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Ejemplos de oraciones con la palabra piel

Lista de frases en las cuales se puede ver cómo se usa la palabra piel en el contexto de una oración.

Término piel: Frases

Si quieres ver ejemplos de uso de la palabra "piel" aquí tienes una selección de 96 frases y oraciones donde se puede ver su aplicación en un texto.

En cada una de las frases aparece resaltada la palabra piel para que la puedas detectar fácilmente.

Para evitar saturar nuestro sistema sólo se mostrarán un máximo de 100 frases por palabra.

  • Pero se va a destrozar la piel.
  • La piel de una solapa quiero decir.
  • La piel de tigre, ¿tiene un cachet ?
  • Los tirsos, la piel de tigre de Baco.
  • También aquella es de la piel de Cristo.
  • Media pulgada de roña le cubría la piel.
  • El sol mordía la piel de estos desdichados.
  • La piel y la garganta las teníamos abrasadas.
  • Picaba un poco y tenía sus peligros, pero halagaba la piel.
  • Pero con tanta fiereza, que si coge al otro le arranca la piel.
  • La piel del tigre la conservaba, por el tigre, no por el inglés.
  • Pero decía él que su cazadora valía por la piel de un proboscidio.
  • A veces yo deseaba que arrancaran la piel a golpes a semejante idiota.
  • O trae la cara arañada, o trae sangre o quizás piel humana en las uñas.
  • Las mejillas moteadas de esas pecas que el sol hace surgir de la piel tostada.
  • Sobre la alfombra, a los pies del lecho, había una piel de tigre, auténtica.
  • Debajo de la piel fina del guante la sensación fue más suave, más corrosiva.
  • Todos sabrían en adelante que el cultivo de aquellas tierras se pagaba con la piel.
  • Mucho pelote para suavizar lo puntiagudo de sus clavículas, que agujereaban la pobre piel.
  • Aspiraba a enderezar aquel arbolito tierno, civilizándole a la vez la piel y el espíritu.
  • Paula era entonces una joven alta, blanca, fresca, de carne dura y piel fina, pero mal hecha.
  • Había en todos sus sentidos la irritabilidad y la delicadeza de la piel nueva para el tacto.
  • Su piel era lustrosa, fina, cutis de niño con transparencias de mujer desmedrada y clorótica.
  • Es de tafilete rosa, con la punta agudísima y con el tacón altísimo de madera, aforrado en piel.
  • En este ambiente cálido y pegajoso, el sol, cayendo de plano, pinchaba la piel y abrasaba los labios.
  • Mi piel no sabe ya lo que es ruborizarse, ni mis oídos se escandalizan por una palabra más o menos fina.
  • Se refugió en la alcoba, y sobre la piel de tigre dejó caer toda la ropa de que se despojaba para dormir.
  • Luego soltó un perro que se lanzó sobre el oso, y después de un momento de lucha se le colgó de la piel.
  • Aún quería más dureza, y separaba la piel y sobre la moqueta que forraba el pavimento hincaba las rodillas.
  • Era blanco, sonrosado, pero sin rastro de afeminamiento, porque tenía hermosa piel, buena sangre, mucha salud.
  • En aquel rostro consumido por la larga enfermedad, y bajo cuya piel fina se traslucía la ramificación venosa.
  • Sabía que su marido había roto definitivamente con Clarita, aquella mala piel que vivía en la calle del Puerto.
  • Cuando estuvo mejor, aún más fuerte, huyó la pereza del colchón y saltó al suelo y rezó sobre la piel de tigre.
  • Entonces, no sé por qué, me explico yo el capricho de la piel de tigre que dicen que le regaló un inglés americano.
  • Si querían robarle, que le buscasen allí, sobre los campos que eran pedazos de su piel, y como á tales los defendería.
  • Pero otros decían que lo único que había hecho era teñirles la piel con una mezcla de alquitrán, sebo y nuez vómica.
  • Obdulia admiraba sinceramente las formas y el cutis de Ana, y allá en el fondo del corazón, le envidiaba la piel de tigre.
  • La honraba con su hermosura, como un caballo de sangre y de piel de seda honra la caballeriza y hasta la casa de un potentado.
  • Ana y Álvaro, al darse la mano por la mañana, al subir al coche, se encontraron en la piel y en la sangre impresiones nuevas.
  • Un soberbio capón, panza arriba, con los robustos muslos recogidos sobre el pecho y la piel dorada, crujiente, impregnada de manteca.
  • Es un grandísimo pillo que me pide tres pesetas por unas medias suelas, y ni siquiera tapa un agujerito que le puede salir a la piel.
  • De esto hablaba él, mientras Ana sentía sudores mortales que parecían sacarle de la piel la última fuerza, y hasta el ánimo de vivir.
  • Y de ella va sacando unas camisas, unos pañuelos, unos calzoncillos, cuatro tomitos encuadernados en piel y en cuyos tejuelos rojos pone.
  • ¡Ay, quién estuviera en tu piel! Pero yo dijo el joven con la tenacidad del que se agarra a una esperanza, yo no sólo jugaba a la Bolsa.
  • Tenía la tez iluminada y rojiza, como la piel de un cochinillo asado y unos lunares en el mentón que le hacían parecer una mujer barbuda.
  • El primer día de su estancia en los Pazos bien necesitaba chapuzarse un poco, atendido el polvo de la carretera que traía adherido a la piel.
  • Después se sacaba la bomba, que era un tonel con una piel estirada, en donde se tocaba con las manos como en un tam tam, y bailaban los negros.
  • Diálogo poético sin duda, a pesar de la piel de becerro, porque la intensidad de la sensación engrandecía la humildad prosaica del contacto.
  • Y el zapato era de esmerada labor y piel muy fina y lucía hebilla de plata, sencilla pero elegante, que decía muy bien sobre el color de la media.
  • Andrés animó un poco a la enferma, jabonó y friccionó la piel en el sitio de elección, y hundió el trócar en el vientre abultado de la muchacha.
  • Los ojos, hermosos y ardientes, quedábanse allá dentro, y rodeados de aquella piel morada relumbraban más, como si acecharan el acaso que iba a pasar.
  • Ana gritó, sintió un temblor por toda la piel de su cuerpo y en la raíz de los cabellos como un soplo que los erizó y los dejó erizados muchos segundos.
  • Se acordó del inglés que tenía un carmen junto a la Alhambra, el que se enamoró de ella y le regaló la piel del tigre cazado en la India por sus criados.
  • No hay duda que así, varonilmente desaliñado, húmeda la piel de transpiración ligera, terciada la escopeta al hombro, era un cacho de buen mozo el marqués.
  • Barret protestó, y hasta lloró recordando los méritos de su familia, que había perdido la piel en aquellos campos para hacer de ellos los mejores de la huerta.
  • Quedó colgando de los tendones y la piel, y el rojo muñón arrojó la sangre con fuerza, salpicando á Barret, que rugió al recibir en el rostro la caliente rociada.
  • ¡Adiós! ¡ya no quedaba una gota de piel de España ! La mamá, con la manía de embellecerse que la había acometido a última hora, era una calamidad para las niñas.
  • Aunque ya no era joven, su cuerpo fuerte, su piel tersa y blanca, sus brazos fornidos, sus caderas exuberantes excitaban la lujuria de aquellos miserables que vivían en tinieblas.
  • Y en el rostro, afeitado y enjuto y de enérgicas facciones rectilíneas, una expresión de encubierta sagacidad, de astucia salvaje, más propia de un piel roja que de un europeo.
  • Y a pesar de tanta intimidad, de aquel amor confesado implícitamente, Ana podía decir que don Álvaro no había puesto sus labios en aquella piel con cuyo contacto soñaba de fijo.
  • En su cráneo, que empezaba a solidificarse, por más que en el centro latiese aún la abierta mollera, se espesaba el pelo, de día en día más oscuro, suave aún como piel de topo.
  • Las recogidas formaban diferentes grupos sentadas en el suelo y en la escalera de madera que comunica el corredor principal con la huerta, y se quitaban las tocas para disminuir el calor de la piel.
  • En los días de oleaje, Frayburu desaparece como tragado por las espumas, y vuelve a surgir por instantes con su color negro, su piel de monstruo marino y la franja de meandros de plata que lo ribetea.
  • Entrar en una de esas tiendas de montañés a tomar pescado frito y a beber vino blanco, ver cómo patea sobre una mesa una muchachita pálida y expresiva, con ojeras moradas y piel de color de lagarto.
  • Después de abandonar todas las prendas que no habían de acompañarla en el lecho, quedó sobre la piel de tigre, hundiendo los pies desnudos, pequeños y rollizos en la espesura de las manchas pardas.
  • Manos escamosas, ásperas, conservando en las grietas de la piel la tierra de su huertecito, un cuadrado de hortalizas que tenía frente á la barraca, y muchas veces era lo único que llenaba su puchero.
  • En torno de la mesa, husmeando con aire goloso, estaba una diminuta perra inglesa, que, con su piel de porcelana, sus ojillos de cristal y las patas de alambre, parecía escapada de una tienda de juguetes.
  • Las camelias, de color de carne desnuda, hacían pensar en el tibio misterio del harén, en las sultanas de pechos descubiertos, voluptuosamente tendidas, mostrando lo más recóndito de la fina y rosada piel.
  • En la una, las patatas amarillentas, los reventones garbanzos sacando fuera del estuche de piel su carne rojiza, la col, que se deshacía como manteca vegetal, los nabos blancos y tiernos, con su olorcillo amargo.
  • Nelet era un retoño digno de tal árbol, pues en el rostro pecoso, mofletudo y de tirante piel que mostraba la tía Quica bajo su pañuelo de hierbas notábase la misma brutalidad jocosa y resuelta de su rústico vástago.
  • Estaba sentado junto a la chimenea, envuelto de la cintura abajo en una manta que parecía la piel de un tigre, gorro calado hasta las orejas, en la mano un periódico, en la silla inmediata tres, cuatro, muchos periódicos.
  • Aquella noche lloró la Regenta lágrimas que salían de lo más profundo de sus entrañas, de rodillas sobre la piel de tigre, con la cabeza hundida en el lecho, los brazos tendidos más allá de la cabeza, las manos en cruz.
  • Tenemos caras de muertas, se decían todas las mañanas al mirarse al espejo, y martirizaban su fresca y jugosa piel con los polvos cargados de plomo, el bermellón que teñía levemente las mejillas y los lóbulos de las orejas.
  • Las dos ancianas se irguieron y tendieron a Nucha los brazos con movimiento tan simultáneo que no supo a cuál de ellas atender, y a la vez y en las dos mejillas sintió un beso de hielo, un beso dado sin labios y acompañado del roce de una piel inerte.
  • ¡Mi Antonio, un hombre tan serio, con esa mala piel! ¡Ay, doña Manuela de mi alma, yo creo que me va a dar algo! Y la pobre mujer, no pudiendo resistir más, cubríase con el abanico los lacrimosos ojos, mientras doña Manuela le recomendaba la serenidad.
  • Puntas de cigarros adheridas al piso, dos pares de botas inservibles en un rincón, sobre la mesa un paquete de pólvora y en un poyo varios objetos cinegéticos, jaulas para codornices, gayolas, collares de perros, una piel de conejo mal curtida y peor oliente.
  • Su piel era como la cáscara de un limón podrido, sus ojos de espectro, y cuando se acercaba a la mesa de los espiritistas, parecía uno de aquellos seres muertos hace miles de años, que vienen ahora por estos barrios, llamados por el toque de la pata de un velador.
  • El mísero rebaño pasó ante doña Manuela con triste chancleteo, y la señora no pudo reprimir un movimiento de repulsión ante aquellas cabelleras greñudas y encrespadas que servían de marco a rostros escuálidos y sucios, en los que la piel tomaba aspecto de corteza.
  • Ana vio aparecer debajo del arco de la calle del Pan, que une la plaza de este nombre con la Nueva, la arrogante figura de don Álvaro Mesía, jinete en soberbio caballo blanco, de reluciente piel, crin abundante y ondeada, cuello grueso, poderosa cerviz, cola larga y espesa.
  • Y mirándole a la cara y viéndola tan consumida, con la piel terrosa, los ojos mayores y más vagos, la hermosa boca contraída siempre, menos cuando sonreía a su hija, calculaba que la señorita, por fuerza, debía saberlo todo, y una lástima profunda le inundaba el alma.
  • Más allá, filas de sacos mostrando por sus abiertas bocas las patatas de Aragón, de barnizada piel, y tras ellos los churros, cohibidos y humildes, esperando quien les compre la cosecha, arrancada a una tierra ingrata en fuerza de arañar todo un año sus entrañas sin jugo.
  • Los de los pisos bajos cerraban las puertas, huyendo de aquella atmósfera ardiente que abrasaba los ojos y esparcía por la piel intolerable picazón, y en los balcones las vidrieras se cerraban, y los cristales flojos, caldeados por el ambiente abrasador, saltaban con estrépito.
  • Éste, conteniendo hasta el respirar, andando con paso furtivo, rápido y cauteloso el andar de la gata que lleva a sus cachorros entre los dientes, colgados de la piel del pescuezo, se dirigió a buscar la salida por el claustro, pues de cruzar la cocina era probable una sorpresa.
  • La sangre se le requemaba por falta de esparcimiento y ejercicio, la piel le pedía con mucha necesidad baños de aire y sol, duchas de lluvia, friegas de espinos y escajos, ¡plena inmersión en la atmósfera montés! No podía sufrir la nivelación social que impone la vida urbana.
  • Sonreía interiormente al apreciar sus preocupaciones, indignábase sin romper su silencio, y apenas terminaba el motivo de esta reunión de familia, escapaba para ir en busca de Tónica y de la pobre ciega, sintiendo el anhelo de purificarse, cual si las palabras de los suyos estuviesen agarradas a su piel como asquerosas manchas.
  • Alto y bien barbado, tenía el pescuezo y rostro quemados del sol, pero por venir despechugado y sombrero en mano, se advertía la blancura de la piel no expuesta a la intemperie, en la frente y en la tabla de pecho, cuyos diámetros indicaban complexión robusta, supuesto que confirmaba la isleta de vello rizoso que dividía ambas tetillas.
  • ¡Buenas cosas pensaban ellos de las elecciones allá en su mente asnal y rocinesca, mientras jadeaban exánimes de tanto trotar, y humeaba todo su pobre cuerpo bañado en sudor! ¡Pues qué diré de la mula en que Trampeta solía hacer sus excursiones a la capital! Ya las costillas le agujereaban la piel, de tan flaca como se había puesto.
  • Su novio no sabía presentarse con las manos vacías, y exploraba todos los cañares y árboles de la huerta para regalar á la hilandera ruedas de pajas y ramitas, en cuyo fondo unos cuantos pilluelos, con la rosada piel cubierta de finísimo pelo y el trasero desnudo, piaban desesperadamente, abriendo un pico descomunal jamás ahito de migas.
  • Encerrada en su alcoba o en su tocador, que ya tenía algo de oratorio, sin necesidad de estímulos exteriores, perdida en las soledades del alma, de rodillas o sentada al pie de su lecho, sobre la piel de tigre, con los ojos casi siempre cerrados, gozaba la voluptuosidad dúctil de imaginar el mundo anegado en la esencia divina, hecho polvo ante ella.
  • Enfrente, bajo el sol que agrietaba la piel en fuerza de sacar sudor, que hacía humear las ropas y ponía un casco de fuego sobre cada cabeza, enloqueciéndola, estaba la demagogia de la fiesta, el elemento ruidoso que aguardaba impaciente, tan dispuesto a arrojar al redondel los sombreros en honor al diestro, como los bancos y los garrotes en señal de protesta.
  • La viuda, siempre sonriente, se asombraba de sus frases de doble sentido, de los guiños picarescos con que acompañaba sus palabras, y hasta le parecía ¡oh poder de la ilusión! que había en su persona un perfume extraño que comenzaba a crispar los nervios de doña Manuela, algo del ambiente de aquella mala piel de la calle del Puerto, que el protector se había traído sin duda a su hogar honrado.
  • Pero al entrar el grupo canino en el círculo de viva luz que proyectaba el fuego, advirtió que lo que tomaba por otro perro no era sino un rapazuelo de tres a cuatro años, cuyo vestido, compuesto de chaquetón acastañado y calzones de blanca estopa, podía desde lejos equivocarse con la piel bicolor de los perdigueros, en quienes parecía vivir el chiquillo en la mejor inteligencia y más estrecha fraternidad.
  • Y cuando salgas de ella a altas horas de la noche en sucio carro para ser conducido adonde te explotarán por última vez, convirtiendo tu piel en zapatos, tus huesos en botones y tu carne en abono fertilizante, por la puerta entreabierta entrará la pobreza, la desesperación de una miseria disimulada, y quién sabe si la deshonra, eterna compañera de los que se aferran tenazmente a las alturas de donde les arrojan.
  • Y al tener de repente la visión clara de su desgracia, al pensar en el pobre Pascualet, que á tales horas estaba aplastado por una masa de tierra húmeda y hedionda, rozando su blanca envoltura con la corrupción de otros cuerpos, acechado por el gusano inmundo, él, tan hermoso, con aquella piel fina por la que resbalaba su callosa mano, con sus pelos rubios que tantas veces había acariciado, sintió como una oleada de plomo que subía y subía desde el estómago á su garganta.
  • Una mañana entró Sabel a la hora de costumbre con las jarras de agua para las abluciones del presbítero, que, al recibirlas, no pudo menos de reparar, en una rápida ojeada, cómo la moza venía en justillo y enaguas, con la camisa entreabierta, el pelo destrenzado y descalzos un pie y pierna blanquísimos, pues Sabel, que se calzaba siempre y no hacía más que la labor de cocina y ésa con mucha ayuda de criadas de campo y comadres, no tenía la piel curtida, ni deformados los miembros.
  • La vieja criada que administraba el hogar de don Eugenio tuvo que valerse de ungüentos para despoblar de bestias sanguíneas el bosque de cerdas polvorientas que se empinaban sobre el cráneo del muchacho, y concluido el exterminio, el amo lo entregó al brazo secular de los aprendices más antiguos, los cuales, en lo más recóndito del almacén y sin pensar que estaban en enero, con un barreño de agua fría y tres pases de estropajo y jabón blando, dejaron al neófito limpio de mugre de arriba a abajo y con una piel tan frotada que echaba chispas.