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Ejemplos de oraciones con la palabra valencia

Lista de frases en las cuales se puede ver cómo se usa la palabra valencia en el contexto de una oración.

Término valencia: Frases

Si quieres ver ejemplos de uso de la palabra "valencia" aquí tienes una selección de 99 frases y oraciones donde se puede ver su aplicación en un texto.

En cada una de las frases aparece resaltada la palabra valencia para que la puedas detectar fácilmente.

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  • Valencia se aproximaba ya.
  • Margarita seguía en Valencia.
  • Ya estamos en Valencia, chiquilla.
  • ¡Cómo se cansaba una en Valencia.
  • Se trata de El Pueblo, de Valencia.
  • Luisito acababa de morir en Valencia.
  • Cruzamos frente a la ronda de Valencia.
  • Cuando pude levantarme me fui a Valencia.
  • Estudié en Valencia la carrera de Derecho.
  • Déjame a la entrada de la calle de Valencia.
  • ¡cuánta gente! Valencia entera estaba allí.
  • En la estación de Valencia le esperaba el padre.
  • ¡Qué modo de utilizar los escombros de Valencia!
  • Feliciana era de Valencia, y ponía muy bien el arroz.
  • Volvió de Valencia muy bueno y muy enamoradito de ti.
  • Al ir á Valencia en la mañana siguiente, no le vió.
  • Valencia, la de serlo del mejor poeta de la Purísima.
  • Por fin salió, y en Marzo se fue con su mujer a Valencia.
  • En otro de Rey Don Jaime, a caballo, entrando en Valencia.
  • ¡Sin acordarme! Desde que volví de Valencia te estoy dando caza.
  • Aquí, en estos talleres, estaban la riqueza y la honra de Valencia.
  • Toma, como que vendrá del almacén de maderas de la calle de Valencia.
  • Dijo Santa Cruz a su mujer dos días después en la estación de Valencia.
  • Todo esto me anonadó y fue causa de que saliera de Valencia por segunda vez.
  • Una tarde volvió Batiste de Valencia, muy contento del resultado de su viaje.
  • Bajo en Valencia, voy al pueblo, os mando el telegrama y me vuelvo en seguida.
  • La avalancha de gente laboriosa que se dirigía á Valencia llenaba los puentes.
  • Y emprendió el camino hacia Valencia, temblando de frío, sin saber adónde iba.
  • Estando en Valencia, algún tiempo después, me casé con una joven distinguidísima.
  • Subió Andrés y la tartana cruzó varias calles de Valencia y tomó por una carretera.
  • Todas las casas suyas estaban alquiladas menos una de un pueblecito inmediato a Valencia.
  • El cansado esquilón de la Ròcha repiqueteó más de una hora por las calles de Valencia.
  • Después, á la luz del candil, iba y venía por la barraca preparando su viaje á Valencia.
  • Se examinó de las asignaturas del doctorado, y leyó la tesis que había escrito en Valencia.
  • Formaban los muchachos por parejas, cogidos de la mano lo mismo que en los colegios de Valencia.
  • Allá, en la huerta, se estaba bien, y por esto a ella le costaba mucho decidirse a entrar en Valencia.
  • Cuando había que hacer continuos viajes á Valencia en busca del cascote de los derribos y las maderas viejas.
  • Tener una estatua a orillas del Mediterráneo, en una ciudad de Andalucía, de Valencia o de Italia, está bien.
  • VII Triste y ceñudo, como si fuese á un entierro, emprendió Batiste el camino de Valencia un jueves por la mañana.
  • Una compañía de cómicos transbordaba, dejando la línea de Valencia, de donde venían, para tomar la de Andalucía.
  • A las diez de la mañana, cuando Pepeta con sus dos compañeras regresó de Valencia, estaba la barraca llena de gente.
  • Andar por las calles le fastidiaba, y el campo de los alrededores de Valencia, a pesar de su fertilidad, no le gustaba.
  • Al rendirse Valencia al mariscal Suchet, le habían llevado prisionero, con unos cuantos miles más, á una gran ciudad.
  • Valencia era la ciudad mejor situada del mundo, según dijo un agudo observador, por estar construida en medio del campo.
  • Pero no hacía ningún viaje á Valencia sin llevar consigo la escopeta, que dejaba confiada á un amigo de los arrabales.
  • En el aquel mismo año de 1859 fui nombrado secretario general de la Academia de Legislación y Jurisprudencia de Valencia.
  • Que Don Jaime entró en Valencia a caballo, y que Hernán Cortés era un endivido muy templado que se entretenía en quemar barcos.
  • Por esto, cuando regresó a Valencia, volviendo a encargarse de Las Tres Rosas, experimentó la alegría del que sale del destierro.
  • Todos los años, por Navidad y por San Juan, emprendía el camino de Valencia, tòle, tòle, para ver á la propietaria de sus tierras.
  • El padre, don Pedro, tenía unos primos en Valencia, y estos primos, solterones, poseían varias casas en pueblos próximos a la capital.
  • De pronto, un verano no volví a aparecer más por Valencia, porque había vuelto a caer enfermo en Petrel, y aquí comenzó mi calvario.
  • Y sin embargo, apreciaba la poesía de aquella región costera mediterránea que se desarrolló ante sus ojos al ir de Barcelona a Valencia.
  • Y ahora ¡ay! pertenecían á don Salvador, un vejete de Valencia, que era el tormento del tío Barret, pues hasta en sueños se le aparecía.
  • Las hijas, una tras otra, fueron abandonando las familias que las habían recogido, trasladándose á Valencia para ganarse el pan como criadas.
  • En esta incertidumbre, y sin saber si iban a quedarse o marcharse, se presentó en la casa una señora de Valencia, prima también de don Pedro.
  • Encima tendió una colcha de almidonadas randas, y puso sobre ella el pequeño ataúd traído de Valencia, una monada, que admiraban todas las vecinas.
  • Pero alguna vez trabajaba, de tarde en tarde, y esto era bastante para que las tierras fuesen con más justicia de él que de aquella señorona gorda de Valencia.
  • IV Era jueves, y según una costumbre que databa de cinco siglos, el Tribunal de las Aguas iba á reunirse en la puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia.
  • Allí estaba la roca Valencia, enorme ascua de oro, brillante y luminosa desde la plataforma hasta el casco de la austera matrona que simboliza la gloria de la ciudad.
  • Los campanarios de los pueblecitos devolvían con ruidoso badajeo el toque de misa primera que sonaba á lo lejos, en las torres de Valencia, esfumadas por la distancia.
  • La miseria del hogar, la abundancia de hijos, y sobre todo la cándida creencia de que en Valencia estaba la fortuna, justificaban en parte el cruel abandono de los hijos.
  • Se vió espejear la Albufera, unas estaciones antes de llegar a Valencia, y poco después Andrés apareció en el raso de la plaza de San Francisco, delante de un solar grande.
  • Y Batiste sentíase poseído de un dulce éxtasis al verse cultivador en la huerta feraz que tantas veces había envidiado cuando pasaba por la carretera de Valencia á Sagunto.
  • Más allá, sobre la obscura masa de pinos, Valencia achicada, liliputiense, cual una ciudad de muñecas, toda erizada de finas torres y campanarios airosos como minaretes moriscos.
  • Y por primera vez desde su llegada á la huerta, salió Batiste de las tierras para ir á Valencia á cargar en su carro todos los desperdicios de la ciudad que pudieran serle útiles.
  • En la estación de Valencia mandó un telegrama a su familia, compró algo de comer y unas horas más tarde volvía para Madrid, embozado en su capa, rendido, en otro coche de tercera.
  • Había en ella un reloj de pared alto, con la caja llena de incrustaciones, muebles antiguos de estilo Imperio, varias cornucopias y un plano de Valencia de a principios del siglo XVIII.
  • También hice oposiciones (aunque no tenía la edad reglamentaria, y sólo por complacer a la familia, pues no era ésa mi vocación) a una relatoría vacante en la Audiencia de Valencia.
  • El hijo mayor hacía continuos viajes á Valencia con la espuerta al hombro, trayendo estiércol y escombros, que colocaba en dos montones, como columnas de honor, á la entrada de la barraca.
  • II En época pasada, aunque no remota, el Mercado de Valencia tenía una leyenda, que corría como válida en todos sus establecimientos, donde jamás faltaban testigos dispuestos a dar fe de ella.
  • Y esta palabra bastó para que la entendieran, pues en casa de doña Manuela, la tienda era por antonomasia el establecimiento de Las Tres Rosas, y fuera de ella no se reconocía otra tienda en Valencia.
  • En este ancho espacio, que es para Valencia vientre y pulmón a un tiempo, el día de Nochebuena reinaba una agitación que hacía subir hasta más arriba de los tejados un sordo rumor de colosal avispero.
  • Aún tenía la cabeza envuelta en trapos y la cara cruzada de chirlos, luego del descomunal combate que una mañana sostuvo en el camino con otros de su edad que iban como él á recoger estiércol en Valencia.
  • Trabajaba hasta en los domingos, y lo mismo iba á Valencia á recoger estiércol para los campos de su amo, como le ayudaba en las matanzas de reses y labraba la tierra ó llevaba carne á las alquerías ricas.
  • Se congregaba para cruzar sonrisas y saludos lo mejorcito de Valencia, y las dos niñas pasaban el día siguiente hablando con entusiasmo del do de pecho del tenor y de los vestidos escotados de las del palco 7.
  • Los domingos iban como en peregrinación hombres y mujeres á la cárcel de Valencia para contemplar á través de los barrotes al pobre libertador, cada vez más enjuto, con los ojos hundidos y la mirada inquieta.
  • Aquel chico que andaba a cuatro patas y hacía el burro para que tú le montases, pues bien, ése venía ahora a Valencia con el carro a recoger el estiércol de las casas, y quería que Nelet le dejase limpiar la cuadra.
  • Los que compraban las hortalizas al por mayor para revenderlas conocían bien á esta mujercita que antes del amanecer ya estaba en el Mercado de Valencia, sentada en sus cestos, tiritando bajo el delgado y raído mantón.
  • Le habían arrancado a la monótona ocupación de cuidar las reses en el monte, y lo conducían a Valencia para hacer suerte, o más bien, por librar a la familia de una boca insaciable, nunca ahíta de patatas y pan duro.
  • Que el carnicero despidió al muchacho, y su abuelo le buscó colocación en Valencia en casa de otro cortante, rogando que no le concediesen libertad ni aun en días de fiesta, para que no volviera á esperar en el camino á la hija de Batiste.
  • La mayor parte de lo que cosechaba en sus campos se lo comía la familia, y los puñados de cobre que sacaba de la venta del resto en el Mercado de Valencia desparramábanse, sin llegar á formar nunca el montón necesario para acallar á don Salvador.
  • Centenares de obreros los pisaban todas las mañanas, y por allí descendían, recién salidos del telar, los floreados damascos, los brillantes rasos, la seda listada, todas las magnificencias de una industria oriental que daba a Valencia fama y prosperidad.
  • Fué varias veces á Valencia á la casa del amo para hablarle de sus antepasados, de los derechos morales que tenía sobre aquellas tierras, á pedirle un poco de paciencia, afirmando con loca esperanza que él pagaría, y al fin el avaro acabó por no abrirle su puerta.
  • Un domingo, por exigencias de los arrendatarios, tuvo que ir a su huerto de Alcira, y pasó el día como un desterrado, mirando melancólicamente hacia Valencia y sintiendo un inocente enfurruñamiento contra el sol porque marchaba despacio, retrasando la hora del regreso.
  • Si alguien lo dudaba, allí estaban para atestiguarlo los principales comerciantes de Valencia, con grandes almacenes, buques de vela y casas suntuosas, que habían pasado la niñez en los míseros lugarejos de la provincia de Teruel guardando reses y comiéndose los codos de hambre.
  • Eran los sencillos aragoneses, golondrinas de invierno que, al caer las primeras nieves que dejan el campo muerto y el hogar sin pan, levantan el vuelo con su cargamento de lana, y desde el fondo de la provincia de Teruel llegan, a Valencia, ofreciendo lo que la familia fabrica durante el año.
  • En esos mismos Juegos florales se ofreció una pluma de oro a la mejor Memoria histórico filosófica acerca de la expulsión de los moriscos y sus consecuencias en el reino de Valencia, a cuyo premio también opté, presentando una Memoria con el lema El tiempo es la mejor prueba de la justicia.
  • Y en el siguiente de 1860 gané las asignaturas del Doctorado en la Universidad de Madrid, habiendo estudiado privadamente en Valencia, por conceder la ley en aquellos tiempos este privilegio a los que hubiesen obtenido todas o casi todas las notas de sobresaliente durante la carrera de leyes, en cuyo caso me encontraba yo.
  • De allí a cuatro meses, en Noviembre del mismo año, recibí en el mismo sitio donde me había licenciado, es decir, en el Paraninfo de la Universidad, una flor de oro y plata, como premio a mi oda a la Conquista de Valencia en los Juegos florales celebrados en dicha ciudad bajo el patrocinio del excelentísimo Ayuntamiento.
  • Cada vez deseaba abarcar más con su trabajo, y aunque era algo pasada la sazón, pensaba remover al día siguiente la parte de terreno que permanecía inculta á espaldas de la barraca, para plantar en ella melones, cosecha inmejorable, á la que su mujer sacaría muy buen producto llevándolos, como otras, al Mercado de Valencia.
  • Ir a Valencia era seguir el camino de la riqueza, y el nombre de la ciudad figuraba en todas las conversaciones de los pobres matrimonios aragoneses durante las noches de nieve, junto a los humeantes leños, sonando en sus oídos como el de un paraíso donde las onzas y los duros rodaban por las calles, bastando agacharse para cogerlos.
  • Toma, y vuélvela luego, y no hagáis sino golosinar, como si debajo della estuvieran todas las conservas de Valencia, con no haber en la dicha cámara, como dije, maldita la otra cosa que las cebollas colgadas de un clavo, las cuales él tenía tan bien por cuenta, que si por malos de mis pecados me desmandara a más de mi tasa, me costara caro.
  • 1 ¡Buen día nos dé Dios! ¡Bòn día! Y tras este saludo, cambiado con toda la gravedad propia de una gente que lleva en sus venas sangre moruna y sólo puede hablar de Dios con gesto solemne, se hacía el silencio si el que pasaba era un desconocido, y si era íntimo, se le encargaba la compra en Valencia de pequeños objetos para la mujer ó para la casa.
  • Llovió poco, las cosechas fueron malas durante cuatro años, y Batiste no sabía ya qué hacer ni adónde dirigirse, cuando en un viaje á Valencia conoció á los hijos de don Salvador, unos excelentes señores (Dios les bendiga), que le dieron aquella hermosura de campos, libres de arrendamiento por dos años, hasta que recobrasen por completo su estado de otros tiempos.
  • Uno tras otro se cerraban los talleres montados a la antigua que durante un siglo habían sostenido la supremacía industrial de Valencia, y don Manuel, que a pesar de su buen sentido comercial tenía empeño en mantener testarudamente la lucha con el exterior, sufrió grandes pérdidas y murió de un berrinche antes que la ruina viniese a coronar su desesperada resistencia.
  • El rocín del tío Barret, un animal sufrido que le seguía en todos sus desesperados esfuerzos, cansado de trabajar de día y de noche, de ir tirando del carro al Mercado de Valencia con carga de hortalizas, y á continuación, sin tiempo para respirar ni desudarse, verse enganchado al arado, tomó el partido de morir, antes que permitirse el menor intento de rebelión contra su pobre amo.
  • La decadencia del mantón de Manila empezaba a iniciarse, porque si los pañuelos llamados de talle, que eran los más baratos, se vendían bien en Madrid (mayormente el día de San Lorenzo, para la parroquia de la chinche ) y tenían regular salida para Valencia y Málaga, en cambio el gran mantón, los ricos chales de tres, cuatro y cinco mil reales se vendían muy poco, y pasaban meses sin que ninguna parroquiana se atreviera con ellos.
  • Levantábase á las tres, cargaba con los cestones de verduras cogidas por Tòni al cerrar la noche anterior entre reniegos y votos contra una pícara vida en la que tanto hay que trabajar, y á tientas por los senderos, guiándose en la obscuridad como buena hija de la huerta, marchaba á Valencia, mientras su marido, aquel buen mozo que tan caro le costaba, seguía roncando dentro del caliente estudi, bien arrebujado en las mantas del camón matrimonial.
  • Sin abandonar su asiento, los jueces juntaban sus cabezas como cabras juguetonas, cuchicheaban sordamente algunos segundos, y el más viejo, con voz reposada y solemne, pronunciaba la sentencia, marcando las multas en libras y sueldos, como si la moneda no hubiese sufrido ninguna transformación y aún fuese á pasar por el centro de la plaza el majestuoso Justicia, gobernador popular de la Valencia antigua, con su gramalla roja y su escolta de ballesteros de la Pluma.