento a los oyentes cuando el ciego se determinó a posarse en el final de la frase.
  • Se leyó una alocución patriótica, y después don Carlos, repitiendo el final de la alocución, exclamó.
  • Un vals se convertía en una habanera, y ésta aparecía al final con las notas de La Marsellesa o de un himno cualquiera.
  • Viejas y arrugadas otras, con esa fealdad de bruja que es final rápido e inesperado de la belleza de las razas meridionales.
  • Al final de la escalera se abría una bóveda que daba paso a una verdadera catacumba, húmeda, fría, larguísima, tortuosa.
  • El deseo de llegar cuanto antes a este final apetecido era lo que le hacía audaz y acallaba sus temores de una probable ruina.
  • Su final lo desconocía, pero era indudable que mi tío, después de andar en algún barco negrero o pirata, había sido preso.
  • Al final de la taberna abríase la puerta del corral, enorme, espacioso, con su media docena de fogones para guisar las paellas.
  • Y seguía la partida, sin que por ello los de la apuesta dejasen de hablar con los amigos, bromeando sobre el final de la lucha.
  • Pero el trance más cruel, el obstáculo más temible, estaba casi al final, cerca ya de su barraca, y era la famosa taberna de Copa.
  • ¡ni esto! Bailaba con ella, y a lo mejor abandonaba a su pareja y salía del salón, para no reaparecer hasta la hora del galop final.
  • Ni preguntarle a cada momento si era verdad que él también estaba hecho un idólatra y que lo estaría hasta el día del Juicio final.
  • La apetencia por conocer se despierta en los individuos que aparecen al final de una evolución, cuando el instinto de vivir languidece.
  • Una cena que fuese digno final de la hazaña, pues en la misma noche seguramente quedaría terminada la apuesta venciendo al otro hermano.
  • Varias veces, con su antigua audacia intentó aproximarse a Manolita para reanudar sus relaciones de amistad, buscando un final más íntimo.
  • Y esta habitación está allí cerca, a la derecha de la puerta, recayente al patio, al final del zaguanillo de cuadrilongos ladrillos rojizos.
  • Aquello parecía el final de una batalla prehistórica, o de un combate del circo romano, en que los vencedores fueran arrastrando a los vencidos.
  • Pues ayer refirió la joven con los ojos bajos, alzándolos al final de cada frase, como si pusiera con ellos las comas, más que con el acento, pues ayer.
  • El deseo final del señor de Santa Cruz es que ambos se mueran juntos, el mismo día y a la misma hora, en el mismo lecho nupcial en que han dormido toda su vida.
  • Doña Manuela estaba inmóvil, pensando en la sima que se abría a sus pies y en la que iba a caer irremisiblemente, encontrando al final lo que tanto la asustaba.
  • Los mostraba uno por uno, dejando para el final el gran efecto, que consistía en sacar de súbito el pañuelo y ponerlo en las narices de sus amigas, diciéndoles.
  • Y al final, lo grotesco, lo estrambótico, la bufonada, fiel remedo de la simpatía con que en pasadas épocas se trataban las cosas del infierno, la roca Diablera.
  • Al final, la criada abrió una puerta y pasamos los tres a una biblioteca abandonada, en donde había varios colchones de paja tirados en el suelo, y allí dormimos.
  • Pensaba que si las madres de aquellos desgraciados que iban al spoliarium, hubiesen vislumbrado el final miserable de sus hijos, hubieran deseado seguramente parirlos muertos.
  • Y aunque estos versos no tuvieran relación alguna con lo contado, por el tono solemne con que los recitaba mi tía Úrsula, me parecían un final muy oportuno para cualquier relato.
  • Ilustración IV EL FINAL DE LA SHELE Siempre que pensaba en la Shele siguió diciendo el médico viejo, tenía el presentimiento, muy lógico en el fondo, de que había de acabar mal.
  • Desde la esquina se divisa abajo, al final de la calleja, el boscaje de un huerto, una palmera que arquea blanda sus ramas, una colina que se perfila sobre el azul luminoso del cielo.
  • Los amigos que aquel día le acompañaban, convinieron en decirle de la manera más delicada que se preparase espiritualmente para el traspaso final, ocupándose del negocio de salvar su alma.
  • Al llegar a este punto, Martín avisó a Briones que era conveniente que sus tropas estuviesen preparadas, pues al final de estas sendas se encontrarían en terreno descubierto y desprovisto de árboles.
  • ¡Vaya un par de puntos alegres! Todos los parroquianos se reían, y hasta el mismo cafetinero desarrugaba el ceño, a pesar de que conocía el final de tales bromas y lo mucho que costaba ponerlos en la calle.
  • La clara luna retrataba en su fondo ligeramente azulado las cabezas de las dos hermanas, con la cabellera suelta y vestidas de blanco, como tiples de ópera en el momento de volverse locas y cantar el aria final.
  • Los últimos ruiseñores, cansados de animar con sus trinos aquella noche de otoño, que por lo tibio de su ambiente parecía de primavera, lanzaban el gorjeo final como si les hiriese la luz del alba con sus reflejos de acero.
  • El cristianismo, otra forma de semitismo, colocó el paraíso al final y fuera de la vida del hombre y los anarquistas, que no son más que unos neo cristianos, es decir, neo semitas, ponen su paraíso en la vida y en la tierra.
  • Guárdate tus carros de pedernal, que ya te los pondrán en la balanza el día del gran saldo final, ya sabes, cuando suenen las trompetas aquellas, sí, y entonces, cuando veas que la balanza se te cae del lado de la avaricia, dirás.
  • Subía al alcázar de proa, inspeccionaba el sollado, recorría el barco mirándolo todo, riñendo porque no encontraba las cosas bastante limpias, y al final de su paseo escalaba la toldilla de popa y se apoyaba en unos de los cañones.
  • Al final, una cancela deja ver por entre sus varillajes, festoneados de encendidos geranios, una sombrosa huerta de naranjos, de higueras con sus brevas adustas, de ciruelos con sus doradas prunas, de manzanos con sus grandes pomas rosadas.
  • Pero todo entraba en la diversión, y al final, cuando estallaba el trueno gordo, haciendo temblar el suelo de la feria, la gente menuda prorrumpía en estruendosa aclamación, despertando de la pesadilla belicosa que la había enardecido durante media hora.
  • Huyó de aquellos sitios, dirigiéndose al final de la feria, donde estaban los restaurants al aire libre, las buñolerías apestando el ambiente con el aceite frito de sus fogones, y las rifas, cuyos dueños atraían con furiosos gritos a la gente, prometiendo una fortuna.
  • Los préstamos arriesgados con premio muy subido eran su delicia y su arte predilecto, porque aun cuando alguno no se cobrase hasta la víspera del Juicio Final, la mayor parte de las víctimas caían atontadas por el miedo al escándalo, y se doblaba el dinero en poco tiempo.
  • También solía equivocarse al sentar una partida, y cuando firmaba la correspondencia, daba a los rasgos de la tradicional rúbrica de la casa una amplitud de trazo verdaderamente grandiosa, terminando el rasgo final hacia arriba como una invocación de gratitud dirigida al Cielo.
  • Dejaba a las hijas que se arrojasen en el peligro, arrastradas por la desesperada audacia de cazar un novio, y al final se entregaba como una perdida en brazos de un amigo de su esposo, se vendía infamemente cuando estaba próxima a la vejez, manchando todo su pasado, por una necesidad del orgullo.
  • Arriba, al final de la portada, abríase, como gigantesca flor cubierta de alambrado, el rosetón de colores que daba luz á la iglesia, y en la parte baja, en la base de las columnas adornadas con escudos de Aragón, la piedra estaba gastada, las aristas y los follajes borrosos por el frote de innumerables generaciones.
  • ¡Qué sorpresa cuando aparecía, al final de un aparejo, un pulpo con sus ojos miopes, redondos y estúpidos, su pico de lechuza y sus horribles brazos llenos de ventosas! Tampoco era pequeña la emoción cuando salía enroscada una de esas anguilas grandes, que luchaban valientemente por la vida, o uno de esos sapos de mar, inflados, negros, verdaderamente repugnantes.
  • Y lanzándose en pleno cielo, aclarándose en un azul blanquecino, marchaba velozmente hacia el final, se extinguía en el horizonte pálido y vago como el último quejido de los violines, que se prolonga mientras queda una pulgada de arco, y adelgazándose hasta ser un hilillo tenue, una imperceptible vibración, no puede adivinarse en qué instante deja realmente de sonar.
  • Abajo, la plataforma del escenario, donde se representaban los milacres, piezas dramáticas, cándidas y sencillas como sus versos lemosines, cuyo argumento, girando en torno del mismo punto, trata siempre de las querellas feudales entre Centelles y Vilaraguts, de la conversión de los moros de Granada o de alguna treta de los impíos contra el elocuente apóstol, todo sazonado al final con el necesario milagro del santo y el correspondiente sermón en endecasílabos.
  • Arriba, la fachada de piedra lisa, amarillenta, carcomida, con un retablo de gastada es cultura, dos portadas vulgares, una fila de ventanas bajo el alero, santos berroqueños al nivel de los tejados, y como final, el campanil triangular con sus tres balconcillos, su reloj descolorido y descompuesto, rematado todo por la fina pirámide, a cuyo extremo, a guisa de veleta y posado sobre una esfera, gira pesadamente el pájaro fabuloso, el popular pardalòt con su cola de abanico.
  • El cocinero estuvo a punto de caer de espaldas, de puro goce, cuando, por motivo del punto que le convenía al dulce de melocotón, Obdulia se acercó al dignísimo Pedro y sonriendo le metió en la boca la misma cucharilla que ella acababa de tocar con sus labios de rubí (este rubí es del cocinero.) Al personaje del mandil se le apareció en lontananza la conquista de aquella señora como una recompensa final, digna de una vida entera consagrada a salpimentar la comida de tantos caballeros y damas, que gracias a él habían encontrado más fácil y provocativo el camino de los dulces y sustanciales amores.