Palabras

Ejemplos de oraciones con la palabra rosas

Lista de frases en las cuales se puede ver cómo se usa la palabra rosas en el contexto de una oración.

Término rosas: Frases

Si quieres ver ejemplos de uso de la palabra "rosas" aquí tienes una selección de 79 frases y oraciones donde se puede ver su aplicación en un texto.

En cada una de las frases aparece resaltada la palabra rosas para que la puedas detectar fácilmente.

Para evitar saturar nuestro sistema sólo se mostrarán un máximo de 100 frases por palabra.

  • De rosas.
  • Las Tres Rosas por ejemplo.
  • Lo mismo soy yo con Las Tres Rosas.
  • En Las Tres Rosas sólo encontró a don Eugenio.
  • Muchos ojos negros almibarados y rosas en las mejillas.
  • Entre doña Camila y don Carlos habían ajado las rosas de su rostro.
  • Ya se sabía que el balcón de Las Tres Rosas era el mejor del Mercado.
  • Una lápida preciosa, con el nombre de la difunta y una corona de rosas.
  • Las Tres Rosas estaba patas arriba, según murmuraba el asombrado Juanito.
  • Y las tres rosas duraron mucho tiempo lozanas sobre la tumba de Zalacaín.
  • Ahora es Sor Teresa, que no tiene rosas ni en el nombre, ni en las mejillas.
  • Además, su posición en Las Tres Rosas tenía a Juanito pensativo y preocupado.
  • Ya no se conformaba con esperar que Tónica fuese a la tienda de Las Tres Rosas.
  • Era de moqueta y representaba un canastillo de rosas encarnadas, verdes y azules.
  • Tu madre está loca decía algunas veces a Juanito en la puerta de Las Tres Rosas.
  • ¡Valiente cosa le importaba Las Tres Rosas ! Ya no quería ser dueño de la tienda.
  • La fiebre daba luz y lumbre a los ojos de la Regenta, y a su rostro rosas encarnadas.
  • Las grandes coles, como rosas de blanca y rizada blonda encerradas en estuches de hojas.
  • No era difícil alcanzar la cesión de Las Tres Rosas por lo que el joven quisiera darle.
  • No adornaban la mesa flores, a no ser las rosas de trapo de las tartas o ramilletes de piñonate.
  • Iguales bromas se permitía el Don Quijote que vegetaba en la obscuridad, midiendo telas en Las Tres Rosas.
  • Y la visita la hicieron una mañana que Tónica no tenía trabajo y su novio pudo abandonar Las Tres Rosas.
  • El lindo ramillete era de don Antonio Cuadros y su señora, los propietarios de la tienda de Las Tres Rosas.
  • Doña Manuela y las niñas pasaron al salón, donde estaba don Eugenio García, el fundador de Las Tres Rosas.
  • Ella se tenía la culpa, por no hacer caso de mamá, que decía que los de Las Tres Rosas eran unos ordinarios.
  • Habíase quedado con su hijo en Las Tres Rosas, y a todos los que buscaban a don Antonio les contestaban lo mismo.
  • Su cara tenía la frescura de las rosas cogidas, pero no ajadas todavía, y no usaba más afeite que el agua clara.
  • ¡Corona de rosas! exclamó la de los Pavos, que con toda su diplomacia no supo disimular un ligero acento de ironía.
  • CAPÍTULO VI LAS TRES ROSAS DEL CEMENTERIO DE ZARO Zaro es un pueblo pequeño, muy pequeño, asentado sobre una colina.
  • Había también allí cintas de cigarros, y esas rosas con hojas plateadas que sirven para decorar los pitos de San Isidro.
  • A las dos de la tarde entraban en Las Tres Rosas unos cuantos señores con papeles bajo el brazo, seguidos por un alguacil.
  • El jardín tenía grandes olmos copudos, como haciendo centinela, y muchos rosales que aun conservaban marchitas rosas blancas.
  • ¡Qué aspecto el de Las Tres Rosas ! Parecía la tienda un ser animado que acogía la desgracia con un gesto de resignado dolor.
  • Soy el dueño de Las Tres Rosas, un quebrado, uno a quien embargan y que ningún comerciante honrado puede considerar como amigo.
  • Así lo hice, venciendo los halagos de Doña Flora, que trató de atarme con una cadena formada de las marchitas rosas de su amor.
  • Por esto, cuando regresó a Valencia, volviendo a encargarse de Las Tres Rosas, experimentó la alegría del que sale del destierro.
  • ¡Si se convenciera de que el amor que tiene a su marido es como echar rosas a un burro para que se las coma, si se convenciera de esto.
  • Y Juanito, a no ser por su deseo de verse dueño de Las Tres Rosas, hubiese vendido el huerto, poniendo toda su fortuna en manos de don Ramón.
  • Don Eugenio, que se sentía viejo y estaba dispuesto a traspasar Las Tres Rosas al dependiente predilecto, encargóse de hablar a su amigo el Fraile.
  • Catalina, que iba todos los días al cementerio, vió las dos rosas en la lápida de su marido y las respetó y depositó junto a ellas una rosa blanca.
  • Contó también algo bastante grotesco sobre rosas de Jericó, cintas de la Virgen de Tortosa, y otros piadosos talismanes usados en ocasiones críticas.
  • Al hacer la estadística de los abandonados ante la veleta de San Juan, don Eugenio García, fundador de la tienda de Las Tres Rosas, figuraba en primera línea.
  • Todo era dicha y tranquilidad en casa de doña Manuela, y el contento de la familia repercutía en Las Tres Rosas, donde la sencilla Teresa considerábase feliz.
  • Vendiendo el huerto para hacerte dueño de Las Tres Rosas y casarte con esa chica, que, según tengo entendido, es buena persona, hubieras dado gusto a tu tío.
  • Cármenes, que en los certámenes de Vetusta se llevaba todas las rosas naturales, no podía conseguir que sus versos tuvieran cabida en las prensas madrileñas.
  • Se me abren las carites sólo al pensar en la posibilidad de que el dueño de Las Tres Rosas aparezca como un insolvente, como un tramposo, casi como un estafador.
  • Aquí es dijo Ballester, señalando la gran losa de cantería de Novelda, en cuyo extremo superior había una corona de rosas, bastante bien tallada, debajo del R.I.P.
  • Los dueños, de pie en la entrada de sus establecimientos, volvían la espalda a Las Tres Rosas y fruncían el ceño, como si les doliese presenciar aquella catástrofe.
  • Otro rosal trepador, de retorcidas ramas y rosas de color de té, subía por la fachada extendiéndose como una parra y daba al viejo casarón un tono delicado y aéreo.
  • Los rosales ateridos se me representaban cubiertos de rosas, y los naranjos de azahares y frutas que mil pájaros venían a picotear, participando del festín de la boda.
  • Y en la calle, empedrada de punzantes guijarros, entre el ángulo de la pared y el piso, al pie de los zócalos rosas o azules, corre una cinta de espesa y alegre hierba verde.
  • De todos los individuos que formaban la tertulia de Las Tres Rosas, don Manuel Fora era el más considerado, a causa de su fortuna sólida y cuantiosa y de respeto que gozaba en el comercio.
  • Iba con frecuencia a Las Tres Rosas, por ser los géneros baratos, y Juanito, insensiblemente, recogiendo hoy una palabra y uniéndola con otra tres días después, se enteró de quién era.
  • El fabricante y el dueño de Las Tres Rosas eran antiguos amigos, y hasta se murmuraba que el primero había ayudado a éste con una generosidad extraña en los primeros tiempos de su comercio.
  • El Magistral, como el pez en el agua, entre aquellas rosas que eran suyas y no del Ayuntamiento como las del Paseo grande, se recreaba en los ojos de las que ya los tenían transparentes de malicia.
  • Pero ¡bah! ¡Quién hace caso de esa gente rancia! Y entre, los rancios no sólo figuraba su tío, sino don Eugenio, el fundador de Las Tres Rosas, que también manifestaba al joven gran descontento.
  • Y esta palabra bastó para que la entendieran, pues en casa de doña Manuela, la tienda era por antonomasia el establecimiento de Las Tres Rosas, y fuera de ella no se reconocía otra tienda en Valencia.
  • El bolsista sentía como un renacimiento de la vida, algo que recordaba sus fiebres de joven, cuando siendo primer dependiente bromeaba y perseguía a la criada Teresa en la trastienda de Las Tres Rosas.
  • A su lado iba Teresa, desbordando sus carnes blanduchas sobre el banquillo de terciopelo azul, moviendo con cierta incomodidad su cabeza, como si le molestase la capota, recargada de rosas y follaje, regalo de su marido.
  • Llevaba cada una un cestito de flores, hacían una escobilla con los hierbajos secos, limpiaban el suelo de las lápidas en donde estaban enterrados los muertos de su familia y adornaban las cruces con rosas y con azucenas.
  • Pero ella en cuanto sintió aquella bienhechora fortaleza de los músculos, que es como el amor propio del cuerpo, gozose en distender los miembros que volvían a cubrirse de rosas pálidas, otra vez repletos de vida circulante.
  • Era una merluza de más de tres libras, que parecía de plomo brillante, con el escamoso vientre hundido en la salsa, un fresco cogollo de lechuga en la boca, y en torno de la cola unos cuantos rabanillos cortados en forma de rosas.
  • Pagaría las deudas importantes que había contraído por salvar a su madre, y con lo que le quedase se establecería modestamente, sería el dueño de Las Tres Rosas o de una tienda más pequeña, casándose en seguida con Tónica.
  • Un maniquí vestido de labradora, con tres rosas en la mano, que al través del vidrio, mirando a los transeúntes con ojos cristalinos, les enviaba la sonrisa de su rostro de cera, punteado por las huellas de cien generaciones de moscas.
  • Había ahorrado a su madre el gasto de una criada, cuidando fervorosamente a sus hermanitos, aguantando sus rabietas de criaturas nerviosas, y hacía ya diez años que ganaba su salario en Las Tres Rosas, entregándolo íntegro a la mamá.
  • Porque su mujer vivía con el corazón en la mano y extendida ésta en gesto de oferta y con las entrañas espirituales al aire del mundo, entregada por entero al cuidado del momento, como viven las rosas del campo y las alondras del cielo.
  • El sofá de panza anchísima y turgente con sus botones ocultos entre el raso, como pistilos de rosas amarillas, era una muda anacreóntica, acompañada con los olores excitantes de las cien esencias que la Marquesa arrojaba a todos los vientos.
  • Defendía la conducta del cabecilla asesino Rosas Samaniego, que estaba entonces preso en Estella, y le parecía poca cosa el echar a los hombres por la sima de Igusquiza, tratándose de liberales y de hombres que blasfemaban de su Dios y de su religión.
  • Sólo una vez consiguió que Andresito se esperase hasta las dos, pero al día siguiente sospechó con fundamento que en Las Tres Rosas habían estado a la espera, tras la puerta, unos ásperos bigotes y una vara de medir, para dar las ¡buenas noches! en las costillas al bailarín rezagado.
  • Producto de una de estas invasiones de vándalos con pañizuelo y calzón corto fue el entrar como aprendiz en la tienda de Las Tres Rosas un chicuelo, al que don Eugenio le fue tomando insensiblemente cierto afecto, sin duda porque recordando su pasado se contemplaba en él como en un espejo.
  • Aquella que gozaba en una mañana de Mayo cerca de Junio, contento de vivir, amigo del campo, de los pájaros, con deseos de beber rocío, de oler las rosas que formaban guirnaldas en las enramadas, de abrir los capullos turgentes y morder los estambres ocultos y encogidos en su cuna de pétalos.
  • Y como el muchacho, por su parte, le tenía gran afecto a don Eugenio y cierta querencia a Las Tres Rosas, que era donde habían transcurrido los primeros años de su vida, de aquí que Juanito, a los trece años, entrase en la tienda como aprendiz distinguido, con la ventaja de comer y dormir en su casa.
  • Y él, que hasta entonces había vivido tranquilo e indiferente, amarrado a la noria de la dependencia, sin pensar en el porvenir, sentíase ambicioso, soñaba con una gran posición comercial, que compartiría con Tónica, y miraba la tienda de Las Tres Rosas con el mismo cariño del heredero ante una cosa que espera ha de ser suya.
  • Junto a este hermoso ejemplar de la burguesía próximo a la decadencia, Andresito Cuadros, el hijo del dueño de Las Tres Rosas, aparecía empequeñecido y aplastado, con la delgadez amarillenta de un crecimiento rápido y ese aire aviejado de todos los hijos únicos, a quienes las atenciones exageradas de sus padres no dejan robustecerse.
  • ¡Qué tiempos tan dichosos los transcurridos siendo ella dueña de la tienda de Las Tres Rosas ! Si el dinero es la felicidad, nunca había tenido tanta como en los últimos años que pasó entre mantas e indianas, sedas y percalinas, arrullada a todas horas por el estrépito del Mercado y viendo por las mañanas, al levantarse, el pardalót de San Juan.
  • Mientras ella, a orillas del río Soto, a media legua de Vetusta en compañía de su Quintanar, dejaba a las truchas escapar muertas de risa, su imaginación, vuelta a los tiempos y a los parajes clásicos, se bañaba en el Cefiso, aspiraba los perfumes de las rosas del Tempé, volaba al Escamandro, subía al Taigeto y saltaba de isla en isla de Lesbos a las Cíclades, de Chipre a Sicilia.
  • Pero ¡ay, Dios! estremecíase al pensar lo que aquello le costaba y las terribles intranquilidades del porvenir, ¡Siempre el dinero como eterna pesadilla, amargándole la existencia, a ella que tanto había gastado! Juanito las dejó a la puerta de Las Tres Rosas, para ir en busca de su novia, y ellas, al subir a las habitaciones de los señores de Cuadros, encontráronse con una tertulia formada por todos los amigos de la casa.
  • Aprendiz siempre hambriento, dependiente después en una época en que los mayores sueldos eran de cincuenta pesos anuales, a fuerza de economías miserables consiguió emanciparse, y con ayuda de sus antiguos amos, que veían en él un legítimo aragonés capaz de convertir las piedras en dinero, fundó Las Tres Rosas, tiendecilla exigua que en diez años se agrandó hasta ser el establecimiento de ropas más popular de la plaza del Mercado.
  • El hombre por quien preguntaba doña Manuela era el fundador de la tienda de Las Tres Rosas, don Eugenio García, el decano de los comerciantes del Mercado, un viejo que arrastraba cuarenta años en cada pierna, como él decía, y mostrábase orgulloso de no haber usado jamás sombrero, contentándose con la gorrilla de seda, que, según él, era el símbolo de la honradez, la economía y la seriedad del antiguo comercio, rutinario y cachazudo.