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Ejemplos de oraciones con la palabra pesetas

Lista de frases en las cuales se puede ver cómo se usa la palabra pesetas en el contexto de una oración.

Término pesetas: Frases

Si quieres ver ejemplos de uso de la palabra "pesetas" aquí tienes una selección de 55 frases y oraciones donde se puede ver su aplicación en un texto.

En cada una de las frases aparece resaltada la palabra pesetas para que la puedas detectar fácilmente.

Para evitar saturar nuestro sistema sólo se mostrarán un máximo de 100 frases por palabra.

  • Total, tres pesetas.
  • Tiene usted ya treinta mil pesetas.
  • Y pagará usted tres pesetas al día.
  • Firmaré, pero sólo por quince mil pesetas.
  • Los hombres valían de mil pesetas hasta cinco mil.
  • Cambíenme ustedes este billete de cincuenta pesetas.
  • Total, que doña Manuela necesitaba tres mil pesetas.
  • Mira, hijo mío, quince mil pesetas justas no han de ser.
  • Le di dos o tres pesetas y el hombre se largó corriendo.
  • Aquí estuvo su sobrino a cambiar dos pesetas en calderilla.
  • Después metió el cobre de las dos pesetas que había cambiado.
  • , pues si ha dado usted dos pesetas por él ha hecho un mal negocio.
  • Las pesetas caían al suelo, y Juanito no se arrepentía de su generosidad.
  • Por dos pesetas diarias la explotaban las parroquianas de un modo irritante.
  • ¡Mire usted que tirar tres duros tan en tonto! ¿No hubiera quedado lo mismo con tres pesetas?
  • Lulú bordaba para un taller de la calle de Segovia, y solía ganar hasta tres pesetas al día.
  • En fin, que necesitaba tres mil pesetas, y esperaba que Juanito, su niño querido, salvaría la casa.
  • Otro contaba sobre una mesa pesetas gastadas y las cogía después con una pala como si fueran lentejas.
  • Se peinaba por el modelo de los sellos y las pesetas, y en cuanto al calzado lo usaba fortísimo, blindado.
  • Cogí el oro y la plata y pasé a esta el cobre, añadiendo dos pesetas en cuartos para que pesara lo mismo.
  • Paula veía pasar por sus manos los duros y las pesetas, pero aquello era como agua del mar para el sediento.
  • Y las dos, apretando convulsivamente sus puñados de pesetas, huyeron como si las amenazase un terrible peligro.
  • Comerciantes que no podían pagar una letra de veinticinco pesetas jugaban millones, dándose una vida de príncipes.
  • ¡Vaya una compra! El bolso de doña Manuela parecía un cántaro sin fondo que iba regando de pesetas todo el Mercado.
  • Y pesetas rectificó Juanito Reseco con voz aguda, estridente y cargada de una ironía que Orgaz padre no podía comprender.
  • Esto quien lo hace bien es Guillermina, que le saca a Manolo Moreno las pesetas del bolsillo del chaleco sin que él lo sienta.
  • Tenía cierto respeto ingénito al bolsillo, y si podía comprar una cosa con dos pesetas, no era él seguramente quien daba tres.
  • Aunque don Antonio anda ahora muy ocupado en eso de la Bolsa, siempre tendrá tres mil pesetas para favorecer a unos buenos amigos.
  • Y después de ímprobo trabajo, volvía, como con una ofrenda ante el altar, a depositar sobre el tapete verde las pesetas ganadas.
  • Él, que sin remordimiento había firmado por tres mil pesetas, tuvo que reflexionar y hacer un esfuerzo supremo para gastarse cuatro.
  • Es un grandísimo pillo que me pide tres pesetas por unas medias suelas, y ni siquiera tapa un agujerito que le puede salir a la piel.
  • Si me caso con Fortunata y si la suerte nos trae escaseces, antes pediremos limosna por las calles que pedir a mi tía un préstamo de dos pesetas.
  • A pesar de su fanática adoración, el muchacho experimentó cierto sobresalto al enterarse de que se le pedía una firma por valor de tres mil pesetas.
  • Y hablaba sonriendo maliciosamente, golpeándose las manos con expresión satisfecha, como si le bastara un simple guiño para que las dos mil pesetas se multiplicaran en millones.
  • Lo primero era romper la primitiva para coger el oro y la plata, pasando a la nueva la calderilla, con más de dos pesetas en perros que al objeto había cambiado en la tienda de comestibles.
  • De libretistas, con seis duros al mes, pasaban a internos de clase superior, con nueve, y luego a ayudantes, con doce duros, lo que representaba la cantidad respetable de dos pesetas al día.
  • El tal vicario tenía la costumbre de coger su sueldo, cambiarlo en plata y dejarlo encima de la mesa formando un montón, no muy grande, porque el sueldo no era mucho, de duros y de pesetas.
  • El Carnaval tenía para él mala pata, y al susurro de la orquesta que sonaba abajo, salía bailoteando siempre la carta contraria y se llevaba al montecillo del banquero las pesetas de mamá.
  • ¡Qué angustiosa situación! ¡Y que una persona distinguida como ella tuviera que verse en tal aprieto por unas cuantas pesetas, cuando tantos miles había arrojado por la ventana en otros tiempos.
  • Concha y Amparo recibían una ovación y doña Manuela, roja de orgullo, repartía sonrisas y pesetas a todo el enjambre de diablos negros, voceadores y gesticuladores que se agolpaba bajo el balcón.
  • Sus papas lo llevaban bastante elegantito, eso sí, pero limitábanse a darle los domingos tres pesetas y un sermón encargándole que no fuese derrochador ni calavera, que mirase en qué gastaba su dinero.
  • Y las dos familias de las cuales era él el punto de unión, contentas, lujosas, llamando la atención del público, todo gracias a su buena suerte/ que le permitía tirar a manos llenas los miles de pesetas.
  • Vivía con una amiga de su madre, vieja y casi ciega, antigua criada durante veinte años de un señor enfermo y malhumorado, que al morir le legó una renta de dos pesetas, lo suficiente para no morirse de hambre.
  • Y rápidamente, sin tomar aliento, como si arrojara lejos de sí un peso asfixiante, disparó las pretensiones de doña Manuela, aquella demanda de quince mil pesetas, cantidad necesaria para salvar la honra de la familia.
  • El honor de la familia no podía quedar a voluntad de cuatro usureros, que, merced a ciertos papelotes firmados por doña Manuela con tanta irreflexión como frescura, exigían quince mil pesetas por un préstamo de once mil.
  • Vivía inquieto, nervioso, y en sus palabras y ademanes notábase cierto tono de grandeza, sin duda por la costumbre adquirida de hablar de millones y más millones con tanto desprecio como si fuesen pañuelos de dos pesetas docena.
  • Olvidó repentinamente todas las precauciones de su carácter económico, y dejó el puñado de pesetas que llevaba en el chaleco en aquellas manecitas, que, asombradas y faltas de costumbre, no sabían cómo oprimir la lluvia de plata.
  • Y después de todo, cuando la costurera terminaba, despedíanla sin cariño alguno, como un mueble inútil, y no se acordaban de ella al darse tono en paseos y teatros, asegurando que era de una modista francesa el vestido cuya confección les costaba unas cuantas pesetas.
  • Dos días antes, don Ramón, al hacer el balance del mes, notando que resultaban en su favor quinientas pesetas, procedentes sin duda de un error en la cobranza, había ido a confesar la involuntaria falta, entregando la cantidad al cura para que la repartiese entre los pobres.
  • Luego, a todo el que iba a pedirle algo, después de reñirle rudamente y de reprocharle sus vicios y de insultarle a veces, le daba lo que le parecía, hasta que a mediados del mes se le acababa el montón de pesetas y entonces daba maíz o habichuelas siempre refunfuñando é insultando.
  • Ahora se trataba de miles de pesetas, de miles de duros, y era preciso pagar o resignarse a que la situación de la familia se hiciese pública, pues los acreedores, gente grosera y sin entrañas, sin otra pasión que la del dinero, eran capaces de desacreditar por dos cuartos a una señora decente.
  • Y al cumplir dieciocho años viose tan transformado, que, violentando sus instintos económicos, fortalecidos por las saludables enseñanzas del principal, se gastó cuatro pesetas en dos retratos que envió a los de allá arriba, a sus antiguos colegas de pastoreo, para que viesen que estaba hecho todo un señor.
  • Y tan amante era del trabajo y de la actividad, que por no estarse en los cafés charlando como un necio, pasaba los días y gran parte de las noches en los círculos recreativos, unas veces peinando barajas y otras sacrificando pesetas, para que no se dijera que en España todo decae, hasta el respetable gremio de los puntos.
  • Se hablaba aún de talegas, y la operación de contar cualquier cantidad era obra para que la desempeñara Pitágoras u otro gran aritmético, pues con los doblones y ochentines, las pesetas catalanas, los duros españoles, los de veintiuno y cuartillo, las onzas, las pesetas columnarias y las monedas macuquinas, se armaba un belén espantoso.
  • Rompía los ojales del chaleco con la enorme cadena cargada de dijes, y él, que antes cuidaba de salir con poca calderilla en el bolsillo, por miedo a los compromisos o a la tentación de entrar en algún café, sacaba ahora, a tuertas y a derechas, su gran cartera de hombre de negocios repleta de billetes del Banco, y muchas veces escandalizaba a los camareros presentando para pagar un refresco un papelote de mil pesetas.