Palabras

Ejemplos de oraciones con la palabra gatos

Lista de frases en las cuales se puede ver cómo se usa la palabra gatos en el contexto de una oración.

Término gatos: Frases

Si quieres ver ejemplos de uso de la palabra "gatos" aquí tienes una selección de 32 frases y oraciones donde se puede ver su aplicación en un texto.

En cada una de las frases aparece resaltada la palabra gatos para que la puedas detectar fácilmente.

Para evitar saturar nuestro sistema sólo se mostrarán un máximo de 100 frases por palabra.

  • ¿Cómo gatos?
  • Cuatro gatos dijo Montes.
  • Habrán entrado los gatos.
  • El Marqués hacía lo que los gatos en enero.
  • ¡Cómo los gatos! ¿Por quién se me toma a mí?
  • Nos casaron como se casa a los gatos, y punto concluido.
  • En un canalón grande corrían y jugueteaban unos gatos.
  • Muchas señoritas podrían aprender crianza de estos pela gatos.
  • Por aquella brecha penetraban perros y gatos en el cementerio civil.
  • Eran una polka y un andante patético, enzarzados como dos gatos furibundos.
  • Ellos riñen en el interior como perros y gatos, pero le dejan a uno en paz.
  • Pues ¿quién os ha dicho a vos que los gatos son amigos de ayunos y penitencias?
  • Quedamos enemigos como gatos y gatos, que en despensa es peor que gatos y perros.
  • Creía estar sola, y vio que Patria se acercaba pasito a pasito, pisando como los gatos.
  • ¡Vaya unos gatos más buenos que compra este fondista a los carabineros! ¡Ah!, ¿pero es gato eso?
  • Pero no estuve más que una semana, porque me escapé subiéndome por la tapia de la huerta como los gatos.
  • Después de comer, Ron se pasa los palpos por la cara, como limpiándosela, con el mismo gesto que los gatos.
  • Aquellos grandísimos puercos que adoraban gatos, puerros y cebollas, le hacían mucha gracia al orador sagrado.
  • A Mauricia le temblaba la quijada, y sus ojos tomaban esa opacidad siniestra de los ojos de los gatos cuando van a atacar.
  • Llegó a domesticar un gavilán pequeño, y el pájaro, cuando se hizo grande, reñía con todos los gatos de la vecindad.
  • Luisito solía ir contentísimo al cuarto de su hermano, observaba las maniobras de los gatos, miraba la calavera con curiosidad.
  • Se pasaba las horas muertas haciendo el juego del bilboquet, o bien entretenido en enredar con los muchos gatos que había en la casa.
  • Por los desiguales tejados paseábanse gatos de feroz aspecto, flacos, con las quijadas angulosas, los ojos dormilones, el pelo erizado.
  • La cencerrada proseguía, implacable, frenética, azotando y arañando el aire como una multitud de gatos en celo el tejado donde pelean.
  • Soñaba que él era de cal y canto y que tenía una brecha en el vientre y por allí entraban y salían gatos y perros, y alguno que otro diablejo con rabo.
  • La poseedora de ella, después que recorrió ambos corredores enseñándola, se pegó otra vez a la señorita, frotándose el lomo contra ella como los gatos.
  • Yo miré lo primero por los gatos, y como no los vi, pregunté que cómo no los había a un criado antiguo, el cual, de flaco, estaba ya con la marca del pupilaje.
  • Los gatos de casa de Andrés salían por la ventana y hacían largas excursiones por estas tejavanas y saledizos, robaban de las cocinas, y un día, uno de ellos se presentó con una perdiz en la boca.
  • Él aseguraba que no se moría de aquel arrechucho, que tenía siete vidas como los gatos, y que era muy posible que Dios le dejase tirar algún tiempo más para permitirle ver muchas y muy peregrinas cosas.
  • Alrededor suelen verse mazos, grandes barrenos, gubias, gatos para levantar pesos y varias calderas negras llenas de alquitrán, que los hijos pequeños de Shempelar suelen hacer hervir con virutas y pedazos de tablas viejas.
  • Le entraba tal rabia, que no podía ni siquiera rezar, y la rabia, más que contra el ratón, era contra Sor Natividad, que se había empeñado en que no hubiera gatos en el convento, porque el último que allí existió no participaba de sus ideas en punto al aseo de todos los rincones de la casa.
  • Por evitar este ruido inoportuno, Maximiliano se metió un pañuelo en aquel bolsillo, atarugándolo bien para que las piezas de plata y oro no chistasen, y así fue en efecto, pues en todo el trayecto desde Chamberí hasta la casa de Torquemada el oído de doña Lupe, que siempre se afinaba con el rumor de dinero como el oído de los gatos con los pasos del ratón, y hasta parecía que entiesaba las orejas, no percibió nada, absolutamente nada.